Kallen escupió las palabras como si fueran veneno, ignorando por completo la advertencia de su primo: —Si no quieres ayudar, vete. Mis asuntos no te interesan en lo absoluto.El inspector, cuyo rostro se oscureció como el cielo antes de un huracán, respondió con voz cortante:—Te lo hice por tu familia. Pero si vas a ser tan ingrato, olvídalo.—¡Solo soy un supervisor, no el ministro! —gritó, las venas del cuello sobresaliendo como si fueran cables: — ¡No tengo autoridad para lo que me pides!—Sí, sí, ya entendí —lo interrumpió Kallen con un gesto de enojo, como si estuviera ahuyentando a un perro callejero.El hombre, herido en su orgullo, giró sobre sus talones y se marchó con su equipo, dejando atrás un silencio cargado de frustración.Kallen en ese momento fijó sus ojos en mí, con una mezcla de odio y algo que casi parecía... respeto.—No está mal —murmuró: — Lograste echar al Ministerio. ¿Quién diablos te respalda?—No necesitamos respaldo —dije, cruzando los brazos: — Las medicina
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