—Supongo que no tengo opción. Si quiero tu ayuda, tendré que confiar en ti —concedió Kaleb, cruzando los brazos con resignación.—Vamos, chicos, los dos quieren lo mismo: proteger a la hermosa princesa Andrómeda. Incluso podrían ser amigos —comentó Jerome, sonriendo.Ambos fruncimos el ceño con evidente desagrado ante esa sugerencia, lo que provocó una carcajada en Jerome.Kaleb desactivó la jaula, y al fin pude moverme con libertad. Pero en cuanto lo hice, un agudo dolor recorrió mi cuerpo. Tenía más heridas de las que pensaba.—Tranquilo, déjame ayudarte —dijo Jerome, acercándose con vendas y ungüentos improvisados.Mientras me atendía, Kaleb retomó la explicación.—¿Dónde estamos exactamente? —pregunté, tratando de ignorar el ardor en mis costillas.—Estamos en el universo de Lugus. Aquí no queda nadie desde hace mucho tiempo. Lo elegimos para refugiarnos, no solo de los lamentos... sino también del Consejo. Para ellos, todos los que estamos aquí somos criminales.—¿Y cómo sobreviv
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