Capítulo cinco. Ten cuidado con lo que haces

Paula suspiró al escuchar el sonido de su despertador, maldijo en tono bajo, no tenía ganas de ponerse de pie. No deseaba enfrentarse con Arturo Montecarlo y tenía miedo de evadir a Alejandro.

El niño era el más inocente en todo aquel embrollo que se había armado. Explicarle que ella no era su madre, era difícil, pero aceptar ser la esposa del magnate era una reverenda locura, un sin sentido.

Ella no conocía nada del hombre, ¡apenas se habían visto ayer!

—¡Paula, cariño, se te hará tarde! —la voz de su abuela, le recordó que no podía darse el lujo de faltar a su trabajo, ella tenía prohibido rendirse.

La joven hizo acopio de toda su fuerza de voluntad, salió de la cama, se dio una rápida ducha, se vistió con prisa para desayunar con su abuela. Era el único momento del día que compartía con ella.

Media hora después se despidió de su abuela, se preparó para enfrentarse con lo que sea que el destino le tenía preparado para hoy. El destino o específicamente Arturo Montecarlo de Mendoza, porque tenía la sospecha que no le sería nada fácil escapar del magnate y sus sucias intenciones.

Paula no se equivocó…

—¡Mamá! —Alejandro corrió en su dirección.

El lujoso auto estaba estacionado a las afueras del colegio, Arturo Montecarlo estaba recargado sobre el capó, como si fuese el puto amo.

—Hola, Alejandro —saludó Paula tratando de sonar profesional y un poco cortante. Sin embargo, se arrepintió al ver el rostro triste de Alejandro.

—Hola —saludó el niño.

—¿Cómo sigue tu brazo, cariño? —preguntó acariciando los cabellos castaños de Alejandro.

Una caricia que llenó de vida y alegría al pequeño.

—Aún duele, ¡pero estará mejor ahora que estoy contigo! —exclamó.

Paula se obligó a sonreír, pasó saliva y tomó la mano de Alejandro. La joven maestra había tomado una clara decisión, cuidar al niño e ignorar al padre.

Arturo sonrió al ver caminar a Paula con su hijo tomado de la mano, Alejandro sonreía y eso era suficiente para él.

—Buenos días, señor Montecarlo, puede venir por Alejandro a la misma hora —dijo Paula sin darle tiempo a nada, dejando sorprendido al magnate con su actitud.

¡Esa mujer era corriente y arrogante!

Arturo apretó los dientes y los puños con fuerza, estuvo tentado a golpear el capó de su auto, ante la actitud de Paula Madrigal.

El empresario se dio cuenta de que la mujer no pensaba acceder voluntariamente a su petición de matrimonio, así que lo haría a su manera. Le cerraría todos los caminos, ¡pero ella sería su esposa y la madre de su hijo!

Con el enojo y una decisión tomada, subió a su auto y se dirigió a la oficina, tenía que ponerse a trabajar.

Mientras tanto, Paula intentó hacer su día de lo más normal, dio sus clases con Alejandro sentado en su escritorio, el niño no quería alejarse de ella ni un solo segundo. Lo acompañó al servicio debido a que no podía atenderse solo. Fue muy difícil para ella, porque cada segundo que pasaba Alejandro se apegaba más y más a ella.

—¿Por qué estás molesta con papá? —preguntó Alejandro durante el receso.

—No estoy molesta —intentó Paula explicar.

—Entonces, ¿volverás con nosotros? —preguntó Alejandro con el rostro lleno de esperanza.

«¿Por qué me pones una prueba tan difícil?», pensó Paula mirando al cielo.

—Cariño, tengo una abuelita a quien no puedo dejar sola, pero podemos intercambiar número de teléfono, eso sí tiene que ser un secreto entre tú y yo, nadie puede enterarse —le dijo Paula en tono de secreto.

Era todo lo que podía hacer por él, podía dedicarle un tiempo por las tardes o antes de dormir. No podía ofrecerle más por mucho que ella quisiera ahorrarle sufrimientos, no estaba en sus manos. Ella no era su madre.

Las horas fueron pasando con prisa, a la hora de salida, Paula encaminó a Alejandro a una distancia prudente de Arturo.

El hombre la miraba con cara de pocos amigos, pero eso a Paula la tenía sin cuidado. Arturo era un hombre adulto y no necesitaba que le cuidaran el corazón.

Paula giró sobre sus pies y volvió al interior de la escuela.

Los siguientes días no fueron distintos al segundo día de clases. Paula marcó una línea invisible, saludaba de manera cordial a todos los padres de familia, pero con Arturo Montecarlo usaba un tono más profesional.

Con Alejandro no era así, el niño le escribía todas las tardes y por las noches le enviaba dibujos diciéndole cuánto la amaba y extrañaba. Eran pequeños detalles que estaban calando en su corazón.

Se sentía conectada al niño en muchos niveles, quizá porque ambos eran huérfanos y les hacía falta el calor de hogar. Sin embargo, eso no era suficiente para convertirse en una madre y esposa sustituta.

Dos semanas después, Arturo Montecarlo de Mendoza estaba hecho una fiera, estaba al borde de la desesperación, su madre había reorganizado la cena que él había evadido el día del accidente de Alejandro, pero era más que evidente que Sofía de Montecarlo no quitaría el dedo del renglón, su intención era casarlo sí o sí con Jazmín de Aragón.

—¿Por qué no aceptar a Jazmín? —preguntó Diego aquella tarde.

—Porque no quiero, no estoy interesado en una mujer que obedece todo lo que mi madre dice —replicó, Arturo miró el fondo de su vaso y bebió de un solo trago su contenido—. He elegido a Paula Madrigal —añadió en tono ácido.

—Pero la mujer te ha dado calabazas por más de dos semanas, Arturo, no podrás convencerla. Y me alegro por ella —dijo con toda honestidad el abogado.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó mirando con enojo a su amigo.

—Quieres a Paula por el parecido con Pía, la pobre no será más que una sustituta para ti y para tu hijo, ¿has pensado en lo difícil que será para ella ocupar el lugar de una mujer que es odiada por tu familia e incluso por ti? —cuestionó Diego—. Sin contar con el hecho de que se llama Paula y no Pía, ¿Cómo vas a explicarle a tu hijo el cambio de nombres? —añadió.

—Lo del nombre ya veré como se lo explico o le cambio el nombre a Paula y asunto resuelto.

—Eres arrogante y cruel con esa pobre mujer, Arturo, su único pecado es parecerse a la arpía de tu exmujer.

—Por lo que sea, Diego, esa mujer ocupará su lugar, lo quiera o no. Tampoco me estará haciendo un puto favor. ¡Voy a pagar todas sus deudas, le compraré un piso para su abuela!

—Le darás todo lo que el dinero puede comprar, pero… ¿Qué hay del amor? —cuestionó una vez más el abogado.

—¿Qué tiene que ver el amor en todo esto? —refutó Arturo.

—Paula es joven, mucho más joven que tú según la información que recopilamos sobre ella, ¿Esperas que no se sienta atraída por ti o por otro hombre?

El cuerpo de Arturo se tensó como la cuerda de un violín al escuchar la mención de otro hombre.

—¡Ella no se atreverá a serme infiel ni con el pensamiento! —gritó pensando en los cien millones de euros que estipulaba el contrato matrimonial.

—Hablas como si ella fuera a aceptar el acuerdo.

—Va a firmar, como que me llamo Arturo Montecarlo de Mendoza —aseguró.

Arturo sabía lo que tenía que hacer para presionar a Paula Madrigal, movió sus contactos y se sentó a esperar, era cuestión de días o incluso horas antes de que la mujer aceptara firmar el acuerdo con él.

Entre tanto, Paula cerró la videollamada con Alejandro, le había explicado sobre la tarea, habían visto un programa de televisión, el favorito del pequeño y por último le había contado un cuento para que pudiera dormir.

Alejandro era muy, muy cariñoso y para Paula fue imposible no desarrollar sentimientos por él…

—¿Estás bien? —la voz de su abuela captó su atención.

—Sí, tengo un alumno que llama todas las tardes.

—¿Es eso correcto, lo saben sus padres? —preguntó América.

—Es huérfano de madre, su padre trabaja todo el día, así que… —hizo una pausa, su abuela no era fácil de engañar—. Su padre nos dio autorización para comunicarnos por las tardes —mintió.

—Ten cuidado con lo que haces, Paula, en ocasiones una buena acción, puede ser el principio de una catástrofe —le recalcó la mujer.

«Espero que no», pensó Paula, mientras dibujaba una ligera sonrisa que no convenció a su abuela.

Mientras tanto, en la mansión Montecarlo…

—Lamento la demora —se disculpó Arturo al ver que la cena había dado inicio sin él.

Lo que Arturo realmente lamentaba, era haber llegado antes de que terminara.

—No te disculpes, es comprensible que en ocasiones el trabajo te absorba al punto de olvidarte de todo lo demás —lo disculpó Jazmín con rapidez.

—El trabajo me absorbe casi siempre, Jazmín, y el tiempo libre se lo dedico a mi hijo —declaró.

—¡Arturo, estás siendo grosero! —lo regañó su madre.

—Estoy siendo sincero, que es muy distinto, mamá —refutó para molestia de Sofía.

—Por favor, no discutan —pidió Jazmín con amabilidad—. Ven a cenar, Arturo, estoy aquí y me sentiría honrada de compartir la mesa contigo —añadió en el mismo tono amable.

Arturo sintió enojo, era… no sabía cómo describirlo, una mujer tan paciente como Jazmín lo irritaba en demasía, demasiado sumisa para su gusto… la joven era una mujer fácil de manejar, podía ver como lo hacía su madre. Estaba seguro de que, si le exponía las cláusulas del contrato, ella no dudaría en firmar, muy distinta a Paula…

Paula y su negativa se habían convertido en una obsesión…

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