Capítulo 4

Ingresamos a casa, riéndonos. Valentín no dejó de decir tonterías durante todo el trayecto —que fue poco para suerte de ambos—, sus chistes malos casi me desarman de la risa mientras corríamos como locos bajo la lluvia.

Cerré la puerta como pude porque él me sujetó de la cintura nuevamente, haciéndome leves cosquillas en la zona. El agua se escurría de nuestras ropas, mojando el piso, terminamos completamente empapados. La fricción de nuestro contacto causaba estragos en mi cuerpo. Más allá de la risa, algo más se apoderaba de mí. Resté importancia. No era momento para pensar en nada.

—Basta —pedí—. Te aprovechas porque… tienes más fuerzas que yo.

Me removí entre sus brazos, ocasionando una risotada de su parte.

—No, no pararé —musitó, casi sobre mi cuello.

Su aliento cálido chocó contra mi piel. El jolgorio siguió entre los dos.

—¿Bella?

La voz de mi madre apagó toda risa. Como pude, me separé de Valentín, sus brazos abandonaron mi cuerpo. Sentí frío.

Irónico.

—M-mamá —titubeé—. Él es…

—Valentín —interrumpió ella, con un tono suave—. Vamos, entren. Están empapados, tienen que secarse, pueden enfermar. Vamos, ¿a qué esperan?

Asentí, viendo por el rabillo del ojo a Valentín. Pude apreciar su rostro entre confuso y sorprendido.

Supongo que tendré que contarle el por qué mamá dedujo quién era él y, la realidad, muy dentro de mí, la vergüenza comenzaba a florecer.

Nos dirigimos a mi cuarto bajo la atenta y risueña mirada de mamá, supongo que a ella también le debo una extensa explicación.

Busqué algunas prendas para Valentín —daba gracias por tener ropas un poco holgadas y no tan femeninas—, también una toalla y le indiqué dónde quedaba el baño, no sin antes decirle que una ducha tibia no le vendría mal a lo cual asintió con una sonrisita.

Mientras él usaba mi baño, yo usurpé el de mamá. 

~*~

Dejé a Valentín en la ducha. No era como si lo hubiese visto, no. Simplemente le dije, a través de la puerta cerrada, que cuando terminase lo esperaría en el living. Aprovecharía para conversar con mi madre y contarle todo.

La hallé en la cocina.

—Estoy muy contenta —enunció mientras preparaba café con leche. Le conté todo lo que pasó con Valentín —. Con solo verte sé que ese chico ha logrado algo muy grande en ti.

—Solo seguí tus consejos, mamá —imperé—. Y sí, tenías razón.

—Pues ya ves… —Acarició mis mejillas—. Ahora ya tienes novio y es un muchacho muy apuesto. Por cierto, que yerno más guapo tengo.

—¡Mamá! —exclamé, dejé que la vergüenza tiñese mi rostro—. Que no es mi novio.

Agarré la charola y nos dirigimos al living. Acomodé las cosas sobre la mesita y ambas nos sentamos en el mullido sofá.

Di una mirada rápida hacia las escaleras, el supuesto yerno guapo no daba señales de querer bajar. Nos quedamos unos —no sé cuántos en realidad— minutos en silencio. Meditaba lo que sucedió y en las palabras de mi madre.

—Debería de serlo —comentó, sacándome de mis pensamientos—. Tal vez alguien más te gane.

—No, nadie ganará a nadie. Valentín es…

—Disculpen la demora —dijo una voz, muy conocida para mí. Observé a mamá y en cómo miraba al chico. Había algo en su mirada color gris, algo cálido—. Señora, le pido perdón por haber irrumpido en su casa, sobre todo por demorar a su hija —Hizo una pausa que me pareció eterna—. Sobre todo le pido disculpas porque por mi culpa nos hemos empapados.

No sabía si reír o llorar o salir despavorida.

Quedé quieta, observando a Valentín de pies a cabeza, disimuladamente por supuesto. Llevaba puesta mi ropa, las más holgadas que tenía y que no eran femeninas. Le quedaba algo ceñida al cuerpo y me percaté de algo nuevo. Su completa anatomía era algo digna de admirar; sus musculosos brazos, abdomen, piernas, todo muy definido, aunque, por tenerlo de frente, no podía ver la parte de atrás. Es decir su… espalda.

Dios. Qué vergüenza.

—Ten, Bella —Desvié la mirada del chico y me centré en mamá que me alcanzaba, ¿una servilleta? Fruncí el ceño—. Para la baba —especificó. Por primera vez, en toda mi vida, anhelé que el piso se abriese y me tragase completita—. Y tú —Se dirigió a Valentín—. Nada de disculpas. Eres bienvenido cuando quieras y, por favor, nada de señora, soy Emma. Puedes tutearme.

No quise levantar la mirada de la alfombra, era lo más entretenido que ver a cualquiera de las dos personas que estaban ahí.

No sé muy bien cómo explicar lo que aconteció después. Un breve resumen sería: mi madre y Valentín charlaron como si de verdad se conociesen de toda la vida. Hubo química desde que lo presenté correctamente —como un amigo— mientras disfrutábamos de unas deliciosas bebidas caliente. Ver a mamá tan feliz, riéndose, contando sus historias, escuchando como el chico le relataba que llevaba más de un año y cuatros meses enamorado de mí, su insistencia, sus ocurrencias… En fin, se contaron la vida completa. Todo sucedía mientras solo podía pensar una y otra vez lo que había ocurrido un par de horas antes con Valentín.

¿Qué era lo que me pasaba? ¿Qué era el extraño sentimiento que crecía dentro de mí? ¿Qué pasará luego? ¿Y si me lastima? Y lo peor, ¿qué decisión tomaría él al enterarse de mi verdadera historia? Porque sí, mamá le contó absolutamente todo. No fue sencillo recordar cómo fue mi vida de niña, cómo crecí, cómo sobreviví.

Después de varías insistencias por parte de mamá, Valentín aceptó quedarse a cenar. La velada transcurrió en un ambiente cálido. La atmósfera fue… familiar. Me sentí muy querida. Había pasado tanto tiempo con un corazón gélido, aislada de todo y todos, aunque yo seguía siendo la misma porque la excepción solo era Valentín y era tan extraño que la tibieza aflorase nuevamente dentro de mí. Los sentimientos despertaban y todo era por Valentín.

~*~

Luego de recoger la mesa, mi madre nos preparó leche con chocolate caliente que acompañamos con galletas caseras. Los tres nos reímos y charlamos de todo un poco.

Mamá se “disculpó” con nosotros, poniendo como excusa que mañana tendría que levantarse temprano para ir a visitar a una amiga a no sé dónde; por lo tanto, los dos nos quedamos completamente solos en el living. Lo único que se escuchaba era la fuerte lluvia. Afuera era un diluvio.

—Tu madre es la mejor —profirió—. Eres muy afortunada, Bella.

—Creo que sí —Dibujé una sonrisa tímida. Había dicho mi apodo—. Bueno, ahora sabes toda mi historia y no sé. Quiero decir, supongo que no esperabas que fuese bisexual y que haya vivido tantas cosas.

—Pues no —imperó, no quería mirarlo—. Eres increíble —Buscó mi mirada—. Yo no hubiese soportado todo lo que tú, eres digna de admiración y debes de sentirte muy orgullosa por ser quién eres. Mi corazón no se equivocó, ahora tengo muchos motivos más por los cuales amarte —Sonrió con ternura—. De hecho, ahora te amo mucho mas, ya no podré seguir viviendo sin ti. Ya no podré alejarme de tu lado —Encarceló mi mano derecha y entrelazó sus dedos con los míos—. Por favor, no quiero separarme de ti.

—Tal vez sea mejor que…

—Quiero que seas mi novia —musitó, rozando sus labios con los míos, ahogando las palabras que iba a decir—. Quiero tenerte cada día conmigo y no aceptaré una respuesta negativa.

—Eso es trampa —murmuré—. Además, no puedo aceptarte porque no sé mucho de ti. Nos tenemos que conocer más, ¿no lo crees?

—Eso lo soluciono ahora mismo —inquirió—, pero primero necesito besarte.

Terminó por acortar los pocos centímetros que nos separaban, uniendo nuestros labios en el más dulce de los besos.

Después de unos cuantos muchos besos, Valentín me relató cómo era su vida; sus padres trabajaban en una empresa dedicada al rubro de bienes raíces. Hijo único. Escucharlo hablar sobre sus ex novias no fue nada… fácil. Tampoco es como si yo no hubiese tenido novias y novios en el pasado, solo… No puedo explicar la sensación de celos que se apoderó de mí. Lo único que puedo asegurar y decir, con la mayor felicidad, es que acepté ser su novia.

(…)

Los posteriores días fueron sencillamente increíbles, incluso comencé a ser un poco menos distante, comenzando con algunos compañeros de clase. No todos resultaron ser como alguna vez pensé, aunque había algunos que seguían hablando mal de mí, sobre todo un grupito de chicas. Sin embargo, ese tipo de persona siempre existirá y contra los rumores insanos no había nada que yo pudiese hacer, solo comportarme indiferente. 

Descubrí que mi novio era un poco celoso. Cada que podía, me abrazaba, me besaba, me decía cuantas palabras dulces, y bastantes clichés, delante de todos nuestros compañeros. Sus constantes «te amo» iban desde susurros en mis oídos a gritos por el pasillo. Cuando fue mi turno de decir esas dos palabras que conllevaban mucho más que cinco letras, la emoción que lo invadió y la alegría hicieron que mi ocurrente novio saltase y gritase como todo un demente en medio del campus, ganándose las risas de alegría de muchos, las miradas enternecidas de otros, los insultos de pocos —por gritar en un lugar que no se debe—, las burlas de otros pocos porque él se había fijado en la chica bisexual y rarita, pero lo más importante, se ganó un enorme abrazo y un beso ansioso de mi parte en el cual le transmití todo el amor que sentía por él. Porque, sencillamente, se ganó mi corazón, aquel que al principio era tan gélido y ahora latía con vida, con calidez y todo por él… Mi novio.

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