Capítulo 4

«Junto a ti no existe el tiempo, me acaricias al hablar. Te encontre justo el momento, en que tenias que llegar. Hace tanto que te espero. No te lo voy a negar» Patricio Arellano. 

Alex Vidal le contaba a Oliver lo sucedido la noche anterior, omitió lo sucedido con Lola en el elevador. 

—Valiente, mujer —dijo con asombro—. Otra en su lugar habría huido. 

La mirada de Alejandro cambió, ladeó los labios al recordarla. 

—Es diferente. 

—¿Y cómo es? —indagó con curiosidad el joven. —¿Es bonita?

Alex se aclaró la garganta. 

—Tiene una sonrisa muy linda —comentó y de inmediato cambió el tema para mirar los planos del hotel que estaban por construir en la edificación que adquirieron a precio de vaca flaca en Cuenca, Ecuador. 

—Tenemos que derribar toda esta casa, y empezar a construir —indicó Andrew, su amigo arquitecto. 

—Me parece bien. ¿Cuándo empezamos? —indagó el joven. 

—Todo es cuestión de sacar los permisos de construcción en el municipio, pero te aseguro que en máximo quince días nos aprobaran los planos. —Sonrió y estrechó con fuerza la mano de Alex. 

—Perfecto, deseo ir yo mismo a conocer la zona, y mirar a qué más le sacaremos provecho. 

—Alistemos el viaje —propuso Andrew. 

—En un par de días estaremos allá —aseveró Alex sonriendo triunfante. 

—Tengo unas amigas divinas allá —aseguró el joven de ojos color ámbar y cabello castaño. 

Alejandro inhaló profundo, recordó el incidente con aquella mujer, y sacudió su cabeza. 

—No es un paseo —recalcó. 

Cuando Andrew salió, Alex se quedó pensativo, era como si las palabras de aquella mujer le persiguieran. «Busque un psicólogo» se repetía en la mente. 

—No entiendo a las mujeres —balbuceó, y luego llamó a su asistente, y pidió que le buscaran el mejor especialista de la ciudad, luego desistió de la idea, y pensó que la persona adecuada para mostrarle el otro lado de la moneda era, ella, solo necesitaba acercarse y convencerla de llegar a un acuerdo. 

*****

Lola se quedó con Emma unos minutos hasta que la enfermera la hizo salir, entonces aprovechó para ir donde Rose y contarle lo que estaba sucediendo. 

Una vez que llegó, ingresó a la floristería, entró cabizbaja, y con los ojos enrojecidos e hinchados. 

—¿Qué paso con la niña? —indagó Rose apenas la vio. 

—Necesita un trasplante, y es muy costoso —sollozó Lola. 

Rose la abrazó, e intentó consolarla, entonces ella con cabeza fría pensó en una solución. 

—Tengo entendido que en Sudamérica es más económico ese procedimiento.

Lola quitó su rostro del pecho de su amiga, enfocó sus grandes ojos en Rose. 

—¿Cómo sabes? —indagó. 

—Lo leí en un artículo. 

De inmediato Rose tomó su iPad del escritorio y empezó a buscar información.  Entonces miraron que en Ecuador el procedimiento llegaba casi a ciento cincuenta mil dólares. 

—Debo poner en venta la casa de mi abuela —dijo Lola—. Necesito viajar a Ecuador con Emma, lo antes posible. 

Rose parpadeó y la miró a los ojos. 

—Lamento que deshagas de tu casa; sin embargo, es por una buena casa, solo existe un pequeño problema Lola —carraspeó—. No eres legalmente la madre de Emma, sin el permiso de Ricardo, no vas a poder sacarla del país. 

Lola dejó caer su cuerpo en una silla, cerró sus ojos, y liberó las lágrimas; sin embargo, no se iba a dar por vencida. 

—Necesito encontrar a Ricardo —expresó. —¿Averiguaste algo?

Rose asintió. 

—Sí, pero nadie sabe nada, llamé a la policía, hospitales, y no hay razón de ese infeliz —gruñó, y pensó que debía estar con su amante, pero no quería darle otra preocupación a Lola.

No obstante, un par de días después le llegaron a María Dolores unas fotografías de su esposo, junto a otra mujer en una playa de Aruba. 

A Lola no le dio la traición, al contrario, se lo imaginaba; sin embargo, lo que le causó gran enojo fue que él abandonara a su hija enferma, le llamó la atención que tuviera dinero para ese viaje, cuando siempre se quejaba de que no le alcanzaba el sueldo, y le quitaba a ella lo poco que ganaba, pero Lola iba a hacer hasta lo imposible por salvar la vida de la pequeña. Cuando dieron el alta a Emma, la dejó a cargo de Rose, y con ayuda de su amiga, logró viajar a Ecuador, requería constatar las condiciones en las cuales se encontraba su antigua residencia. 

****

Arribó a Cuenca, Ecuador en horas de la tarde, desde el taxi, observaba con melancolía como algunas cosas habían cambiado en su ciudad, instantes más tarde llegó a su antigua residencia, su estómago se encogió y los ojos se le llenaron de lágrimas, al rememorar antiguos recuerdos, de los días más felices que vivió en ese lugar. 

Bajo del vehículo, y arrastró su maleta hasta la entrada principal, miró como el portón de madera estaba envejecido, metió sus llaves y con dificultad abrió la cerradura. 

Observó como la maleza del jardín había crecido, de forma descomunal, se apresuró a abrir la siguiente puerta, pues les tenía pavor a las ratas, y al estar la casa abandonada, era lógico que los roedores anduvieran por ahí. 

Cuando entró a la sala, la garganta se le secó, miró las columnas de madera, talladas en forma de espiral llenas de polvo, las sábanas que cubrían los antiguos muebles de su abuela se veían grises. 

La madera de la duela del piso crujía con sus pasos. Asomó su cabeza en la cocina, y se imaginó ver la figura de una mujer de contextura gruesa de larga trenza plateada, luciendo un delantal de cuadros, cocinando aquel delicioso dulce de leche que a ella tanto le fascinaba. 

—Me haces mucha falta, abuela —balbuceó sollozando. 

Enseguida subió a las habitaciones, el barandal también estaba lleno de polvo, al llegar al pasillo, frente a ella, divisó la puerta de la alcoba de doña Caridad, sin perder el tiempo, ingresó. 

Todo estaba casi igual como lo había dejado, al pie de la antiquísima cama reposaba aquel baúl que guardaba los recuerdos de la señora. Lola notó que ya no tenía el candado, imaginó que su mamá lo había abierto, así que ella levantó la tapa. 

Sus dedos tomaron varias fotografías amarillentas, contempló con cariño fotos del matrimonio de sus abuelos, suspiró profundo y se sentó en la cama para seguir mirando. 

Luego de observar aquellas fotos sacó un libro y de este cayó una foto de ella cuando era niña, presionó los labios al verse como había cambiado. 

Noto que atrás de la foto estaba escrito algo: 

Para Lolita: 

Mi niña querida, muchas veces me preguntaste acerca del amor, nunca pude darte una respuesta certera, porque cada uno lo percibe a su manera, lo que si te puedo decir es que la persona que te ama, debe aceptarte tal cual eres, sin quererte cambiar, deben compartir cosas en común, y lo más importante debe existir una conexión no solo carnal, sino espiritual, cuando hagas el amor con esa persona sientas que el mundo exterior desapareció, pero existe una lección muy importante: antes de amar a otro, primero amate a ti misma, jamás pierdas tu dignidad por ningún hombre. 

Aquella leyenda impregnada en aquella imagen hizo temblar el corazón de Lola. Limpió con el dorso de su mano las lágrimas que mojaron sus mejillas. 

—¿Por qué no estuviste conmigo abuela? —reclamó balbuceando—, me casé con el mismísimo demonio, y he sido muy infeliz —sollozó, y se acurrucó en la cama, recordó como cuando tenía pesadillas solía meterse a dormir con la señora Caridad, y luego de hablar sola, lamentando el error de haberse casado con Ricardo se quedó dormida. 

****

Alex Vidal llegó en la mañana a conocer la edificación que había adquirido para construir su nuevo hotel cinco estrellas. 

Conducía su auto por las transitadas avenidas de la capital azuaya, mientras el frío viento que se adentraba por sus ventanas, y le acariciaba la piel. «Ojos negros by Ricardo Montaner» sonaba en una emisora en el reproductor de su auto, esa melodía le hizo pensar en Lola. 

«Ojos negros en el cielo de una noche fría. Labios rojos que me hablaban y yo no la oía. "¿Tienes cuántos años?", pregunté De repente con una excusa le invité un café»

Esa parte de la canción le hizo caer en cuenta que no había tenido un detalle de agradecimiento con la mujer que lo salvó del secuestro, inhaló profundo y pensó en que apenas llegara a Estados Unidos, iría a verla en la floristería. 

Cuando llegó a la dirección que Oliver le había dado, bajó del auto, y se quitó las gafas del sol, observó la zona por unos minutos, y al ver la afluencia de tráfico y que era una vía que conectaba con la carretera al puerto principal, había hecho un gran negocio. 

Con el juego de llaves que Oliver le entregó, introdujo la que le habían marcado del portón principal, y arrugó el ceño, se sorprendió al ver que no tenía doble seguro, luego se rascó la barbilla al notar como había marcas recientes en el cemento que conducía a la entrada de la casa. 

Entonces al introducir la otra llave, notó lo mismo, no estaba asegurada, el joven se puso alerta, imaginó que al ser una casa abandonada, podía haber algún indigente pernoctando en ese lugar. 

Sus cejas se elevaron cuando notó que no había nadie; sin embargo, las marcas de unas ruedas habían limpiado el polvo que conducía a las escaleras. Sin hacer ruido volvió a salir y tomó su móvil, marcó a Oliver. 

—Me dijiste que la casa estaba deshabitada —reclamó—, y parece que alguien vive en este sitio. 

Oliver frunció la nariz, rascó su frente. 

—En esa casa no vive nadie, yo estuve ahí, te lo aseguro. 

—¡Que extraño! —dijo Alex contrariado, volvió a entrar y escuchó una melodiosa voz que entonaba una canción en la planta alta. 

****

María Dolores había madrugado aquella mañana, luego de ducharse con agua fría, cosa que detestaba, se hallaba cubierta con un albornoz, necesitaba vestirse ir a buscar algo para desayunar y luego salir al supermercado y adquirir los utensilios que necesitaba para limpiar la casa, y mostrársela a los de la inmobiliaria que le habían recomendado. 

Mientras cepillaba su larga cabellera, había colocado en desde su playlist, música, y empezó a cantar, hace mucho que no lo hacía, precisamente cinco años, que su voz no emitía una melodía. 

—Hazme sentir, que soy mujer y que puedo, regalarte mi alma en un suave te quiero, en un tierno beso. Hazme capaz de hacerte soñar, descubriendo la fuerza con que te puedo amar.  Hazme sentir que puedo volar. Hazme sentir que yo puedo llegar a ser tuya…—canturreaba con su dulce voz, como estaba sola, tomó el cepillo en sus manos como si fuera un micrófono, y empezó a moverse con sensualidad frente al espejo, entonces deslizó con delicadeza la bata y esta cayó al suelo, y ella quedó desnuda, sin darse cuenta de que tenía un espectador. 

Lola no había percibido el ruido que hizo Alex al subir, estaba tan concentrada en su concierto que no lo notó. El joven se había quedado en la puerta pues estaba abierta, contemplando el show, hasta que sus ojos enfocaron la figura de desnuda de aquella dama. No era esbelta, ni poseía figura de modelo, pero lo que él miró no le desagradó en lo absoluto. María Dolores era una mujer normal, con un par de kilos de más, que seguramente con ejercicio y dieta podía quitárselos de encima; sin embargo, a pesar de la grasa en su abdomen tenía figura de guitarra, muslos fuertes y gruesos, se los imaginó alrededor de su cintura, de pronto el grito de ella lo sacó de sus cavilaciones. 

—¡Salga! —exclamó con el rostro completamente carmín, Lola se sintió avergonzada, tantas veces Ricardo la había despreciado, llamado gorda, vaca, cerda, y un sinnúmero de calificativos despectivos que la pobre mujer había perdido la autoestima. 

—Lo siento —se disculpó Alex, giró y bajó las escaleras, consternado, y excitado, miró al fondo del gran salón la cocina y se fue a mojar el rostro. Sin embargo, no sabía que era lo que hacía María Dolores en esa casa, y eso lo tenía que indagar. 

****

Lola se quedó petrificada, ver a Alex removió en ella toda esa marea de sensaciones que venía sintiendo desde que lo besó, y precisamente la canción que entonaba estaba dedicada a él, y la forma en las que se tocaba, era imaginando las manos del joven. 

—¡Qué vergüenza! —se dijo así misma, y la misma duda que rondó a Alex, apareció en la mente de ella. —¿Qué hace aquí? —monologó, y de inmediato se colocó la ropa interior, y encima unos leggins negros, una camiseta blanca, y sus tenis del mismo tono que la playera. 

Inhalando profundo, la fuerza de la expectación creció en su interior, entonces salió de la alcoba y se aproximó a las escaleras. 

Alex se encontraba de espaldas, permanecía mirando hacia el jardín, con sus manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros, poseía un cuerpo atlético, era muy alto, su cabello rubio, resplandecía con los rayos del sol, aquel hombre para Lola, parecía una escultura de un dios griego. 

La mujer bajó los escalones y el crujir de la madera, obligó a Alex a girar, sus azules ojos se enfocaron en las formas de aquella mujer madura, esa licra que usaba permitía ver sus bien formadas piernas. 

Las mejillas de Lola se ruborizaron, presionó los parpados al recordar que la vio desnuda, entonces de inmediato habló: 

—¿Cómo entró? —indagó Lola sin titubear—. No comprendo, qué hace aquí —indagó recargándose en el barandal de las escaleras. 

Alex bufó al escucharla, ladeó los labios y sacudió su cabeza. 

—Yo soy el dueño de esta casa —informó con firmeza. 

Los labios de Lola se abrieron en una gran O, se sostuvo de la madera de la baranda. 

—¿Se volvió loco? —cuestionó dubitativa—. Esta casa es mía, yo no se la he vendido a nadie —refutó. 

Alex sacó su móvil y empezó a deslizar su dedo por la pantalla, buscaba con seriedad un correo, fue inevitable que Lola no centrara su atención en esos labios sensuales, carnosos, masculinos, que días antes había probado. 

El joven Vidal levantó su rostro, y la observó atento, sonrió. 

—¿Tengo algo extraño en el rostro? —indagó mostrando su perfecta dentadura. 

Lola sacudió su cabeza. 

—Estoy esperando una explicación —mencionó con seriedad. 

—Hace días mi consorcio le compró esta vivienda a Ricardo Benítez —informó. 

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