CAPÍTULO 2

Tras dejarle una carta a mi padre en su oficina, me marché a Tánger, el vuelo fue largo y aburrido, ni siquiera nos pusieron un almuerzo agradable, y las azafatas no paraban de hablar en árabe todo el tiempo. El vuelo era directo, cosa que me pareció extrañísima, pues el que nos habían conseguido a Jairo y a mí hacía como mínimo dos paradas.

Descansaba calmadamente sobre el respaldar de mi asiento, casi me había quedado dormida, cuando un joven derramó su agua sobre mí, disculpándose una y otra vez.

  • Oh señorita – comenzó, el joven que estaba sentado a mi lado, el mismo que había logrado tal desastre – yo sentir mucho esto – hablaba, como si no supiese bien como conjugar las palabras en español, parecía extranjero.

  • No se preocupe – aseguré, mientras cogía un pañuelo y me secaba el agua – sólo es agua – le calmé, sonriendo hacia él.

  • Es usted muy amable – agradeció el hombre – perdone mi torpe español.
  • ¿de dónde es usted? – pregunté hacia él, intentando parecer amable, pues llevaba todo el vuelo sin hablar con nadie.

  • Soy de Tánger – aclaró – pero viajo a Cádiz a menudo por negocios – aseguraba el hombre.

  • ¿En serio? – pregunté, con interés, mientras él sonreía al darse cuenta de que era una buena persona.

No dejé de hablar con él en todo el viaje, aunque quedaba poco por llegar, me lo pasé realmente bien con él. No dejaba de contarme detalles sobre su vida: trabajaba en Cádiz, aunque no entendía aun bien a qué se dedicaba, habló de un transporte, de mercancía, pero no entendía bien lo que quería decir con aquello. Vivía en un pueblo a las afueras, pero su empresa estaba en la capital, así que siempre cogía aquel vuelo. Tenía muchos amigos y era una persona muy bien relacionada. Yo le hablé de mi padre, del camión, y no me extendí mucha más, le dije que iba a la ciudad de vacaciones y a él pareció gustarle aquello, dijo que era una ciudad preciosa para turistas, pero que tenía que ser cuidadosa.

Cuando llegamos me despedí de él y continué mi camino hacia el taxi que me llevaría al hotel.

La habitación que me habían dado era hermosa y parecía ser bastante lujosa, estaba en uno de los barrios más ricos de la ciudad, y las vistas daban a la piscina.

Lo primero que hice nada más llegar fue llamar a Bárbara por Skype, para indicarle que había llegado bien. Estuvimos hablando largo rato sobre mi padre, que había vuelto y se había puesto como loco al enterarse de que había venido a aquel país tan peligroso completamente sola.

Cuando terminé mi charla con ella, y sin siquiera haber deshecho las maletas me marché a inspeccionar la ciudad, tenía muchas ganas de ir a conocer la gran mezquita y los miles de lugares, que Hammed, el señor del avión, me había recomendado que visitase.

Los recepcionistas del hotel me ayudaron mucho, rodeando los lugares a visitar en el mapa, dándome indicaciones para que llegase sin problemas.

Me quedé enamorada de aquel lugar, de sus calles, de sus gentes, del turismo, de todo en realidad. No dejaba de mirar hacia todas partes, maravillada.

Paseé por la medina, admirando la pobreza de sus calles, y las gentes tapadas hasta arriba como era costumbre en aquel país. Estaba formada por infinidad de callejuelas, repletas de bazares, cafetines y tiendas de productos locales. Era casi como un laberinto, pero era realmente digno de ver.

Luego visité el gran zoco, situada entre la Medina y la parte nueva de la ciudad. Había un enorme mercado, que muchísima gente visitaba, tanto extranjeros como ciudadanos. Las calles de los alrededores estaban llenas de cafetines y puestos tradicionales, donde podían encontrarse miles de figuras echas de barro representando a la ciudad, además de muchas otras cosas más, típicas de la ciudad.

Ya que estaba allí, aproveché para visitar la mezquita de Sidi Bou Abid, formada por un bello alminar de azulejos polícromos.

Cuando salí a la calle de nuevo, me percaté de que había anochecido, así que me dispuse a volver al hotel, pues no quería que se me hiciese tarde. Y puesto que me quedaría en aquel bello lugar, dos largas semanas, tendría tiempo de sobra para seguir visitando aquella maravillosa ciudad.

Caminaba por aquellas calles de la medina hacia el hotel, pues no estaba lejos de allí, percatándome de que había refrescado, y no había cogido nada de abrigo. Me abracé y continué mi camino con premura.

Mientras tanto, en una pobre casucha de la medina, un hombre de origen musulmán disfrutaba de la compañía de una mujer, sobre la cama. Ella sobre él se movía de arriba abajo, intentando darle placer a uno de los hombres más peligrosos de aquella ciudad, uno de los más respetados, además.

Un sonido al otro lado de la puerta, hicieron que este hombre apartase a la mujer hacia un lado y se levantase de golpe, poniéndose la túnica, sin tan siquiera ponerse a buscar sus calzoncillos, y abrió la puerta, haciendo que la mujer que estaba sobre la cama, se tapase casi por completo con las sábanas.

  • ¡Hammed! – exclamó el hombre al ver a su primo y amigo frente a su puerta, para luego estrecharle entre sus brazos - ¿cuándo has llegado? – preguntó con curiosidad.

  • He llegado hace unas horas – aseguró él, mirando con detenimiento hacia la mujer que asomaba la cabeza bajo las sábanas - ¿estás ocupado?

  • Por supuesto que no – aseguró, mirando hacia la mujer – vete – le espetó, lanzándole la ropa, para luego hacer una señal a su amigo de que entrase en la casa – ven, tienes mucho que contarme.

  • He conocido a alguien en el avión – informaba, provocando que su primo le mirase con atención – alguien que puede ayudarnos a transportar la mercancía hasta Granada – aclaró, provocando que el primer hombre sonriese, feliz de tener al fin una buena noticia – ella por supuesto no sabrá nada, pero…

  • ¿ella? – preguntó él, sin comprender a lo que se refería su socio – sabes que no trabajo con mujeres.

  • Por supuesto, primo – aseguró Hammed – ella no tiene ni idea, con quién haremos negocios es con su padre.
  • ¿y cómo piensas sacarle información a esa mujer? – Preguntó, molesto, de tener que estar discutiendo sobre una mujer. Las mujeres no servían para nada más que no fuese dar placer a los hombres, nada más. O al menos no había conocido a ninguna que valiese mucho más. Excepto su hermana pequeña, por supuesto, para él su hermana pequeña era la única mujer en el mundo por la que daría su vida.

La mujer acababa de terminar de vestirse y salió de la casa sin decir media palabra.

  • Había pensado que podrías vigilarla – pidió Hammed, haciendo que su primo la mirase sin comprender – Alî – le llamó – ella es una turista.

  • Está bien – afirmó el hombre – eso nos hará más fácil las cosas. Apúntame la información de su hotel en un papel y déjamelo a mí.

Acababa de llegar al hotel, me di una ducha y pedí al servicio de habitaciones que me subieran la cena, estaba tan cansada que me veía incapaz de bajar para ir a la sala donde se servía la cena.

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