El verdadero virus
El verdadero virus
Por: Giulian Hoks
La búsqueda

No sé cuándo comenzó todo esto, ni cómo, pero desembocó en una guerra con la propia raza humana.

Hoy sigo aquí, gracias a la providencia. La lluvia cae con timidez sobre mi techo de chapa y realiza una polución atrapante. Mientras, que el temporal se hacía presente, seguía encerrado; lo estuve desde mucho antes, desde el desastre biológico más grande en diez años.

Las provisiones acababan, los centros comerciales se vieron forzados a cerrar por lo sucedido semanas atrás. Hermanos y amigos se vieron forzados a luchar por comida y medicamentos. La anarquía y el libertinaje destruyeron la democracia y civilización como la conocíamos. 

Afuera no era seguro. Las calles estaban vacías y llenas de militares. El en gobierno se vio forzado a acabar con la vida de los civiles, quienes poseen síntomas, o a familiares enfermos, para impedir la propagación del virus.

Mientras, caminaba hasta el comedor, y  pensaba en la vida y trataba de comparar: ¿Qué era lo que hacía ahora? y ¿Qué pasó de la igualdad y los derechos? ¿Por qué deben cazarnos a todos? si nosotros solo somos una víctima más de la enfermedad. ¿La sangre derramada no era suficiente?

Mientras intento encender el carbón seco con algunas fotografías familiares en una parrilla dentro de mi casa me pongo a pensar, recuerdo a mis seres queridos, quienes han sido asesinados, por los hombres y la naturaleza. Solo quedo yo en esta casa, un hombre que ya lo ha perdido todo. Quien está herido de una bala, y vaga cojo de una pierna. Mientras estoy tratando de calentar algo para comer redactaré lo sucedido, para no dejar en vano los sacrificios y mi futura muerte.

Todo comenzó semanas atrás en el continente oriental. La propagación de un virus letal, la cual no tenía cura se encargó de reducir a cero la población del continente asiático.

La enfermedad logró migrar al viejo continente con turistas, quienes ayudaron a propagar la plaga por esas tierras y también se encargaron de contagiar a los latinos que más tardes volvieron a sus hogares nativos trayendo consigo la peste.

La muerte viajaba silenciosamente. En cada persona u objeto, el cual se dirigía a su destino. La enfermedad no discriminaba. Comenzó llevando a Ancianos con enfermedad de base, luego con los más jóvenes y por último a la población más fuerte. Luego que el virus h**o arrasado con todos el estado realizó un último intento de salvar las pocas vidas que restaban aislándolos en sus hogares, sin poder acceder a los servicios básicos ni alimenticios. Eso cayó mal a los ojos de los demás, mientras que las personas comenzaban a hacer manifestaciones mi primer hijo murió, fue devastador para mí.

Se llamaba Carlos, tenía 8 años, luego de que las escuelas cerraron sus puertas el niño se quedaba día y noche en su pieza, con otros tres hermanos. Nosotros, pensando que la casa era segura obviamos que, el ml ya había penetrado nuestras paredes.

Un día, aislado, como si nada; Carlos comenzó a toser. Lo hacía cada 5 minutos y eso era mal augurio para todos. Sabíamos que debíamos protegernos ¡temerle a mi hijo! ¿Se imaginan? 

Las horas pasaban y los síntomas comenzaban a crecer. La fiebre se adueñaba del panorama, tratábamos de mitigar la fiebre. Era de conocimiento común que debía verlo un profesional, pero solo en casos comunes, esto no era así. Los hospitales estaban abarrotados de ricos enfermos y muertos, que pone en peligro la vida de todos los presentes, solo se trataba de tratar de contener la fiebre y esperar y rasar para que los órganos respiratorios sigan funcionando.

Al anochecer el niño comenzó a hundir el abdomen y a agitarse. Era un mal indicio, ya que todo parecía indicar a que se agravaba las cosas y comenzaba a generarse problemas para respirar. Pedí a mi esposa que cuide al pequeño para que yo pueda salir a comprar un balón de oxígeno.

–Mi amor, debo ir a traer el balón de oxígeno.

—Pero, pero es muy peligroso. Debe haber otra solución—dijo mi esposa Isabel.

—Sí, pero debo arriesgar mi vida, se trata de uno de ustedes, no puedo perderlos o al menos debo luchar.

Luego de mucho pensar salí a las calles con una capucha y guantes de lana. El frío imperaba en este día, bajaba la temperatura ya que el mes otoñal h**o entrado hace días. Caminé agachas cerca de los cercados. Las calles estaban desiertas, no había ni perro que me ladre porque los militares liquidaron todos los mamíferos que pudieran trasmitir la dolencia.

Mientras me desplazaba con cautela por la vereda vigilaba las esquinas por si avistaba alguna patrulla, la cual se encargaba de recorrer y eliminar a las personas, que incumplían el decreto presidencial de toque de queda obligatorio. 

Se volvieron inflexibles, los soldados no remitían a palabras, lo único que sabían hacer era abatir a balazos a los civiles. Me escondía y prestaba atención, porque también había soldados motorizados en dos ruedas los cuales eran más sanguinarios que los demás. Utilizaban métodos infrahumanos para deshacerse de sus víctimas como; perseguirlos en sus motocicletas y actuar como una cacería animal. Llevaban sogas para sujetar al que atrapaban y los dejaban desangrar, también le daban un disparo en las piernas y le obligaban a caminar para que regresen a casa y con la condición de que no lo van a asesinar, pero  al llegar a sus destinos los descuartizan a tiros.  Mi intención era asaltar alguna farmacia o algún hospital, para traer el balón, con el cual podrá ayudar a mis hijos a respirar.

Luego de vagar por las calles conseguí llegar a una farmacia, el cual ya había sido visitado por personas necesitadas como yo y como érase de esperar no había nadie, quien atienda, le dije a mi mujer que compraría el balón para que se quede tranquila; mi intensión racional era robarlo, ya que en la actualidad nada funciona y nadie trabaja.

Luego de que hube pasado por una grieta en el vidrio de seguridad, el cual se h**o quebrado con un objeto contundente y pesado, un mazo probablemente. Caminé esquivando los pedazos de cristal inastillable, con la intención de no llamar la atención de nadie, si fuese el caso.

 Avancé hacía los punteros y entre los estantes con cautela, mis pupilas estaban dilatadas como los de un felino, la cabeza la tenía gacha y el cuerpo encorvado, para llevar con sigilo a la parte trasera, donde guardan los artículos más delicados y realizan las nebulizaciones. Me inmiscuí por detrás de los mostradores, para llegar frente al baño y la sala de curación, pero en ese instante mi corazón zapateó con ímpetu. El frenético susto me tumbó sobre las baldosas blancas, al ver el cadáver de un farmacéutico. Lo sucedido hirvió mi sangre, parecía superarme la situación, yo solo iba para salvarle la vida a mi hijo y me topo con esto, era una emoción muy grande para un simple hombre, quien trabaja como constructor y no está acostumbrado a ver sucesos como esto. Va más allá del límite.

Luego de recuperarme del susto miré al frente y avancé hasta la puerta blanca, accionando el picaporte la abrí. Observé y me mantuve mirando hasta que la oscuridad se disipase con la luz solar. Al aclararse el panorama entré con cautela y vi el oxígeno, corrí junto a ella y dije ‘En hora buena un balón’ acercándome la moví y la noté ligera, no parecía cargada, le di apertura a la salida de O2, pero la presión era mísera. El contenedor estaba vacío, mi alma calló en pedazos, todo el esfuerzo hasta ahora parecía en vano.  Me mortificaba la idea de que mi hijo esté muriendo en  casa y que aún no llevo el balón para ayudarlo a respirar. 

Luego del infortunio salí de la farmacia, nuevamente al juego. He corrido con suerte, aun no me he encontrado con ningún agente, pero no puedo tomarme el lujo de caminar como si nada; aun no estoy seguro, debo darme prisa y buscar una zona más segura.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo