06

—Te ves muy mal.

—Estoy muy mal —respondo con desanimo.

Me acomodo más en el sofá y María se sienta en uno de los sillones que componen el mismo.

—Deberías renunciar —propone y yo hundo mi cabeza en el cojín entre mis manos y niego—. Tu madre viene la otra semana, ¿cierto?

Asiento.

—No deberías estar así, la preocuparas.

Suspiro derrotada y retiro el cojín.

Presto atención al techo por unos segundos para tiempo después posar mis ojos en mi amiga, quien me observa desde su lugar. Mis ojos al verla se llenan de lágrimas y esta rápidamente se levanta y se arrodilla frente a mí.

—Oh, Neferet. En serio lo siento, de haber sabido que estarías así ni siquiera hubiera sugerido el renunciar al bufete —niega con la cabeza y al igual que yo, sus pestañas se humedecen por las lágrimas.

—María...

—Te juro que no fue mi intención buscarte un trabajo tan duro. Patrick dijo que buscaban a alguien y pensé que sería un buen lugar, ya que tienes experiencia en esto, pero no pensé que te arruinaría tanto. Lo siento, verdaderamente lo siento.

Negué con la cabeza y me senté frente a ella.

María me tomó de las manos y las lágrimas rodaron fuera de mis ojos y humedecieron mis mejillas. Una tras otra y mi visión se encontró plenamente empañada y mi entonación ronca.

No pude detenerme, puesto que el simple hecho de llorar me provocaba más lágrimas. Patéticamente ese era el caso, en estos tiempos lloraba por todo, por cosas con importancia y otras con no tanta. El estrés acumulado me hace reaccionar de esta manera, o eso es lo que creo debido a que nunca me encontré en una situación similar. Nunca tuve un nudo que apretará tan fuerte mi garganta.

—Renuncia ahora mismo, te ayudaré con tus gastos hasta que podamos encontrar algo mejor.

Nuevamente niego.

—Es que el trabajo no es el problema, María.

—¿Cuál es el problema entonces?

Mis ojos se quedan quietos en su rostro, incapaz de decir más.

—Neferet... —pronuncia mi nombre en modo de advertencia—, dime lo que pasa.

—Es que...

Las aguas saladas, que se habían detenido, una vez más empezaron a sucumbir ante mis emociones.

—Realmente no sé porque estoy llorando —dejo salir un suspiro cansado—, creo que solo necesito tiempo. Todo lo que está pasando en mi vida es algo que no espere; me siento estancada, frustrada, como si todo lo que hago no vale la pena.

Dije cuando los ojos de María mostraron la pena suficiente como para no saber consolarme.

...

—No sabía que tenías pareja, Neferet.

Volteo mi rostro y me hallo con Patrick a mi lado, haciendo lo mismo que yo. Lavando platos, esto es algo que no deberíamos hacer, pero somos muy poco personal y no porque no haya posibilidad de aumentarlo, sino porque esa fue la decisión de mis jefes. Una pareja de ancianos. Igual el dinero extra que recibo por esto no me viene mal.

En total somos seis personas, rotando turnos, repartiéndonos equitativamente quehaceres del restaurante y demás. Hace varios días nos tocó afuera, atender clientes y estar en la caja, hoy nos toca en la cocina lavando trastes mientras que Nia y Leila atienden a los clientes y se encargan de las facturas. Paulo y Celestino son los únicos con un puesto fijo, prepararan la comida y así sucesivamente.

—No tengo pareja —contesto áspera y un tanto distraída.

—¿Por qué me mientes? Me entré a tus redes y me encontré con varias fotos y en etiqueta a un tal Iván... y claramente parecían más que amigos.

—Eres un entrometido —digo con fingida molestia.

Gratamente él es una de las pocas personas que me hace estar tranquila y con ello actuar fresca y en paz. Muy pocas veces me molesto con él.

—Sabes que lo soy, nunca te lo he ocultado —asiento sabiéndolo y este se dispone a continuar—. Ayer fui con unos amigos a beber y uno de esos amigos trajo a un amigo. Bueno... de ahí todo bien, pero de repente uno le pregunta, al colado ese, por una tal Neferet y que le hace la pregunta de qué había pasado con su relación. Yo estoy bien, tranquilo, escuchando todo para después venirte con el cuento, pues tenía tú mismo nombre y según yo iba a ser interesante.

Dejo de lado los vasos que enjuago y me propongo a prestarle la atención necesaria a sus palabras. Esto sin voltear a verlo, solo quedándome quieta con un nudo doloroso atorado en mi garganta.

—El hombre ese responde que terminaron y el otro le pregunta las razones... —escuché como suspiro y tuve que pasar saliva para aminorar aquella sensación de ahogo—. Este le dice que por decisión de ambos y que simplemente ya no funcionaba, todo bien hasta ahí por parte del macho, pero viene mi amigo y se le mete lo mujercita y empieza a hablar pestes de Neferet, esa que ellos tenían en común.

Mi labio tembló.

Quería detenerlo, pero no logré articular palabra.

—Dijo que necesitaba algo mejor, una mujer que a esa edad no quiera tener hijos no vale la pena y muchísimas burradas más, que mejor me las guardo... ¡es que Saul es un estúpido! —se exaltó y yo salté en mi lugar por su acto repentino.

Lo miré y me percaté de que sus ojos estaban puestos en mí, y eso no aminoro las ganas de mandarlo a callar para que de esta forma mis emociones se mantuvieran a raya y mi vergüenza por igual. Sé que habla de Iván, conozco a Saul. Detesto a Saul.

El mundo es tan jodidamente grande, entonces... ¿por qué pasa esto? Incluso este hecho me hace odiar aún más a Saul. Maldito.

—Cuando quise contactarme me di cuenta de que no tengo ningún tipo de contacto contigo, así que decidí buscarte en F******k y para mi desgracia te encontré y ahí me di cuenta de que hablaba de ti. Neferet.

—Oh, ¿es así?

Me maldije interiormente cuando mi voz salió ronca y temblorosa.

—Si te hace sentir mejor, él no se quedó callado, te defendió y mando a callar al tipo ese —asentí y sonreí, no quiero verme patética.

—Yo no volveré a hablarle, hasta lo borré de mis contactos e Iván creo que tampoco. Se molesto mucho.

—Era su deber, me lo debe —masculle inconscientemente, dándome cuenta de mi desliz carraspee y proseguí a decir—:  bueno, agradezco que me hayas contado. Se me había pasado por completo eso de que debo borrar algunas fotos.

Entoné en un intento de sonar graciosa, no dolida, sino bien.

—Si quieres te ayudo —propuso.

—Eso sería genial, ahora continuemos.

Empecé a enjuagar otra vez los trastes que este me iba pasado.

Pase varios minutos en este labor o quizás más, a medida que mis pensamientos nocivos se adueñaron de mi mente. Viendo en cómo mi vida dio un cambio radical, convirtiéndome nuevamente en eso que luche en dejar ser y viendo en lo bajo que he caído por la soberbia. Aunque nunca se sabe cuál camino sería peor, el humillarme ante ese par tampoco era la mejor opción.

—Neferet, alguien te busca.

—¡Neferet te llaman!

Abrí mis ojos asustadas ante aquel estallido.

Miré a mis alrededores y tanto Patrick como Nia se quedaron observándome silenciosos.

—Nia... ¿cuándo llegaste? —pregunté azorada.

Me reprendí mentalmente ante mi comportamiento. Yo después de Carina y Julio, mi jefes. Soy la mayor de todos, siempre he sido confiada al hablar y desde que llegué aquí no he dejado de desvariar.

—Vine a avisarte, alguien allá afuera está buscándote.

—Entiendo, iré en unos instantes —dije adornando mi característico tono infalible.

Dejé todo en su lugar y me sequé las manos para hacerme camino fuera de la cocina, como todos los domingos, el lugar se encuentra atestado de personas, pero todo estaba en su lugar y todos disfrutaban su comida y buen trato.

Crucé la puerta principal y busqué con la mirada algún rostro conocido.

—Señorita.

Mi cara se giró tan deprisa ante aquella voz que se escuchó a mi costado, que un dolor paralizante en mi cuello me dejo inmóvil.

Coloqué una de mis manos en mi cuello y una mueca en mi rostro fue lo que recibió en vez de un saludo, aunque claramente no estaba en mis planes darle la bienvenida. Ni siquiera le pude echar un vistazo porque el dolor se llevó toda mi atención.

—¡Neferet!

Unas manos calientes se situaron encima de las mías y rápidamente pude reconocer la fragancia de vainilla que a María le gusta ponerse.

—No me digas que te rompiste el cuello.

—No exageres, solo es un calambre —reprendí entre dientes.

El dolor fue disminuyendo después de varias palmadas.

—Ya está mejor —murmuré y aparte tiernamente sus manos, mientras me dispuse a hacerme un automasaje con movimientos ascendentes y descendentes—. ¿Mocoso?

—¿Qué? —María pregunta sorprendida y prosigue a señalarse.

—No, no tú. Él.

María deja de lado su drama y desvía su atención a ese él, y tal como yo, se halla con el mocoso coqueto observándome con más interés del que debería.

—Entonces, Neferet... —pronuncia despacio—, ese es tu nombre.

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