Capítulo cuatro. Contrato matrimonial

«Quiero una madre para mi hijo y usted ha sido la elegida…»

«Usted ha sido la elegida…»

«Usted ha sido la elegida…»

Aquellas palabras se repitieron como un mantra en la cabeza de Paula, ¿La elegida?

—¡Está usted completamente loco, señor Montecarlo! ¿Quién se cree que es? —preguntó Paula inflando los cachetes de enojo.

—Soy un padre que busca la seguridad y felicidad de su hijo, y usted una nieta que desea cuidar de su abuela y darle lo mejor.

Paula apretó los puños con fuerza sobre el mantel de la mesa.

—Ni siquiera me conoce —musitó con dientes apretados.

—La he investigado, he leído por horas su historia, siento que es todo lo que necesito saber.

—Es usted un arrogante, ¿piensa que su dinero puede comprarlo todo, incluso una madre para su hijo? —preguntó poniéndose de pie.

—Sí.

—Idiota —susurró Paula lo suficiente alto para que él escuchara y lo suficiente bajo para que nadie más lo hiciera.

Paula tomó su bolso y salió del local, no quería voltearse para ver al niño, a pesar de que el grito de Alejandro le desgarró el corazón.

—¡Mamá! —gritó el pequeño.

Paula sintió sus lágrimas caer de sus mejillas, no sabía si era por el enojo o el dolor de hacer llorar a un niño.

—¡Mamáaa! —su corazón se desgarró una vez más, caminó con más prisa. No quería girarse, no quería…

—¡¡¡Alejandro!!! —El grito que salió de los labios de Arturo Montecarlo fue aterrador, Paula se giró con violencia para ver al niño ser golpeado por un auto.

El corazón de Paula cayó en un agujero negro, giró sobre sus pies y corrió de regreso.

—¡Alejandro!

La mirada furiosa de Arturo le hizo detenerse en seco.

—Esto es tu culpa —dijo con sequedad.

Paula no respondió, estaba en shock.

—¡Mamá! —La voz de Alejandro le dio tranquilidad de que el niño estaba vivo.

—Lo siento, él fue quien se cruzó —dijo el chofer del auto, el hombre estaba tan pálido que Paula creyó iba a desmayarse.

—Ven conmigo —gruñó Arturo, levantando al niño y llevándolo hasta el auto.

Paula obedeció, sentía culpa, Arturo Montecarlo podía ser un hijo de perra, pero Alejandro era inocente, solo era un niño que deseaba tener una madre…

Arturo dejó al niño en brazos de Paula, mientras subía al lado del piloto.

—¿Dónde te duele? —preguntó Paula en tono bajo, solo para él.

—Mi brazo —se quejó Alejandro.

—Lo siento —se disculpó Paula.

Arturo los miró por el retrovisor, su atención estaba puesta en la carretera por lo que no escuchó la conversación secreta que tenían ese par.

Media hora después, llegaron al hospital, Arturo llevó al niño a emergencia, Paula quiso aprovechar ese momento para escapar, pero no fue posible.

«Prométeme que no me dejarás», el recuerdo y la promesa que le hizo a Alejandro la mantuvo sentada en aquella dura silla de la sala de espera.

Como si la hubiesen pegado con cola.

Paula rezó para que Alejandro estuviese bien y no tuviese ningún golpe interno, ella no alcanzó a ver si el auto lo había golpeado o él había caído al piso por el susto.

Una hora después Alejandro traía el brazo enyesado metido en el cabestrillo.

—¿Cómo está? —preguntó de inmediato.

—Tiene una fisura en el radio, por precaución el doctor lo ha inmovilizado —explicó Arturo con frialdad.

Paula tragó el nudo en su garganta, ¿era culpa suya por irse sin esperar y despedirse del niño o era culpa de Arturo por no cuidarlo bien?

—Estaré mejor, si tú cuidas de mi bracito herido —intervino Alejandro rompiendo el duelo de miradas asesinas entre los adultos.

—Por supuesto, mañana cuando vengas al colegio te cuidaré —le dijo agachándose a su altura.

—¿Por qué mañana? ¿Por qué no puedes venir hoy a casa, tu casa? —cuestionó el niño.

Paula pensó brevemente su respuesta.

—Tengo que cuidar de mi abuelita, pero mañana muy temprano, estaré en el colegio esperando por ti, te prometo que preparé un rico desayuno y te lo llevaré —dijo para convencerlo.

Los ojos del niño se iluminaron al escuchar la promesa de Paula.

—¿De verdad?

—Te lo prometo…

—¡Entonces te veré mañana en el colegio! —gritó el niño con efusividad, dándole un beso en la mejilla.

Paula sonrió, le devolvió el gesto.

—Te espero mañana —aseguró Paula.

Alejandro asintió, tomó la mano de su padre y salieron del hospital, dejando a Paula atrás…

—¿Por qué no la llevas a casa? —dijo Alejandro.

—¿A quién?

—A mi mamá…

—Alejandro.

—No diré nada más, si no regresas con ella, no querré a ninguna otra mamá —refutó el niño.

Arturo abrió la puerta del copiloto, abrochó el cinturón de seguridad del pequeño, bordeó el auto y salió del estacionamiento.

—Papá…

—Deja que nos acostumbremos, Alejandro —pidió Arturo, no sabía cómo mantener la farsa. Su hijo posiblemente no le creía si le decía que Paula no era su madre.

La muchacha suspiró y quiso gritar de frustración al darse cuenta de que su bolsa se había quedado dentro del auto.

—¿Qué se supone que tengo que hacer? —preguntó bajando de la acera, caminar hasta su edificio no era una opción, estaría llegando de madrugada…

—Sube —la voz fría de Arturo le hizo girar.

—¿Qué?

—Sube, ¿o prefieres caminar? —le dijo.

—Podrías dejarme mi bolso —refutó ella.

—Te llevaré, no es como si no supiera dónde vives —le recordó.

Paula apretó los puños y subió.

Todo este día, desde el inicio, había sido un caos, primero el idiota que le mojó la blusa, luego ser confundida con una mujer muerta, y para rematar, un hombre que la quería para madre de su hijo. Definitivamente; era un día de locos.

Al filo de la tarde, Paula bajó del lujoso auto, se despidió de Alejandro con cariño, pero con Arturo fue otra cosa.

—Gracias —le dijo con sequedad.

—Piénselo, lea y consulte con su almohada, sé que al final, tomará la mejor decisión —habló Arturo con brusquedad.

Paula no respondió, salió del auto tan rápido como pudo. Segundos después se vio parada en la acera, completamente sola, sola y con un contrato en sus manos.

Dos horas más tarde, Arturo entró por la puerta de la mansión Montecarlo y Mendoza, lo último que esperaba encontrarse era con su madre y con Jazmín, la hija de unos amigos de su familia.

—¡Arturo! —gritó la joven de no más de veintitrés años o eso recordaba él.

—Buenas noches, Jazmín —dijo cortante.

—Has demorado en volver, te llamé a la oficina y… ¿¡Qué le pasó a Alejandro!? —medio preguntó, medio gritó.

—Tuvo un accidente en el colegio —respondió sin querer dar más explicaciones.

—¿Cómo es posible, diste parte a la dirección? ¿Qué estaba haciendo su maestra cuando esto ocurrió? —Sofía acribilló con preguntas a Arturo.

¿Qué estaba haciendo la maestra?, pensó Arturo.

Huir.

—Fue un accidente mamá, no hagas una tormenta en un vaso de agua —dijo con rapidez.

—Esto no es cualquier cosa —insistió Sofía.

—Estoy cansado y Alejandro no está en mejores condiciones, no ha dormido la siesta, así que, si me lo permites, me retiro.

—Jazmín vino a cenar…

—Que disfruten la cena —Arturo fue cortante y directo, subió a su habitación, dejando a su madre roja por el enojo y a Jazmín decepcionada por su ausencia.

Arturo le dio un baño a su hijo, lo vistió y lo metió a la cama como todas las noches.

—Crees que intentará huir de nosotros —preguntó cuando estaba quedándose dormido.

—¿Quién?

—Mi mamá.

—No lo hará, te lo prometo —aseguró.

Alejandro asintió, cerró los ojos y se quedó dormido con una ligera sonrisa en los labios.

Arturo volvió a su habitación, se despojó de su camisa y caminó hasta la pequeña mesa, se sirvió un whisky doble y bebió de un solo golpe.

No había probado una sola gota de licor en bastante tiempo, pero hoy el caso lo ameritaba. ¿Cómo era posible que existiera una mujer casi idéntica a su esposa y distinta a la vez?

—Paula Madrigal —susurró, el nombre casi le quemó la garganta, tanto como el whisky.

Mientras tanto, Paula sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, como si alguien la llamara, se frotó los brazos y se acomodó en la cama.

Con manos temblorosas, sacó la carpeta, leyó lo que ya sabía, su deuda con el banco y otras cosas que no tenía caso mencionar.

Apartó el historial de su vida, se fijó en los documentos adjuntos, el título recitaba, contrato matrimonial.

—Bruto —musitó con enojo— ¿Quién querría casarse con un tipo tan arrogante?

Paula dejó de reflexionar sobre el tipo y se concentró en leer en voz baja los puntos más importantes del jodido contrato.

1. Firmar un acuerdo de confidencialidad, la parte que incumpla, deberá pagar cierta cantidad de dinero, que pronto será especificada.

2. No habrá intimidad entre las partes, pero… compartirán habitación.

3. Las muestras de cariño, será exclusivo de eventos públicos. Habrá besos y abrazos, si la situación lo amerita.

4. Ninguna de las partes será infiel, de lo contrario será penalizada con cien millones de euros.

—¡Cien millones de euros! —gritó Paula con los ojos desorbitados.

5. La boda será únicamente por lo civil.

6. El plazo para el divorcio será el día que Alejandro Montecarlo Zambrano cumpla su mayoría de edad.

«¡Once años, el tipo pretendía estar once años casado con ella y nada de nada!»

—Definitivamente, está loco, pero es un loco que te tiene en sus manos, Paula —aceptó.

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