La noche anterior había sido una auténtica tortura para Samuel. Su mente no dejaba de divagar hacia Alía, esa mujer que lo volvía loco con solo pensarla. Su excitación era palpable, un fuego que ardía en su interior, y su esposa no ayudaba en absoluto a calmarlo; de hecho, había pasado toda la noche sobre él, moviéndose con una pasión que lo dejaba exhausto pero insatisfecho en el fondo de su alma. Cada roce, cada susurro, solo avivaba más el deseo por la única que realmente ocupaba su corazón: Alía.Al amanecer, cuando Alía comenzó a despertar, sus párpados se abrieron lentamente, revelando esos ojos azules que Samuel amaba con devoción absoluta. Él la observaba en silencio, embelesado por la curva de sus labios al esbozar una sonrisa somnolienta. Sin decir una palabra, ella se inclinó y lo besó con ternura, un beso que sabía a anhelo reprimido. Lo había extrañado tanto durante su viaje de trabajo que su corazón latía desbocado, como un tambor enloquecido, solo por estar a su lado de
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