Cap. 2 – Meter la pata.

El relajante sonido de la ducha me hacía desconectar, dejaba atrás los pensamientos sobre la última misión, todos los capullos a los que tuve que cargarme por ser una amenaza para nuestro país, la reunión que tuve con Lincoln al volver sobre un nuevo cargamento de armas militares, incluso la mamada más que placentera que una de las chicas del club me hizo en la sala de trofeos cuando sólo iba a representar a mi padre a uno de esos eventos que odiaba. Pero fue otro estridente sonido el que interrumpió aquel necesario momento, obligándome a salir de la ducha, colocarme una toalla alrededor de mi cintura y mirar hacia mi teléfono. Contesté secamente, no me apetecía hablar con nadie aún, ni siquiera había pensado en algún plan para aquel calmado sábado.

– Jack – me llamó, intentando captar mi atención. Me miré en el espejo, observando mi cabello aún mojado, lo sacudí un poco con mi mano libre y sonreí hacia mi reflejo. Estaba muy bueno, era perfectamente normal que ninguna mujer se resistiese a este cuerpazo - ¿me oyes, tío? - lo cierto es que no, había desconectado por un momento, para admirar la belleza de mí mismo.

– Es demasiado temprano para tus sermones, James – me quejé, porque sabía que iba a regañarme. Seguramente las cámaras habían captado mi polvo con la rubia el día anterior.

– Me olvidaré del incidente de la sala de trofeos, me desharé de la grabación, pero a cambio quiero un favor – resoplé, molesto, estaba cansado de ese tipo. Sólo lo soportaba porque me caía bien, y coincidíamos en más de un club a la vez. Si no… ya lo hubiese destruido – vístete, pasaré a recogerte en una hora, me acompañarás a un evento en representación del club.

– Paso – contesté, aun sabiendo que eso me condenaría, pero odiaba ese tipo de fiestas.

– No será en el club – me calmó – tendrá lugar al aire libre, en un rancho – sus palabras me llevaron de vuelta al pasado, por un momento me acordé de ella, de su majestuosidad montando a caballo, su sonrisa, y del orgullo de todos los que nos rodeaban, pues ella era la mejor en ese tipo de competiciones, incluso tenía un altar para ella sola en una de las vitrinas del club.

Jamás pensé que acompañar a James a ese rollo fuese a ser tan divertido. No me interesaba el mundo de la hípica en aquel entonces, pues me recordaba demasiado al pasado, y eso removía sentimientos que necesitaba tener fuera de mi mente en ese momento. Porque cuando ella se marchó, todo mi mundo se detuvo, y ya no me interesaba nada que hubiese hecho con ella con anterioridad.

Y allí estaba, vistiéndome como un verdadero cowboy de las películas, sólo por una estúpida apuesta con una chica. Sonreí, divertido, pensando por un momento en su rostro. Tenía la sensación de que la había visto en alguna parte, pero soy demasiado malo para recordar caras, así que lo dejé estar.

¿Quién me mandaba a mí a meterme en tremendo lío? Porfiarla, molestarla, era algo que me gustaba, creaba en mí una satisfacción antes inexistente, quizás era porque era la primera mujer que no había caído a mis encantos, no estaba comiendo de mi mano, y no lucía interesada en mi persona, en lo absoluto.

Ella no era en lo absoluto el tipo de chicas que solía frecuentar, era simple, sin gracia y poco agraciada. Morena, de baja estatura y muy plana para mí.

Molestarla y hacerla sentir inferior, ese era mi único propósito, ganar frente a esa mujer que se había atrevido a porfiarme, a mí, al gran Jackson O’Brien.

Fue complicado subirse al caballo, él no estaba acostumbrado a mí, y viceversa, no parecía ser muy dócil, y me costó bastante dominarlo. Ensayé un poco allí dentro, y cuando salí a la plaza, estaba más que listo para enfrentarme a aquel reto.

Lo primero que hice fue buscarla con la mirada, pero aquella mujer no parecía estar por ninguna parte, no la encontré, y la competición debía comenzar.

Una competición de obstáculos cuando ni siquiera sabes montar a caballo es una m****a, me costó bastante cogerle el truco, y cuando ya pensé que lo dominaba, me caí del caballo, quedando descalificado.

¡Maldición!

James me ayudó a salir de allí, sacudí mis prendas, estaba cubierto de barro, así que nada de aquello ayudaría, olía fatal.

– Le dije que no lo conseguiría – dijo una voz detrás de mí. Era esa odiosa mujer, me volteé a mirarla, no me apetecía nada y más con las malas pintas que tenía en ese momento, pero me quedé sin aliento al verla aparecer. Llevaba puesto un vestido negro que marcaba bien su figura, esa antes inexistente, al estar oculta en su atuendo anterior. Había estado equivocado, tenía pecho, aunque no era ni por asomo a lo que estaba acostumbrado, y su cabello suelto, ondeándose con el viento, me dejaban ver que era una chica más bonita de lo que había supuesto en un principio – a veces es mejor la maña que la fuerza, señor O’Brien – tragué saliva, sin decir nada, no podía decir nada, me había quedado sin palabras, literalmente – quizás debería cambiarse de ropa antes de que coja un resfriado – miró hacia James – hay duchas y ropa seca en los establos.

– Gracias, Lisa – ella asintió, marchándose a las gradas, junto al resto de los dueños, dejándome completamente solo con mi amigo, que tiró de mí hacia las cuadras en ese justo momento.

– ¿Se puede saber dónde coño estaba oculta esa diosa? – me quejé, haciendo que él me mirase con cara de pocos amigos.

– ¡Ni lo sueños, Jack!

Acababa de decidirlo, que haría hasta lo imposible por conseguir a esa chica de rodillas haciéndome una mamada. Sería tan placentero sentirme vencedor, mirar hacia sus ojos, ganando un premio mucho mayor que el placer sexual, eso no era algo que pudiese tener todos los días. Sólo pensar en ello y ya se me ponía dura.

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