Capítulo uno. ¡Mamá!

¡Mamá!

Arturo observó el retrato que adornaba la sala principal de la mansión Montecarlo de Mendoza. Era el retrato de una mujer que no se merecía la pleitesía y la adoración que su hijo sentía por ella; pero Alejandro era un niño y él jamás le envenenaría el alma hablando mal de su madre, era mejor que la recordara con cariño, después de todo, Pía estaba muerta…

—No sé por qué insistes en esconder la verdad sobre esa mujer, Arturo, no podrás engañar a Alejandro toda la vida, él crecerá y se dará cuenta de que le has mentido.

Arturo apartó la mirada del cuadro de Pía para ver a su madre.

—Jamás le diré la verdad, mamá. Alejandro no tiene la culpa de haber tenido la madre que tuvo, en todo caso el único responsable fui yo, por necio, por empeñarme en convertirla en mi esposa a pesar de no pertenecer a mi círculo social —respondió el hombre con más brusquedad de la necesaria.

Para Arturo recordar el pasado era como beberse de nuevo el trago amargo de la traición sufrida.

—Te estás equivocando, estás cometiendo un terrible error, Arturo, no hay mentira que dure cien años, no hay nada entre el cielo y la tierra que se pueda esconder y será mejor que Alejandro esté preparado —insistió Sofía.

—No vas a convencerme, sé que todo esto no es idea tuya, Isabel seguramente está detrás de tus palabras. ¡Solamente quise protegerla! —gritó el hombre con enfado.

—Ella no lo entiende así.

—Y tú no estás ayudando, mamá —pronunció tratando de retomar la calma—. Será mejor que olvidemos el tema, no quiero ser grosero contigo y faltarte el respeto.

—No se trata solo de mí, hijo, se trata de Alejandro. Él crece cada día más y su curiosidad puede llevarle a buscar información en las redes, él querrá saber todo sobre ella, ¿Qué le dirás entonces? —cuestionó la mujer.

Arturo se mesó el cabello con frustración. Él había pagado grandes cantidades de dinero para evitar que los medios de comunicación especularan sobre la muerte de Pía, para que el accidente fuese olvidado y borrado de la red.

Sin embargo, era muy consciente de no tener el control absoluto de la tecnología o algún otro medio que decidiera hacer público lo ocurrido, después de todo Pía viajaba con su amante de turno ese día.

—Quizá sería mejor que buscaras una esposa, el niño necesita una madre, Arturo. Una mujer que lo ame y cuide, que llene ese vacío que su verdadera madre jamás hubiese llenado de seguir viva. Mi cariño por Alex es sincero, pero no es suficiente y las niñeras jamás le darán a Alejandro la seguridad que le daría una madre y quien mejor si no es una esposa.

—No quiero saber nada sobre el matrimonio, no estoy interesado en volver a enamorarme —dijo tajante.

—Tengo a la candidata perfecta, hija de una buena familia que goza de tu mismo estatus y que estaría complacida de ser tu esposa y una madre para tu hijo. Piénsalo, Arturo, por favor, no te cierres a la posibilidad. No dejes que el pasado arruine tu futuro y el futuro de Alejandro.

Arturo iba a replicar, pero guardó silencio al escuchar los pasos de su hijo bajar por la escalera con prisa.

—¡Papá! ¡Papá! —gritó el niño mientras corría en su dirección.

—Buenos días, campeón —saludó Arturo, revolviendo los cabellos castaños del pequeño.

Arturo se transformaba casi como un camaleón cada vez que estaba en presencia de su hijo, no podía dejar de mostrarse feliz estando a su lado, él quería compensarlo por todo lo que no podía darle.

Arturo sufría porque no había podido darle una familia en todo el sentido de la palabra, él esperaba que su amor fuese suficiente, aunque empezaba a dudarlo.

—Buenos días, abuelita —dijo caminando para abrazar y besar a la mujer.

—Buenos días, cariño, ¿listo para tu primer día de clases? —preguntó Sofía con una ligera sonrisa.

—¡Síiii! ¡Presiento que hoy será el mejor día de mi vida!

—Esa es la actitud, campeón.

—¡Vamos! ¡No quiero llegar tarde al colegio, es mi primer día y tengo que dar una buena impresión a mi maestra! —gritó el pequeño con emoción.

Arturo miró a su hijo y sonrió. Si no fuera por él, seguramente… se negó a continuar con la línea de sus pensamientos.

—Pues, entonces, ¿Qué esperamos? —preguntó el hombre.

—¡Vamos! —exclamó el niño mientras tomaba la mano de su padre hasta que…—¡Espera, papá! ¡Espera!

—¿Qué sucede? —preguntó Arturo al verlo correr de nuevo a la sala.

—Deséame suerte, mami, hoy es mi primer día en el colegio. Te prometo que voy a portarme bien, para que tú te sientas muy orgullosa de mí —dijo el niño con tanto amor y respeto.

Arturo se mordió el labio hasta hacerse sangre, sentía la ira correr por su cuerpo, pero se abstuvo de hacer o decir algo de lo que podía llegar a arrepentirse.

Alejandro no debía saber jamás que su madre, no era la mujer buena que él le había hecho creer estos cuatro años.

—Se nos hace tarde, campeón —dijo con voz seca y el rostro serio, un rostro que cambió, apenas el niño se giró para volver a su lado.

El trayecto fue un parloteo total por parte de Alejandro, mientras el niño expresaba todos sus miedos, Arturo contemplaba las recomendaciones de su madre. Quizá era momento de pensar en volver a casarse. No necesariamente tenía que ser un matrimonio por amor.

Ese sentimiento no tenía cabida en su vida por segunda vez. Él podía ofrecer su cuerpo y su nombre, pero nada más, la mujer que aceptara su trato sería la indicada.

Después de todo, Pía lo había arruinado para el amor…

Mientras el hombre se ahogaba en sus lamentaciones. Paula Madrigal, esperaba el autobús para dirigirse a su trabajo.

Hoy era su primer día como maestra y rezaba para llevarse bien con todos sus alumnos. Eran niños de siete años y su principal responsabilidad era prepararlos para avanzar a otros grados, una tarea nada fácil, pero que ella esperaba disfrutar en el proceso.

Ella esperaba hacerlo bien, tenía una promesa que cumplirle a su abuelita. Quería comprar su propio departamento y solamente trabajando duro iba a conseguirlo.

La joven maestra dio un brinco al sentir el agua mojarle la espalda. Paula se giró bruscamente para ver el auto de lujo que la empapó.

—¡Idiota, fíjate por donde conduces, animal! —gritó la muchacha a todo pulmón.

Sin embargo, el auto continuó su marcha sin fijarse en ella.

—¿Esos gritos, no eran para nosotros? —preguntó Alejandro al ver lo ocurrido con la chica de la acera.

—¿Qué cosa? —preguntó Arturo.

El hombre elevó la mirada para ver por el retrovisor. Arturo solamente miró la espalda de una mujer junto a algunos ademanes que hacía con la mano.

—Mujer corriente —murmuró volviendo su atención a la carretera.

Minutos después, el auto entró al estacionamiento del colegio. Arturo abrió la puerta del coche, lo bordeó con rapidez para ayudar a su hijo.

—Estoy nervioso —susurró Alejandro.

—¿Por qué estás nervioso? —preguntó el hombre con ternura.

—Soy el único niño que viene solo con papá, mamá no vendrá el día de las madres —la tristeza en la voz del niño, partió el corazón de Arturo.

—Pero mamá siempre estará contigo, campeón, nunca lo olvides.

—Lo sé, papá; sin embargo, no es lo mismo, quisiera tenerla conmigo, como todos los otros niños —dijo paseando la mirada por el recinto.

Arturo se mordió el labio, apretó las manos en dos puños y se obligó a tragarse su amargura.

—Quizá me case…

—No, no quiero otra mamá, ¡yo quiero a mi mamá! —gritó Alejandro antes de salir corriendo en dirección opuesta al colegio.

Arturo suspiró, no había tenido tacto para hablar sobre la posibilidad de darle una nueva mamá, ahora tenía que arreglar las cosas con su hijo.

Era muy posible que Alejandro rechazara la idea y él estaría encantado. No tenía ninguna m*****a prisa para complicarse la vida con otra mujer. Si lo había considerado era únicamente por los consejos de su madre, nada más.

Arturo caminó con pasos lentos, pensando en las palabras correctas que podía decirle a su hijo. Sin embargo, no esperó ver a su hijo llorando sentado en la grama.

—¡Alex! —gritó corriendo para llegar a su lado.

—Me mentiste, papá —susurró el niño con dolor impregnado en su voz—. ¡Me mentiste! —lo acusó el niño en medio de su llanto.

—¿De qué hablas? —preguntó Arturo confundido.

—Hablo de mi madre, dijiste que estaba muerta y no es verdad. ¡No es verdad! ¡Mi mamá está viva! —gritó y sollozó el niño.

Arturo arrugó el ceño sin comprender por qué su hijo decía aquellas palabras.

—¿Cómo qué no es verdad? —preguntó.

—¡Acabo de verla, me has mentido, mamá está viva!

Arturo se quedó de piedra, las palabras de Alejandro le sorprendieron y dolieron por igual.

Paula contempló la escena en la distancia, le parecía que el niño estaba rechazando al adulto, por lo que caminó en dirección al pequeño, podía tratarse de algo grave.

«No te metas donde no te llaman», pensó.

«Eres maestra, el niño puede necesitar ayuda», reflexionó mientras caminaba hasta ellos.

—Buenos días, señor, ¿es usted el padre del pequeño? —preguntó con cuidado de no estar entrometiéndose en una discusión entre padre e hijo.

Arturo se congeló en su sitio, giró lentamente para quedar frente a la mujer.

—Pía… —susurró en tono bajo.

Paula frunció el ceño.

—¿Perdón?

—¡Mamá! —gritó el pequeño, levantándose como un rayo y aferrándose a la pierna de la mujer.

Paula estaba anonadada por la acción del niño, bajó el rostro y le sonrió, ¿Qué otra cosa podía hacer?

—Pía.

La mujer elevó la mirada para encontrarse con los ojos más fríos que jamás había visto en toda su vida...

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