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Ibrahim bajó del coche y se sacudió la tierra de los bajos de los tejanos. Aspiró el aire sonriendo un poquito al recordar el olor de la carne putrefacta mientras la enterraba. Ezequiel le había encargado llevarle a aquel crío. Vivo. Podía ser portador del preciado gen que tanto necesitaban. Él también era un inmortal y sabía que le quedarían unos treinta años de plenitud física y después… después, poco a poco, llegaría el deterioro físico y los dolores.

La peor parte iba a ser dar con la habitación del híbrido ayudado tan sólo por la foto que aparecía en su móvil, tomada por los periodistas que le habían estado haciendo la entrevista sin saber que, de esa forma, le condenaban a las garras del hombre sin dedos.

Se dirigió con paso seguro hacia el hospital. Bien, no iba a preocuparse, no creía que

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