Capítulo 4

Dos días después.

Compañía Martilleni.

Fabrizio.

Uno cree que no heredera nada nuestros ancestros, pero viendo mi lado bueno que nadie valora, soy una persona bondadosa. Mi corazón es oscuro, pero tengo pequeños sentimientos y eso, se lo debo a mi madre.

Después de todo no soy tan malo.

He gastado doscientos millones de dólares por las amigas de Alessandra y posiblemente me he buscado un problema con el Capo de Ámsterdam.

Gracias a mí esas alemanas salieron de ese lugar.

Lo sé, soy un gran sujeto.

Estoy esperando a que Alessandro termine su sermón para poder hablar con las invitadas. 

—Por lo menos me hubieras dicho y preparo a Jantine. ¡Fabrizio, me voy a casar en unos meses! ¿Cómo es que compré a una amante? —me ve con mala cara—. ¿Ahora debo protegerla también? Págame, es lo mínimo que debes hacer en estos momentos. Yo no estuve de acuerdo. ¡Me voy a casar, coño! 

Suspiro y veo a las alemanas molestas. ¿En serio? No tienen razón para molestarse. Tendrán protección de la organización.

—Te transferí mientras estabas haciendo tu rabieta —veo a Ada morderse el labio—. Deja de hacer eso. Una dama no debe mostrar nerviosismo en ninguna circunstancia. 

—¿Disculpa? —frunce el ceño, señalo su labio—. Lo hice inconscientemente, es una mala costumbre —suspira y ve a Alessandro—. ¿Podemos irnos? Realmente nosotras fuimos secuestradas en Alemania. En ningún momento estuvimos de acuerdo en ser prostitutas. 

Me río ante su petición. 

—No estás en condiciones de pedir absolutamente nada —responde mi amigo—. Obviando la parte de que me casaré, Fabrizio hizo una obra de caridad y las ayudó a salir de allá.

—¿Obra de caridad? —interviene Cristal molesta—. Nosotras no pedimos que... —no termina la frase y suspira—. Fuimos secuestradas. Lo repito por si no se escuchó la primera vez.

—No sé qué es lo que están tramando, pero Ada me dijo claramente que necesitaban el dinero —hablo seriamente—. Fueron compradas por nosotros y no pueden abandonar este lugar por más que insistan —las miro fijamente—. También pueden pagarnos y regresarnos el dinero, si así lo desean. Tal vez las dejemos libres después de eso. 

—¿Qué? —dicen las dos al unísono. 

—¿Tienen dinero? —pregunto, ambas niegan con la cabeza—. Entonces no hay negociación.

—¡Conseguiremos el dinero! —Ada se levanta exaltada—. No ahora, pero Alessandra nos dijo que podíamos… 

La interrumpo levantándome de la silla para evitar seguir escuchando barbaridades. 

—Se acabó la conversación, Ada —la miro fríamente—. Estoy seguro de que no lo entendiste —hace puño sus manos—. Tengo una reunión ahora mismo, así que espera un poco más para decirte que debes hacer.

Abro la puerta y les hago señas para que salgan de mi oficina. 

—Cristal, no lo tomes a mal, pero no eres mi tipo —la chica se ríe ante la confesión de Alessandro—. Amo a mi prometida y no serás mi amante. 

—Y yo que tenía tantas ganas de ser tu amante —responde con sarcasmo, Alessandro se va enojado de la oficina junto con ella.

—Ada, te quedaras con la secretaria y esperaras por mí. Si te mueves de aquí estarás en un grave problema —intento no ser amenazador. 

—Ni que tuviera más opción —se queja.

Todos salen de mi oficina y me paso las manos por el rostro cansado.

Y ni siquiera es mediodía. 

[…]

Después de la reunión he tenido una idea en mi cabeza. Debo cuidar a la única persona que debe tener información sobre los asesinos de mi hermana menor. Miro por el pasillo y no veo precisamente a esa mujer. Camino hacia la secretaria en un intento de no parecer cabreado y para mi sorpresa, la joven que se sobresalta al ver que la encontré viendo Tiktok.

—Señor Martilleni, ¿desea algo? —pregunta nerviosa.

—Supongo que ese trend está de moda —la miro serio, ella traga grueso—. ¿Dónde está la mujer de cabello castaño que debería estar contigo? 

—Fue a la cafetería. La chica me ha dicho que se moría de hambre —responde asustada. 

Podías haberla dejado morirse… no sé, digo yo.

—Cuando regrese dile que pase a mi oficina —doy dos golpes suaves en el escritorio—. Hablaré con los técnicos para ver cuánto tiempo estuviste sin trabajar. Harás horas extras sin recibir el bono por ellas.

Acaricio mi cuello y me dirijo a mi oficina.

Estoy tan cansado.

[…]

La puerta de mi oficina es abierta y alzo mi vista para ver entrar a Ada con un vaso de Starbucks.

«¿Se moría de hambre o sed?», sonrío ante mis pensamientos. 

Ella toma asiento al verme señalar la silla frente a mí. 

—¿Me esperaste mucho? —asiente mientras toma de su bebida—. ¿Dónde estabas? Te dije que no te movieras de aquí —asiente colocando el vaso en el escritorio—. ¿Dónde conseguiste dinero para comprar? 

Sonríe falsamente viéndome fríamente.

—¿Acaso debía estar deshidratada? —se cruza de brazos—. Le pedí a un empleado que me comprara una bebida. No quería morir por querer tomar una bebida —hago una mueca para no reírme—. Le robé el dinero a tu empleado. Le debes como 10 dólares.

Suelto una carcajada por sus babosadas.

—Tu sarcasmo es gracioso —me mira obvia—. Mientras estuviste paseando, mi Consigliere me envió dos contratos —le muestro la notebook—. Puedes leer con calma, pero debes obedecer las reglas.

—¿Por qué debo vivir contigo? —se queja molesta. 

—Vivirás en un departamento en mi edificio —me defiendo.

Veo como se empieza a molestar más. 

—Debo soportar un poco más a este idiota —murmura, pero la logro escuchar—. ¿Mantener un perfil bajo, ser la cocinera de los soldados? —asiento mientras apoyo mis manos en el escritorio.

—¿O quieres cumplir tu papel de amante conmigo? —me da una mirada matadora y yo río ante su expresión de desagrado—. No te tocaré, no me gustas. Serás vigilada mientras trabajas para mí. Quiero dejar claro que no recibirás un sueldo.

Ella iba a hablar, pero la detengo.

—Iré al grano, Ada. ¿Qué negocios tienes con Alessandra? —frunce el ceño.

—La vida me puso en una situación difícil y por eso debo sacar a mi familia adelante. Ella me dijo que podía ser la médico de su familia. Soy doctora y fui una de las mejores de mi clase. Estoy calificada para el trabajo —me mira avergonzada. 

Le doy una risa maliciosa y vuelvo hablar. 

—Soy el Capo de la Cosa Nostra, una de las organizaciones más peligrosas del mundo. Te he salvado de las garras de un posible enemigo, pero temo que seguirás en peligro constante —me mira asustada—. Solo debes cumplir funciones básicas y sencillas —le muestro el segundo contrato que tenía en mi laptop.

—¿Capo?, ¿líderes de la mafia? —se levanta de la silla y empieza a caminar por la oficina. 

Sonrío ante su reacción.

Es normal, no todos los días tienes el agrado de conocerme de buen humor.

—Te daré doscientos millones de dólares para que te cases conmigo y mantenerte segura —se detiene, me levanto de la silla y la sigo con la mirada—, y cien más serán transferidos a lo largo del tiempo. Solo debes aceptar ser mi esposa y vivir conmigo para que nadie te lastime y te dejen en paz.

Eres un punto clave para dar con el asesino de mi hermana. 

—¿Vamos a engañar a otras mafias? —pasa sus manos por su rostro y me mira con miedo—. ¿Me podré salir después? —murmura—. No me van a matar, ¿verdad?

Tal vez… 

—Probablemente sea yo el que lo haga por haberte dicho quién soy —la miro fríamente, traga grueso dando varios pasos hacia atrás—. Entonces, ¿aceptas mi propuesta? 

Murmurando cosas que no logro entender y con voz temblorosa me vuelve a hablar. 

—Bien —se acerca y su cara de miedo se hace más grande—. No me acostaré contigo y si en algún momento tus enemigos me hacen algo, por favor, intenta cuidar de mí porqué no estoy sola —le tiendo mi mano. 

—No me gustas, te lo dije —estrechamos las manos y se vuelve a sentar—. En la Cosa Nostra estarás segura, fuera, no lo sé —me mira suplicante—. Cuidaré de ti y de los tuyos, tranquila.

—¿Nos debemos lealtad? —la miro obvio—. Quiero saber si seremos solo nosotros y como funcionara esto que vamos a fingir —intenta no parecer nerviosa, pero falla en eso.

—Nos debemos lealtad. La famiglia para mí es lo primero —me siento en la silla—. No me vas a ver la cara de idiota —imprimo la última hoja del contrato y se lo entrego con un bolígrafo—. Los hermanos De Santis son los únicos que saben de esto.

—¿Tú si me puedes ser infiel? —asiento, acomodándome en la silla—. Tienes un concepto errado de lealtad. Si vamos a estar en esto, tengo mis derechos de disfrutar el momento. Me eres infiel y yo también lo seré —agarra el bolígrafo y empieza a firmar—. Se lo diré a Cristal. No creas que me enorgullece hacer esto.

Algo ocultas y quiero saber que es.

—Como quieras, Ada —me levanto de mi lugar y guardo el papel en mi maletín—. Puedes irte con Alessandra. Ella te espera desde hace un rato.

Se levanta y antes de irse me ve.

—¿Sentiste amor alguna vez en tu vida? —logro ver intriga en esos ojos azules, que muestran dolor.

—No te incumbe —me sonríe, la miro con frialdad—. Esto es un contrato con fecha de caducidad, bella. No pongas sentimientos en nosotros porque vas a salir lastimada.

—No te preocupes por mí —agarra el picaporte de la puerta—. Tu boca escupe veneno, pero tus acciones son otras —frunzo el ceño—. También te daré una lista de lo que no puedes hacerme.

Me empiezo a reír.

 —Eres mía, te guste o no —replico guardando el sobre en la caja fuerte—. Disfruta tu salida entre amigas, Ada.

Lanzó la puerta después de salir de mi oficina, suspiro y reviso mi celular, es un mensaje del técnico para avisarme del tiempo muerto de la secretaria en horario laboral. 

Esto probablemente sea una locura, pero necesito tenerla en mi territorio para descubrir que fue lo que sucedió con mi hermana.

El contrato la mantendrá alejada de muchas cosas y le dará seguridad.

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