La cena

Por supuesto obedecí a mamá. Recibir invitados en casa siempre era un compromiso. Una responsabilidad, algo más allá de los problemas que surgieran, familiares o de logística, había que ser los mejores anfitriones. Dos autos aparecieron en el sendero de finas piedras picadas que daban a la casa, nuestra casa. Los hermanos mayores acostumbraban a acompañar a los padres en la entrada, pero como esto se trataba de una visita para agasajar a Santos Castro, solo se mantuvieron en la entrada de pulido cemento negro, mi madre, padre y hermano mayor. Adentro, como en posición de pirámide, el resto de nosotros, por orden de edad y atrás la servidumbre. Para mi suerte me tocó la vista hacia la salida. Mis padres mantuvieron una amplia y esplendida sonrisa, sus cabellos brillaban bajo la luz del atardecer. Sonaron las puertas, varias y, entonces escuchamos sus voces.

– ¡Bienvenidos! –Papá abrió los brazos–Chico ¿cómo estás?

–Feliz de visitarlos Pedrito–Se abrazaron con fuerza–Trina ¿Cuánto tiempo que no pruebo tu torta de pan? –Ya el encantador Chico Castro besaba la mejilla de mamá, sus ojos y actitud eran genuinas, se notaba lo bien que le hacía visitarnos y eso alegraba a Astrid, pues no dejaba de sonreír ansiosa. También Mariana y Milagros comían ansias entre ellas, se veían e intercambiaban risitas y frotes de manos. El interior de la casa estaba en silencio, nos comportábamos tal cual mamá lo indicara.

–Y te lo he hecho Chico, para llevar.

–¡Oh, que feliz me haces! –Rió y volvió a abrazarla.

–¿Para qué te molestas en complacer su ansiedad Trina?

–¡Consuelo que hermosa luces! –Mamá la elogió y ciertamente su vestido negro resaltaba su grande y robusta figura, así como las hebras de su cabello rojizo. –No es molestia, se cuánto le gusta mi torta.

–Consuelo es un placer tenerlos en casa. –Mi padre miró atrás a sus hijos. –Pasen todos adelante, él es mi hijo mayor que ya conocen, Gonzalo.

–Señor Chico, señora. –Mi hermano solo inclinó un poco la cabeza.

–Muchacho ¿cómo estás? –Chico le extendió la mano y él la estrechó, creo que mamá respiró aliviada, los rumores de antaño no eran favorables para Gonzalo.

A partir de ahí comenzaron a entrar  y quedamos todos en el mismo salón.

–Están en su casa.

–Gracias Trina, que linda decoración, que delicioso aroma.

–Se cuánto te agrada el jazmín y busqué las más perfumadas Consuelo.

–Complacidos ambos ¿ves querida?

La esposa de Chico le sonrió a su esposo pero no sé si con mucha simpatía.

–Mis hijos le dan la bienvenida también, ella es Virginia, Milagros y Gilberto los más pequeños–Papá nos señaló y sonreímos amables. –Por supuesto Astrid.

–Señor Chico. –Astrid flexionó  sus rodillas. –señora Consuelo luce usted muy hermosa, bienvenidos a casa.

–Todos tus hijos han crecido un montón Pedro. –Nos alagó Chico–llevaba un tiempo  sin verlos. Astrid sí que eres como mi hijo te describió. –Noté como Santos se ruborizaba, desde que entrarán los imponentes hermanos Castro, él no dejó de mirar a mi bella hermana y ella a él. –Aquí mis hijos: Ramiro y Eugenio los más pequeños y Santos, él que propició esta visita junto con tu hija, ¡ah Pedro!

Sus hijos chocaron talones y Santos levantó la mano en señal de saludo.

–Pasen y siéntense ¿Qué gustan tomar?

Y así comenzó la velada, sentados alrededor de nuestros padres escuchando lo que ellos hablaban sobre caballos, autos, economía.

Por otro lado mamá le narraba a Consuelo Castro como eligió las telas de las nuevas cortinas y muebles, donde compró, quien la ayudó y todos esos detalles.

Astrid y Santos se hablaban bajito en un rincón de la sala, sus miradas, el gesto de mi hermana sobre su cabello, él sin apartar los ojos de ella, se grababa sus gestos. El resto de nosotros no probó ni jugo, ni siquiera Gonzalo, mi hermano actuaba más serio de lo normal.

Charito apareció y entonces mamá se levantó cual plumita.

–Pasemos a cenar.

Hermano Rivero a la derecha de mi padre que se hallaba en la cabecera de la iluminada mesa rectangular de catorce puestos, a mí me tocó junto a Milagros y justo a su lado Mariana para después ubicarse Beto.

Antes de mi estaba Astrid y junto a mamá Gonzalo, aún con los labios un poco apretados. A mí me tocó estar frente a Eugenio Castro, él siempre me miraba con burla, yo lo evitaba, suficiente atención tenía ya de mi hermanita y su amiga. Creo, y ahora estoy segura, que era el hermano más terrible e incapaz de solidarizarse o calificarse como hermano sensible y honrado. A pesar de que éramos contemporáneos él era grande, ojos agudos, muy verdes y un cabello duro y rojo opaco, tenía pecas y pómulo hundido, labios rosados. Se parecía mucho a su madre y según recordaba, a su hermana Flor.

– ¿Y esa niña? No es tu hija Trina.

–Oh no Consuelo, es Marianita, la hija de nuestro capataz y Nilda. Se ha convertido en la mejor amiga de Milagros y comparte con nosotros siempre.

–Ah. –Esos ojos verdes miraron despectivamente a Mariana. –que bien.

–Nilda, la recuerdo. –Comentó el invitado.

–Puedes servir Charito.

Los enamorados no cansaban de mirarse y sonreírse, uno frente al otro intercambiaban frases, gestos, el amor flotaba ahí, en nuestra cena, cuando de fondo el violín de Harold envolvió nuestro comedor.

–¿Música en vivo Pedro?

–Idea de mi esposa. –Papá rió tímidamente, aquel violín apenas  con su encantador sonido nos hacia la velada más placentera, a los enamorados más idílica, pues mamá hasta escogió las piezas. La comida apareció, la bebida se destapó, los cubiertos se colocaron y la mejor vajilla brilló.

–Me parece un gran detalle Trina, que hermoso sonido, algún músico que conozca?

–No, no Trina, es nuestro muchacho de confianza, su nombre es Harold, creció con mis hijos.

–Ah. –Otro de sus gestos. Yo metía bocado tras bocado, apenas con los ojos de aquí para allá, tragando lo suave en silencio, erguida, viendo el color uniforme de los trajes en diferentes verdes de los hermanos Castro. –Me agrada.

– ¿Quién iba  a decir que nuestros hijos propiciarían una cena ah Pedro? –Papá solo asintió. –Nuestros hijos que crecieron, se están haciendo hombres y mujeres y bueno…–Señaló a su hijo y luego a Astrid. –simpatizan. –Un pedazo de carne de pavo fue a su boca.

–¿Cuánto hacia que no veníamos Trina? Creo que desde el nacimiento de…–La señora de negro elegante miró a mi hermanito. –¿cómo te llamas cariño?

–Gilberto señora. –Mi hermanito puso su mejor voz, estaba en pleno desarrollo, a veces se les iban los gallos.

–Beto, si, recuerdo cuando vinimos a conocerte.

–Estuvieron aquí luego. –La voz de mi hermano mayor heló a la mayoría, era acusadora, era oscura y llena de rencores. –Para la primera comunión de Milagros, hace tres años, aunque no vinieron todos, solo usted señora Consuelo y..Flor…su hija Flor.

–S–si. –Consuelo se rascó la garganta. –Es cierto. –Tomó un sorbo de su agua en copa. –no lo recordaba, tu comunión cariño. –El ambiente seguía pesado pero ella le sonrió a mi hermanita y fue correspondida por ella, en realidad ni Milagros ni Mariana habían dejado de pelar los dientes, inclusive, a pesar de que yo quedaba exactamente frente a Eugenio, ellas se arrimaron hasta pegarse y poder mantenerse  a la vista de Ramiro y Eugenio.

–Es verdad, aquí hicimos una reunión y ustedes asistieron. Fue hace mucho tiempo igualmente, ¿qué te pareció el pavo Consuelo?

–¡Está delicioso! Jugoso y suave.

–¿Cómo está ella…Flor? –Todas nuestras miradas volvieron a Gonzalo.

–Bien. –Respondió en buen tono el señor Chico. –Está residenciada en los Estados Unidos, estudia y se adapta muy bien.

–Que gusto nos da enterarnos. –Sé que mamá apretaba la mano de Gonzalo por debajo de la mesa.

–¿Cuándo te modernizas con los autos Pedro? Llegando vi tus carretas, cabellos. –Así el tema de Flor, moría.

–Ya he comprado una camioneta y un auto muy parecido al tuyo.

–El nuestro es un Ford señor. –Y así tras la intervención de Santos, la conversación sobres los autos se alargó. De ahí pasó a las recompensas en los mercados, regresó al rico quesillo de naranja, pasó al vino chileno y sin ya el sonido del violín, a un café o más vino en el salón.

Todo ese tiempo yo estuve en silencio, solo observando. Los novios salieron al claro, más allá de la entrada.

–El auto en que han llegado me parece una belleza, lleno de elegancia, ha combinado  contigo esta noche Consuelo.

Ya marcaban las ocho, en la sala Charito nos acompañaba resguardada en la penumbra.

–Como ya te dijo Santos es un auto súper potente, un Ford de recién un año, ambos son muy cómodos. Sé que los Chrysler son también de muy buena calidad y unos burritos en el trabajo de hacienda.

–En eso tienes razón Consuelo, a pesar de lo que les ha costado adaptarse, sobre todo a Pablo, el utilizarla ha aligerado el trabajo, para Gonzalo es un tesoro.

Papá terminó señalando a su hijo mayor.

–Lo mejor es estar a la vanguardia de los cambios ¿no te parece Gonzalo?

–Así es señor, es a Pablo a quien le ha costado un poco pero aun así, Harold ya lo conduce para llevar a mamá y a las muchachas donde necesiten.

–¿Y tú? –La señora Consuelo lo señaló con su índice–¿no lo conduces?

–Si lo he hecho, pero tengo mucho trabajo aquí en la hacienda a diario y casi no salgo de noche.

–Pero la hacienda, y no solo la de ustedes, va a cambiar. Los proyectos que vienen para la capital son indetenibles. –Ella era una señora de mundo, crió a sus hijos sin perder el contacto con la sociedad, la política y la economía.

–Sí, ya sé como el presidente desea realizar los cambios en la ciudad.

–¿Y te parece mal?

–Me parece que no todos los hacendados están listos para vender y entregarse al asfalto.

–Es para un buen común, harán falta profesionales eso si, personas capacitadas.

–Para todos habrá lugar Gonzalo. –El señor Chico intervino con su característico tono animado. –los cambios no se darán de un golpe y tampoco perderemos nuestros hogares, quienes trabajamos seguramente sabremos como andarle a los cambios. –Bebió de su vaso, whisky. –Consuelo no entiende lo importante de todas las manos de obra, de todos los puntos  de vista, su propio padre, mi suegro no tenía mas profesión que la astucia.

–Eran otros tiempos Chico.

–Menos oportunidades. Hace falta mentes progresistas, nada más. –Le picó el ojo y eso a ella no le gustó aunque disimuló.

–Oh, Nilda viniste. –Mamá se levantó de su asiento y aprovechó para cortar la conversación donde de alguna manera mi hermano mayor se veía ligado. Lucía nerviosa, no pudo disimularlo, su hijo mayor era importante para ella.

–Sí. –Nilda entró–Buenas noches.

Con un vestido suelto blanco hueso, bordado al final de las mangas voladas, el cabello suelto, actitud fresca, Nilda hizo su entrada.

–Te esperaba para la cena. Pasa, acompáñanos.

Como un resorte el señor Chico se levantó tras la aparición femenina.

–Preferí dejarlos cenar familiarmente. Señora Consuelo ¿cómo está? Señor Chico.

–Buenas noches Nilda, he conocido a tu hija. –Saludó sin moverse la señora.

–Ah sí, es inseparable de Milagritos.

No sé porque evadió el saludo del señor Chico, él no soltó una palabra, volvió a su asiento y ella pues continuó sentándose.

–Virginia dile pro favor a Carmen que traiga las telas de mi habitación, quiero mostrárselas a Consuelo.

–Sí mamá. –Me levanté como resorte para ir a la cocina, en realidad ya no quería estar ahí, prefería irme a la cocina, a mordisquear una de esas grandes uvas dulces y charlar con las muchachas. No había ningún grupo  donde más quisiera estar, rodeada de las personas ajenas a la situación

Astrid y Santos habían salido de la casa tan pronto terminó  la cena, en cuanto se rodaron las sillas, cada uno buscó las miradas de sus padres para saber que debían hacer. Sobre todo en el caso de los hijos de los Castro, su padre con algún gesto los alineó. Nosotros, o yo sabía que debía alisarme el vestido y seguir a mis padres al salón desde donde Harold había estado tocando.

Entonces estos dos tortolos, con la sangre en movimiento corriendo por sus venas, con la brisa nocturna rozando sus pieles jóvenes, los ojos llorosos de emoción, que brillaban como luceros uno frente a los otros, se acompañaron en una caminata. Sus manos, mientras lo hacían por los senderos muy cerquita de la casa, pero rodeados de las flores de mamá, sus manos  ansiaban rozarse, tocarse para transmitirse ese sentimiento íntimo que para los dos era nuevo pero tremendo.

–No veía la hora de que terminara la cena.

–¿estabas aburrido?

–No, no, aburrido no, pero si ansioso de estar contigo así…solos.

–Bueno, no estamos tan solos, pro allá están tus hermanos y por allaaa…mira…–Astrid le volteó la cara, él solo la veía  a ella. –están mis hermanos.

–Para mí no hay nadie más por aquí. –se detuvo y continuó mirándola, embelesado, adorador. –Solo te veo a ti Astrid. –Subió la mano hasta el bonito rostro y su palma cobijó su mejilla y barbilla. –ya no quiero verte a raticos, de casualidad, quiero verte seguido, sin citas, quiero…quieres…

–¿Quieres…–No obtuvo la respuesta que esperaba. Quizás su poca experiencia no la dejó pensar que él la estaba besando ahora mismo, que atraparía sus labios como aspiradora y su mano en el rostro no dejara que se alejara. Bueno, ella no quería que la soltara. El corazón le estallaba en el pecho, las piernas eran gelatinas, sus brazos, sus brazos eran pesados sacos a pesar de que sus pies flotaban. Santos se alejó un poco, pero volvió a besarla más cortico, más suavecito, sus labios eran un manjar, su aliento a jugo de granada le perforó el pecho y quería besarla hoy y mañana.

–Discúlpame si te asuste.

–¿Asustarme? –Astrid miró el suelo, verlo a los ojos le daba mucha vergüenza.

–¿Te ha molestado? –Le tomó la tibia mano y ahora si logró que lo mirara. –Bonita que eres, bonita y divina, carita de ángel pero lejos estoy de no desearte.

–Por favor Santos. –Se alejó un poco.

–No, es verdad. –Se acercó de nuevo a ella. –quiero verte a diario ¿tú no a mí?

–S–sí, sería maravilloso, verte a diario ¿me visitarías?

–Cada día. Quiero que seas mi novia…–Los ojos redonditos de Astrid se abrieron grande y recorrió la cara enrojecida de su pretendiente, el primero beso le dejó la boca seca, los labios brotados. –quiero que seas mi mujer Astrid Rivero.

No esperó respuesta. La sangre le ardía en las venas, lo hombre se había despertado en la cena mirándola comer y luego mirarlo a él entre pícara e inocente. La besó. Esta vez la atrajo por la cintura fuerte y la arrimó a un árbol para que no los vieran.  Ella estaba más preparada, le brindó sus labios y él tomó su boca. La besó profundamente, hundiendo su lengua en su boca y tan dulce era su contacto que dispuesto estaba a no esperar mucho tiempo.

Los hermanos Castro salieron a la noche también. Se recostaron en el coche negro y coquetearon con las dos niñas que caminaban hacia ellos: Milagros y Mariana.

La libertad de ser niños, niños y niñas con poder de actuar como nuestros sentidos nos dan. Y muy diferente claro. Los niños y las niñas son tan diferentes, puede ser que el destino se parezca pero la carrera, el camino es diferente. La gente de bien, esa que tiene oportunidades de estudiar, de conocer. De rodearse de otra gente bien, a veces, pero muy seguido no es tan gente bien.

–Y…¿es muy rápido este carro? –Otra cosa que no tiene época, ni estado cultural, es como las niñas nos movemos ente la captura de la mirada de los niños. Es así como si el mar nos moviera a voluntad y la sal hiciera chispas nuestros ojos y colocara brillo en los cabellos.

–Sí. –Respondió Ramiro dándole golpecitos al capó negro–si quieren un día de estos les damos una vueltica.

–Es tan buen carro como el de papá Mariana.

–sí, me imagino. Solo que este luce tan grande por dentro.

–Es muy cómodo por dentro, si quieren entrar. –Lo niños como Eugenio, Geño Chico, como le decían sus amigos en el colegio parecían nacer para derretir corazones de niñas, niñas así como Mariana y Milagros, soñadoras, deslumbradas por la chispa humeante en sus verdes ojos.  Las invitó al auto pero ambas negaron con la cabeza.

–¿Y qué…los dejan conducirlo?

–Claro que si, Geñito y yo lo llevamos por toda la ciudad, pero el verde, aquel. –Señaló el auto de atrás.

–A ver si un día damos una vuelta, varios.

–No creo que papá nos de permiso.

–¿Por qué? Ya casi vamos a ser familia. Nada más falta que Astrid y mi hermano formalicen.

–Geño tiene razón, además somos muy responsables, ya casi cumplo los dieciséis, tengo papeles y permiso para rodar pro Caracas.

–¿Hay con tantos sitios bonitos que hay para visitar! –Mariana saltó emocionada. –¿creen que podríamos ir?

–Podemos ir conde ustedes quieran, claro que si.

Eugenio se despegó del auto y fue hasta cerquita de las dos, con su encanto de fiera hermosa que pisa su terreno.

–¿Y dónde quieren ir ustedes? –Esa voz era de mi hermano mayor, los miró a los cuatro y disfrutó interrumpir.

–es que a Ramiro ya le van a dar la licencia y permiso para rodar pro la ciudad. –Se apresuró Milagritos.

–Tantos lugares que visitar.

–¿Y  no creen que ustedes están muy chiquitas para pensar estar saliendo por ahí.

Ambas guardaron silencio, el par de hermanos se enderezó.

–Cuidaríamos bien de ellas.

–Ellas tienen quien las cuide Ramiro. –Gonzalo rodeó el auto negro y miró después el verde. –¿Rápidos y cómodos?

–Los dos. –Respondió el Castro menor, cuando caminó hacia mi hermano echando una mirada atrevida a Mariana. –¿qué tal el de ustedes?

–No he tenido que probarlo corriendo.

–Estas malgastando el tiempo entonces. –Ramiro los alcanzó. –me parece que en verdad prefieres andar jugueteando todavía con caballos Gonzalo.

–Hasta no hace mucho a ustedes también les gustaba andar a caballo.

–Asfaltan la ciudad, las avenidas se amplían y se llenas de autos. El presidente busca modernizar el país.

–Modernizar sin libertad no me parece justo.

–¿No eres libre? Yo soy libre, nuestras familias son libres. –Ramiro hablaba apasionado. –Nuestra hermana convive a diario con  compañeros de diferentes países y todos aseguran que nada como estar en nuestro país. Esa oportunidad que ella tiene de cambiar de aires también lo da la libertad.

Ella. La hermana. La que él pensaba.

–Y…ella ¿ya no va a regresar?

–Sí. –Eugenio le dio un codazo a Ramiro después que este soltó la respuesta. –No, ella no tiene por qué volver.

Se miraron todos, con diferentes pensamientos en cada cabeza.

Probé un trozo de abrillantado en la cocina y pensé en regresar a cualquier sitio de la reunión. Rodeé la cocina saboreando el dulce y escuché  su tono aterciopelado, ronco y dulce.

–Pensé que no te vería esta noche.

–No quería venir, si lo hice fue porque…

–Porque querías verme ¿verdad?

–N–no. Y no debemos quedarnos solos.

Sí. ¿Cómo se quedaron solos ellos?

–Sí solos es que la pasamos mejor. –La tomó por detrás, esa respiración, ese tono arrullador. – ¿o se te olvida?

–N–no, claro que no y …

–¿Entonces? – La acercó a él, la pegó a su pecho y le habló entre el cabello  el cuello y el oído. Ella, ella estaba temblando, también respiraba acalorada pero no parecía tener miedo, más bien era otra cosa, cerraba los ojos, los volteaba, la mano, la mano derecha de él tomó el seno izquierdo, casi me trago el dulce por cómo se retorcieron restregándose.

–Es que…eso que pasó ya no puede volver a pasar, yo…–Ella no podía hablar, se ahogaba y a pesar de que decía que no…su cuerpo…decía otra cosa.

–Tiene que volver a pasar, a mí me gusta ¿a ti no? –Bajó la mano y la tomó abajo, abajo, ahí abajo, mis ojos ya no se podían abrir más, mi cerebro no lograba procesar. –Te espero mañana todo el día ahí donde tu sabes y…–Se restregó más de ella, cintura para abajo, ella, ella que ahogaba su voz, que quería irse y no se iba, que la agonía le placía. –Tienes que ir Nilda porque si no voy a meterme a tu casa como aquella vez ¿lo recuerdas?

Nilda se congeló como si el recuerdo la asustara.

–Aquí te traigo tu trago Chico. –Papá advirtió su aparición dándoles chance de separarse. Yo me oculté por completo tras la pared donde los había estado espiando. No me advirtieron. El corazón golpeaba mi pecho rudamente. Nilda y el señor Chico ¿y Pablo? ¿Verse? ¿Dónde? ¿Cómo se dejaba tocar así por él?

Corrí lejos de ahí hacia mi cuarto, no deseaba compartir más tiempo sus compañías.

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