2-El ejercicio de las risas.

Rosaura:

El programa Dulce Paraíso estaba bien para alguien que tuviese 90 años, que quisiese relajarse y despejarse de la ciudad, no para mí.

+ 6:00 – Meditación en la Sala Cisne (una enorme terraza frente al mar).

+ 7:30 – Clases de yoga (nos estirábamos aquí y allá, intentando hacer las difíciles posturas que el profesor nos enseñaba).

+ 8.30 desayuno libre.

+ 9:00 Recorrido de las saunas de la Garza.

+ 12:00 – Clases de bailes con el viento, en la Sala del Águila (nos ponían música clásica y teníamos que bailar lo que nos indicase la música, lo que nos apeteciese).

+ 14:00 – Comida.

Luego teníamos unas horas para hacer lo que nos apeteciese o más bien para reposar la comida.

+ 16:00 Espectáculo de Dumbo, el elefantito volador (un espectáculo de payasos y un tipo vestido de elefante, haciendo el tonto. Al final, todos acabábamos riéndonos).

+ 17:00 clase de intercambio en la Sala Gorrión: Hablamos sobre un pensamiento negativo e intentábamos cambiarlo por uno positivo.

+ 18:00 gimnasia en la piscina Petirrojo.

+ 19:00 Charla del instructor sobre “La Vida Es Bella” su nuevo libro, en la sala Bengalí citándonos varias frases, recomendándonos libros que leer, audiolibros, y música que calma la mente. (Me parecía de lo más curioso que en esa sala hubiese jaulas con pájaros rojos que cantaban de vez en cuando)

+ 20:00 meditación en los jardines Pavo real (para dejar los pensamientos fuera del recipiente corporal, así lo llamaba él. Podías encontrarte a los pavos reales campando por allí, a sus anchas)

+ 21:00 La cena.

En eso se basaba el programa.

No estaba nada mal, podía acostumbrarme a esto, a pesar de lo raro que me parecían los métodos del profesor, la disposición de las aulas, los raros nombres de las salas, lo de los espejos y un montón de cosas más. Pero, lo cierto, es que no era nada de eso lo que me estaba ayudando a desconectar, si no Noah.

Me parecía un chico de lo más interesante, a pesar de que no hablábamos mucho sobre nuestras vidas fuera del programa, lo cierto es que me caía bien. Y eso es raro, porque suelo ser muy exigente con la gente a la que dedico parte de mi tiempo.

Él era guapo, aunque no era mi tipo, en lo absoluto, yo los prefería rubios, y él era moreno, nariz regordeta, cejas pobladas, ojos grises, con una ligera barba recorriendo su piel y labios carnosos. Era de esos chicos fuertes que se obsesionan con su cuerpo. Pero no era nada de eso lo que llamaba mi atención, si no su forma de ser, era tan intenso como Carmen, y eso me agradaba.

  • … y entonces lo vi, todas las fotografías que había hecho con esa vieja cámara eran todas sobre mí – le explicaba, hablándole sobre Carmen, en el último viaje que hicimos juntas, a Barcelona, unas semanas antes de que la internaran en el hospital. Tenía cierto destello en los ojos al hablar de ella, justo como él pudo apreciar - ¿por qué no había captado nada en todo el viaje?

  • Te había captado a ti – contestó. Asentí, me estiré hacia atrás, dejando caer las manos sobre la cálida piedra, bajo aquel sol que ya empezaba a picar, mirando hacia el mar. Hacía un precioso día, eso era cierto, pero estando en aquel complejo apenas podíamos disfrutar de la vida – La echas de menos, ¿no? – sonreí, con melancolía. No necesitaba decir nada, él lo sabía, a pesar del poco tiempo que me conocía.

  • Es que no es justo, joder – me quejé, en voz alta, por primera vez en semanas. Asintió, sin decir nada – sólo era una niña, tenía toda la vida por delante, ¿por qué…? ¿Por qué Dios me la arrebató?

  • Yo también estoy enfadado con él – aseguró, señalando hacia arriba. Torcí la cabeza para mirarle – A veces pienso… que disfruta con nuestro sufrimiento. Sólo somos marionetas para él, seres inferiores con los que jugar, somos como … como malditos Pinipons en sus manos – sonreí, apartando la vista de él, fijándome en la hierba que crecía a nuestro alrededor, y a algunos pavos abriendo su plumaje, mostrando su esplendor.

  • Carmen no quería que guardase este rencor dentro – añadí – Era más creyente de lo que yo nunca lo fui, y solía decir que Dios la había elegido por una razón.

  • Yo nunca fui muy creyente ¿sabes? – contestó, guardándose las manos en los bolsillos de su sudadera, estirándola, algo cohibido – Todo ese tema de que hay un ser superior que no está mirando… me siento como si viviese en la puta casa de Gran Hermano, o algo.

Nos quedamos en silencio, durante un rato, pero no fue incómodo, era reconfortador. Estábamos cerca, y su olor a madera y almizcle, esos tonos de su perfume, me embriagaban casi por completo.

  • Basta de hablar de cosas tristes – rogó, de pronto – el ejercicio de más tarde es reír, así que deberíamos ir calentando, ¿no crees? – no dije nada, sólo torcí un poco el gesto, en señal de que me daba igual - ¿Qué te hace reír? – quiso saber.

  • Ahora mismo no se me ocurre nada – Sonrió, acercándose un poco a mí, mientras yo me echaba hacia atrás, preguntando algo:

  • ¿Tienes cosquillas? – me levanté en acto reflejo, asustada, antes de que hubiese intentado nada, sorprendiéndole. Se elevó, posicionándose frente a mí.

  • ¡Ni se te ocurra! – levantó las manos, indicándome que iba en son de paz – Odio las cosquillas – sabía que quería saber la razón, con sólo una mirada ya me lo estaba indicando.

  • Caminemos juntos, ya casi es la hora de la próxima clase – asentí, empezando a caminar, a su lado, mientras le escuchaba hablar, de nuevo – Cuéntamelo.

  • Mi mejor amiga me hizo cosquillas, tantas que terminé en el suelo, sin poder parar de reír, meándome encima – se sorprendió tanto que se quedó con la boca abierta, rompiendo a reír después.

  • Ahora debo confesarte algo vergonzoso para que estemos en paz ¿no? – me encogí de hombros. Era una estúpida norma que él había puesto el día anterior – me da miedo la oscuridad – abrí mucho los ojos, con sorpresa – cuando era pequeño me quedé encerrado en el cobertizo de mi tío, estuve ahí todo un día, hasta que mi hermano Francis vino a buscarme.

  • A Carmen le sucedía algo parecido – le dije – por eso todas las noches, le dejaba una luz fluorescente encendida, para que pudiese dormir. Tenía la extraña sensación de que alguien la separaría de mi lado por la noche.

  • ¿Cómo era ella? – quiso saber, justo cuando entrábamos a la recepción del hotel, siguiendo hasta los ascensores - ¿tenía el pelo rubio como tú?

  • Tengo una foto en la habitación, ¿quieres verla? – sonrió, en respuesta. Caminamos hacia mi habitación, la abrí, mientras él esperaba fuera – pasa – le dije – no te voy a morder – abrí el primer cajón de la mesilla de noche, sacando una foto de Carmen, en la que no debía tener más de cinco años – mira.

  • No es tan rubia como tú – reconoció, sonreí, observando aquella foto una vez más. En ella estábamos las dos, sacando la lengua, mientras mi hermana nos hacía la foto, sucedió justo en el cumpleaños de mi padre, por eso estábamos tan felices – y sus ojos son marrones.

  • El padre de Pablo tenía el cabello castaño y los ojos marrones – contesté, sin más.

  • ¿Qué fue de él, de Pablo? – me encogí de hombros, bajando la cabeza, algo incómoda con la pregunta – No contestes si no quieres, siento haber hecho esa pregunta de m****a. Cuéntame cómo era Carmen, su personalidad.

  • Era muy intensa – contesté – se entusiasmaba por cualquier cosa, y era feliz con casi todo, siempre le veía la parte positiva a todo, aunque pareciese que no hubiese ninguna. Y jamás lloraba. Después de la enfermedad lloraba más, y sólo cuando el dolor era insoportable… - dejé de hablar. Él agarró mi mano haciendo que dejase de pensar en ella y mirase hacia él.

  • Estoy fallando en mi ejercicio de hacerte reír. Anda, ven – tiró de mi mano, abrazándome, escondí la cabeza en su pecho, sin incidir demasiado, aún no teníamos la suficiente confianza como para que fuese cómodo.

  • Háblame de ti – rogué, echándome hacia atrás - ¿cómo es tu vida fuera de aquí?

  • Es estresante – contestó, sin muchas ganas de hablar sobre ello – oye, ¿deberíamos escaparnos esta noche? He oído que las noches de fiesta en la isla son bestiales. ¿Te apuntas?

  • Nos caerá una buena si nos pillan.

  • Sólo con eso ya debería ser excitante, ¿no crees? – me encogí de hombros, lo cierto es que no me apetecía nada, pero él parecía tan entusiasmado, que simplemente iba a dejarme arrastrar. Sonrió.

Era una mala influencia para mí – pensé, sonriendo después.

Noah.

Ella era estupenda, la única que me seguía el juego en aquel nido de aburridos, mucho más divertida de lo que pensé en un principio, además, era guapísima. Sabía que no estaba pasando por un buen momento, había perdido a su hija por culpa de la horrible enfermedad que se llevó a papá. Quizás en otras circunstancias me habría dado igual, y hubiese pasado de ella, pero estar encerrado en un lugar en el que no conoces a nadie, con gente tan rara… ella era mi única vía de escape.

Lo cierto es que le hablé por eso, porque de primeras me pareció diferente al resto, se intimidó con tan sólo una mirada, y no tenía por qué, porque … joder, seamos realistas: Ella era preciosa.

Supongo que la muerte de una hija no debe ser fácil, y el abandono del padre de Carmen, del que no quería ni hablar. Eso debe afectarte anímicamente ¿no? Es lo que había conseguido con ella, al menos, destrozarla.

Me di una ducha relajante, tenía grandes planes para esa noche, emborracharnos en el hotel y luego marcharnos a algún pub gratis, no teníamos pasta para beber ni para entradas en una gran discoteca. Joder… nunca pensé que llegaría a tal punto, yo, que entraba gratis en la mayoría, sólo por ser quién era.

Me coloqué el albornoz, para luego comenzar a echarme mis cremas y demás, lo cierto es que siempre he sido el típico tío que tienes más potingues que una tía. Me gusta cuidarme, diré en mi defensa.

Alguien golpeó la puerta, y luego habló en voz baja, haciéndome sonreír, era ella, con su insistentes “¿Estás ahí?” Miraba hacia el pasillo cuando abrí la puerta, cogiéndola desprevenida y tiré de su mano hacia el interior.

Llevaba un vestido negro muy corto, que dejaba ver bien sus curvas, nada que ver con lo que me tenía acostumbrado. ¡Joder! Me faltó hasta el aliento, y se me quedó la boca seca.

  • Es demasiado exagerado ¿no? – preguntó, algo arrepentida, como si no tuviese confianza en sí misma. ¡Por Dios! Por supuesto que no la tenía.

  • No, a mí me parece que estás preciosa – admití. Me dio un golpetazo en el brazo, y bajó la cabeza con rapidez, roja como un tomate. Sonreí, porque nunca antes me había parecido tan especial una chica tímida. De normal, las rehuía. Me iban más las chicas malas, las traviesas, las atrevidas. Pero ella no era nada de eso, no lo parecía al menos.

  • ¿Aún no te has arreglado? – se percató, con incredulidad, cruzándose de brazos, molesta – Ni siquiera me he peinado porque dijiste que tenía que estar lista a las doce…

  • Podemos ir bebiendo ya – sugerí, caminando hacia el pequeño frigorífico, sacando la botella de champagne y las bebidas en miniatura.

  • ¿Y los vasos? – me encogí de hombros - ¿no hay vasos?

  • Tengo una copa de vino y … - me metí en el baño, agarrando el vaso de lavarme los dientes - … esto – se encogió de hombros, torciendo el gesto después, quitándomelo de la mano.

  • Servirá.

Ella preparó las bebidas, mientras yo terminaba en el baño. Me quité los pelos de la nariz que sobresalían, me afeité la barba y luego peiné mi cabello con un poco de cera, escuchando un pequeño hilo musical de fondo. Me asomé, divertido, observándola allí, bailando como un pato mareado.

  • ¿Qué estás haciendo? – me burlé. Una mirada asesina me fulminó, y rompí a reír.

  • Hace mucho que no salgo, ¿vale? – se quejó, molesta, para luego dar un sorbo al mejunje que tenía en su copa.

Salí del baño, haciendo el tonto, dejándome llevar por los acordes de Do It Like That, haciéndola reír, a carcajadas, siguiéndome el ritmo, éramos dos payasos, y nunca imaginé que ella pudiese ser así.

  • ¿No es muy porno? – pregunté, se encogió de hombros, y siguió a su bola. Le quité la copa, bebiéndome su interior entero, mientras ella se quejaba al respecto. Rellené luego esta, con un poco de vodka y se la pasé, y seguimos allí, bailando un rato más, hasta que el tipo de la canción dijo algo que nos cogió a ambos desprevenidos, nos miramos sorprendidos, y luego yo repetí lo que había dicho, me hacía gracia, la verdad - ¿En serio? Una tía te da tú teléfono, hablas con ella, le preguntas por su vida, por el trabajo y ¿vas y le sueltas que si quiere follar?

  • No te hagas el inocente conmigo – me espetó, sonreí, porque me hacía mucha gracia la forma en la que hablaba, parecía que el alcohol le estaba soltando la lengua, se estaba volviendo más segura de ella misma, y eso me encantó – tú eres uno de esos tíos – rompí a carcajadas.

  • Que mal concepto tienes de mí – me quejé, haciéndola reír, por un largo rato, mientras yo echaba un poco de champagne en el vaso, bebiéndomelo después.

  • ¿No deberías vestirte, o vas a salir así? – la señalé con el dedo, mientras me tragaba el último sorbo, moviéndolo e arriba abajo mientras hablaba.

  • Ahí tienes toda la razón, amiga mía – sonrió, dando otro sorbo a su bebida, bailando otra canción, esta vez una como muy country.

Dejé el vaso sobre la mesilla de noche, saqué luego unos calzoncillos, colocándomelos, con mucho cuidado de que no se me viese nada, aunque ella estaba muy a su bola, dudo que se hubiese puesto a mirarme. Me acerqué al armario, agarrando unos jeans informales y una camiseta gris, y me vestí allí, mientras ella lo daba todo con aquella canción, cerrando los ojos incluso, moviéndose de un lado a otro, se movía bien, y esas curvas me traían loco.

Sacudí la cabeza, intentando alejar esos pensamientos de mi mente, se suponía que éramos amigos. ¡Joder! ¡Qué novedad, mi primera amiga mujer! De normal era de los que pensaba que una mujer y un hombre no podían ser amigos, pero, joder, ella acababa de perder a su hija, no era plan de lanzarme sobre ella en plan plancha. No me parecía ético.

Nos bebimos todo el alcohol que tenía en la habitación, en mi defensa diré… que ella me obligó. Ni siquiera sé cómo llegamos al pub, sólo sé que no podía dejar de reírme con ella haciendo bromas y poniendo caras raras a cada instante.

Tengo que admitir, que llegar al puto pub fue una maldita odisea. Entre risas, alcohol y bromas, confundiéndonos de calle una y otra vez, al final, con los pies cansados de tanto andar, llegamos a nuestro destino. Y entramos, sin tan siquiera pagar entrada, el lugar parecía ambientando tipo hawaiano y la gente iba muy a su bola, cosa que agradecí bastante, porque soy una figura pública y no había pensado en ese detalle cuando dije de salir. ¿En qué estaría pensando? Pero en fin… que tuve una suerte, que flipas.

Así que, estábamos allí, rodeados de gente, bailando cada uno a su aire, mientras le contaba una anécdota de cuando estudiaba en el instituto, con ella descojonándose a cada rato. Quizás era mi voz de borracho, o que cuando bebo mezclo las palabras y me sale una mezcla rara de español y alemán.

  • Y entonces llegó el profesor y dijo “señor Hazard, está usted castigado” yo no sabía dónde meterme y mi hermano mirándome con cara de pocos amigos, porque le estaba castigando a él en vez de a mí. Desde entonces, mi hermano me la tiene jurada. Se supone que soy el hermano mayor y tengo que dar ejemplo, pero siempre he sido como la oveja negra de la familia.

  • ¿Cuántos hermanos tienes? – se interesó, mientras bailábamos al ritmo de Ariana Grande, Positions.

  • Cuatro, yo soy el quinto – contesté, despreocupado. Aunque normalmente la media, de una familia normal suelen ser dos o tres como mucho, reconozco que mis padres apostaron alto. Supongo que el cinco era su número de la suerte. O quizás estaban buscando la niña que nunca llegó, porque todos éramos varones - Ahora te toca a ti – le dije, acercándome un poco más a ella – tu mayor locura.

  • Tenía diecinueve años – contestó, en cuanto se recuperó de la risa – estaba en mi segundo año de carrera, y mi mejor amiga Graciela me obligó a salir en época de exámenes…

  • Eso debió ser catastrófico – bromeé, poniendo caras, haciéndola sonreír – lo digo, porque pareces de las estudiosas.

  • Sí, era de las empollonas – admitió, divertida – en cambio tú, eras de los deportistas – asentí, porque era cierto – Pues como te decía, antes de que me cortaras – ensanché la sonrisa, ella no tenía pelos en la lengua cuando bebía, demasiado directa - me enrollé con un tío que no conocía de nada, y la cosa no quedó ahí. Terminamos bañándonos desnudos en la piscina de su tío – me sorprendí al respecto, no me esperaba tan atrevida, supongo – Al día siguiente, mi hermana nos citó a todos en casa de mis padres, para presentarnos a su nuevo novio. ¿A qué no adivinas quién era?

  • ¡No! – contesté, rompiendo a reír antes de que ella hubiese desvelado el resto - ¿el tío con el que te liaste? – asintió - ¿se lo contaste?

  • Por supuesto, le mandó a paseo en cuanto se lo dije – ambos rompimos a reír, divertidos, durante un buen rato, hasta que ella habló – deberíamos volver. Esto puede ser motivo de expulsión y …

  • Relájate – pedí, acortando nuestras distancias un poco más, agarrando sus manos, con delicadeza, dejándolas caer sobre mis hombros, mientras ella lucía tan cohibida – haz algo diferente por una vez – sonrió – baila con el tío que acabas de conocer, fuera del balneario – no me detuve ahí – Eres demasiado correcta, siempre intentas controlar la situación… - dejó caer sus brazos, como si fuese a apartarse, así que la sostuve de los codos, para impedirlo - ¿tan malo sería dejarte llevar por una vez?

  • Noah… - comenzó, lucía aterrada.

  • Tranquila – volví a calmarla – No voy a hacerte daño – bajó las manos, sin que yo hubiese podido detenerlas, pero para mi sorpresa no se alejó, sólo me pellizcó la camisa con ambas – deberías soltarte el pelo, de vez en cuando – añadí, soltándole la coleta, haciendo que su suave y esponjoso cabello cayese. Su delicioso aroma a coco me embriagó por completo. Me moría por darle un mordisco.

Se echó hacia atrás, nerviosa. Parecía que mi atrevimiento había sido una idiotez. Ya casi la tenía, joder. Nunca había tenido que conquistar a alguien como ella, y me estaba resultando tan difícil, que estaba cerca de tirar la toalla. Sobre todo, porque no quería hacerle daño, no después de todo lo que había sufrido en la vida. Era la primera mujer, que no me daba igual dejar herida.

  • Deberíamos volver – volvió a repetir – esto no está bien.

  • Volvamos - acepté, porque ella tenía razón, y sobre todo no quería que la expulsaran por mi culpa, a mí me daba igual el puto programa y toda esa m****a.

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