En Puenteviejo, hace años, sucedió una terrible desgracia en una fábrica que ha marcado el futuro de siete adolescentes. Dados en adopción, repartidos en distintos hogares y sin recuerdo alguno de su pasado, un médico los está buscando para reunirlos antes de cumplir los dieciocho años, momento en que sufrirán una terrible transformación de la que ellos desconocen todo.Descubre la leyenda del hombre sin dedos que une a estos siete adolescentes.
Leer másEstaba seguro de haber escuchado un pequeño grito. Pasaba por la entrada de una calle que sabía que no tenía salida y no había ni una sola de aquellas herrumbrosas farolas de luz pobre que alumbrara para poder ver lo que sucedía al final de la misma.
Martín tiró el cigarrillo que estaba fumando y se detuvo mientras metía las manos en los bolsillos. “No se te ha perdido nada ahí” pensó.
Se mantuvo quieto y alerta a la entrada de aquella calle. Su oído era bueno, muy bueno. Se había dado cuenta desde que a los doce años abandonara a su familia adoptiva y se uniera a una de las bandas callejeras de la ciudad. Años de golpes por parte de su padre adoptivo le habían vuelto un chico duro y espabilado y no le llevó mucho tiempo adaptarse.
Todos se dieron cuenta, en seguida, de su habilidad a la hora de intuir la presencia de otras personas y su capacidad para captar sonidos que a otros se les pasaban desapercibidos, así que le usaban para “dar el agua” cuando cometían asaltos en las casa de los adinerados que vivían en los barrios lujosos de las afueras.
“Date el piro, Martín”, se dijo a sí mismo. Sin embargo, enfiló calle adelante con paso lento y silencioso mientras escuchaba los gemidos y las súplicas de la mujer, cada vez más cerca.
Sus ojos habían ido adaptándose a la oscuridad y ahora podía ver que un tipo alto, de espalda ancha cubierta por una sudadera negra harapienta, mantenía a una chica contra la pared.
Martín comprendió, al momento, que aquel tipo estaba tratando de violarla. Llegó hasta él, colocándose de forma sigilosa a escasos centímetros, y le golpeó ligeramente en un hombro.
Las nubes se movieron empujadas por la brisa ligera de la noche en el momento en que el tipo se dio la vuelta y dejaron al descubierto una luna llena brillante, absolutamente blanca y despejada en el cielo.
La luz plateada permitió a Martín ver el rostro asustado de la muchacha. Aparentaba unos veinte años y sus ojos oscuros se clavaron en los de Martín y a él le pareció que su miedo no se debía sólo al abuso al que estaba a punto de ser sometida.
Aquel segundo de distracción fue suficiente para que el tipo clavara la navaja que usaba para amenazar a la chica en el hígado de Martín.
Se mantuvieron abrazados unos segundos. Un pinchazo caliente recorrió la cadera y el vientre de Martín, pero, aun sabiendo que tenía el acero dentro de su cuerpo, no sintió miedo.
El tipo le soltó empujándole ligeramente para extraer el filo de la navaja. La muchacha se había dejado caer al suelo, con la espalda pegada a la pared de ladrillo.
Martín y el de la sudadera harapienta se miraron cara a cara, bajo la luz blanquecina de la luna.
El rostro de Martín estaba pálido y el tipo sonrió mostrando unos dientes blancos perfectos. Aquello se hizo raro, no era algo común en aquel barrio y menos entre los delincuentes.
Martín levantó las cejas extrañado y el otro pensó que era el estupor que debía causar la muerte al llegar.
La muchacha comenzó a llorar con grandes hipidos, como si también pudiera presentir la muerte y aquello supusiera que su propia salvación había quedado truncada para siempre.
El tipo se giró a mirarla. Cuando volvió a dirigir su mirada hacia Martín, recibió su puño cerrado en una de las mejillas. Las manos de Martín le tomaron la cabeza por encima de las orejas y tiraron de él mientras le lanzaba lejos de la muchacha.
Ella se pegó un poco más a la pared.
Martín avanzó hacia el tipo, que se incorporaba. Una de sus manos se tocó la herida de la navaja y miró la sangre chorreando por sus dedos.
—Estás muerto, cabrón —dijo el otro, mientras le miraba.
Martín sonrió un poco.
—No es así como me siento.
Le golpeó violentamente en la cabeza con su bota militar, sin dejar que llegara a levantarse.
Martín se acercó de nuevo a él, que se arrastraba por el suelo. Se puso sobre su espalda y le enganchó del pelo mientras le levantaba la cara hacia el cielo.
La luz de la luna le golpeaba en el rostro. La nuez subía y bajaba en su garganta. Gotas de sangre del cuerpo herido de Martín se derramaban sobre la sudadera negra.
La mente del muchacho se llenó de imágenes de su vida en familia. Su padre y una toalla mojada. Su padre y un cinturón. Su padre y una bolsa de plástico.
Pensó en lo fácil que le resultaría sujetar la cabeza de aquel tipo y retorcerle el cuello.
La muchacha se había levantado y avanzaba hacia él.
Martín, sin mirarla, extendió un brazo hacia atrás con la mano abierta indicándola que se detuviera.
Soltó el pelo del tipo y la cara de éste se golpeó contra el asfalto de la carretera.
Se apartó unos pasos de él y se volvió a colocar la mano sobre la herida.
La muchacha caminó hacia él con el rostro inundado de miedo y sorpresa. Apenas le salín las palabras.
—Tienes que ir a un hospital. Hace rato que deberías estar muerto…
El ambiente era festivo.Tres semanas después de la muerte de todos los hermanos de Ezequiel, Pablo, por fin, podía cerrar el ciclo.Aquella mañana se había levantado temprano. Erika dormía a su lado. Hacía una semana que sucedía así y tres días que todos los transformados habían salido del hospital. El último de ellos había sido el padre de los mellizos.Pablo acarició el rostro de su esposa sin apenas tocarla, sin querer despertarla, pero, aun así, ella abrió los ojos. Ya eran totalmente humanos.Solo dos días antes, Pablo había preparado las dosis y todos los transformados habían pasado por su laboratorio. Nuria sostenía el censo que habían elaborado y en el cual estaban registrados todos los transformados de La Colonia, incluidos los cachorros y el bebé aún non nato de Milita.Pablo les hab&ia
Pablo le colocaba a Erika un mechón de pelo tras la oreja. Sus ojos estaban enrojecidos por el llanto y eso la hacía parecer completamente humana, ni rastro del aquel fondo vacío que identificaba a los transformados.Aquello le hizo recordar a Pablo que tenían que volver a la realidad, bajar de la nube en la que se encontraban ahora que habían vuelto a encontrar a sus familiares y ponerlos en tratamiento, dejar que se recuperaran y poder inyectarles para que, en parte, pudieran recuperar su vida normal.—Vais directos al hospital, cariño —le decía Pablo a su mujer—, al menos os llevará una semana recuperaros, estáis desnutridos y deshidratados, sería muy peligroso procuraros la mortalidad en este estado. Tenéis que poneros fuertes.Erika asentía. Las ambulancias y autobuses de la unidad médica habían ido fletándose hacia la capital con los t
Daniel le localizó apenas atravesó la puerta.Aquel hombre era el que le había asegurado que tenía una hermana melliza y que él estaba seguro de ello porque era su padre.Entonces él se había ido, no le había creído. Se había sentido incómodo, confundido, un poco raro. Le había despreciado, había sentido hasta asco ante aquel hombre hecho un despojo.Los médicos revoloteaban a su alrededor.Daniel apretó la mano de Angélica y ella posó la mirada sobre el hombre acuclillado con el gesto asombrado ante aquel despliegue de personas a su alrededor.Angélica tiró de Daniel. El corazón golpeaba contra su pecho como las noches que había sufrido pesadillas ignorando el porqué de aquellos sueños.El hombre la localizó entre los giros de sus ojos asustados y los dejó quietos sobr
La organización no fue fácil. Las emociones estaban a flor de piel y todos tenían razones para sentirse excitados y nerviosos.Pablo trataba de contenerse, pero le temblaba la voz cuando le pidió a Nuria que fueran organizándose para partir hacia la mansión de Ezquiel, en busca del resto de transformados, mientras él y Raúl se acercaban al pueblo para avisar al alcalde y pedirle que se habilitara una zona en el hospital para recibir a los transformados. Martín junto a Ibrahim volvía a la cueva en busca de su padre, juntos le trasladarían hasta el hospital.Fredo García, el alcalde de Puenteviejo, escuchaba impactado la historia que Pablo le relataba. A cada una de sus peticiones asentía con la cabeza. Finalmente avisó al equipo médico de la capital que se puso a disposición del doctor.Diez unidades móviles de urgencias saliero
Pablo vio llegar a los seis guardias que custodiaban la puerta principal a La Colonia, caminando delante del grupo de transformados hermanos de Ezequiel. Las tres mujeres que habían salido por la puerta trasera venían con ellos.El mundo se cayó a los pies del doctor. No acababa de asumir que el hombre sin dedos estaba muriendo en los brazos de Daniel cuando le escuchó al muchacho pronunciar aquella frase “….igual que siempre ha sido una mentira que yo sea tu hijo.”Vio cómo se abrían los ojos gastados de Ezequiel, para luego dejar salir un sonido gutural, como un estertor, y dejar caer la cabeza inerte hacia atrás.Los transformados habían ido rodeando al hombre sin dedos y a Daniel. Las mujeres se habían ido hacia el doctor, Angélica y Milita.Pablo entendió que los transformados no venían a atacarles.Jandro, Raúl y Efrén llegaban
Jandro se detuvo muy cerca de la puerta de entrada a La Colonia, totalmente desconcertado. El olor le devolvía al punto de partida.Raúl y Efrén llegaron tras él y se detuvieron igualmente confundidos, pero sin querer cuestionar a su amigo.Jandro se volvió hacia ellos.—Me dirige de vuelta.Volvió a mirar hacia la puerta y entonces vio la torre de vigilancia vacía y estuvo seguro de que no se había equivocado.Ezequiel sintió el metal entrando en su cuerpo. Notó cómo se rasgaba la piel, como si acabaran de hacer fuerza en una tela de lona hasta atravesarla, incluso le pareció escuchar el sonido que hacía. Y supo que algo no iba bien.Cuando se había despertado y había escuchado ruido en la cavidad que usaba como habitación en la cueva había tardado unos segundos en localizar dónde se encontraba. Era algo que ja
Último capítulo