Había una vez un príncipe...

             Antonio hizo este recorrido a velocidad mínima, pude ver una plaza y luego una vereda frondosa.

            -Le he pedido a Mira que los primeros días su sobrino te acompañe, aunque es cerca es mejor que alguien venga contigo al comienzo.

            -Me asombra lo bien arreglado que está todo, el colegio, la casa, la compañía.

            -Cuando Lourdes me pidió que te trajera aquí, entré en pánico María, yo no tengo hijos pero se la responsabilidad que esto significa, San José es un pueblo pequeño, el hombre de tu vida puede vivir al lado, pero aquí no, te cansaras de ver calles, autos y personas, deseo que estés lo más segura posible, lo más cómoda, digamos que no extrañarás las comodidades de tu casa.

            -Quisiera seguir en casa.

            -Lo sé, pero el tiempo pasa María Victoria y todo lo sana.-Hizo una pausa y miró la carretera.-Todo.

            A medida que se movía el auto por la larga y ancha vereda, podía absorber el aroma que despedían las acacias sembradas a los extremos. Eran de color rojo y algunas naranjas, a esa hora el sol era pleno y hacía algo de calor pero también soplaba brisa, que si bien no era de la costa como en San José, se disipaba con el movimiento de los árboles un poco el sofoco. Yo miraba todo a mi alrededor, anchas casas se mostraban imponentes con jardines esplendidos y altas columnas decorativas, mamá siempre deseó una casa más grande, su cuarto de costura era pequeño y también la cocina, así que papá le prometía que dentro de poco compraría una un poco más o menos como la del doctor Caster y ella era feliz.

            -Aquí es.-El auto se detuvo y yo dejé de soñar, vi entonces una casa color blanco de sus pisos y un ático, tenía varias ventanas y ninguna con rejas, un portón se abrió como por arte de magia y apareció un hombre muy moreno con cabello canoso y sonrisa cordial.-Buenos días, Samuel.

            -Buenos días señora, la esperaba más tarde.-La directora había bajado el cristal y ahora el hombre se inclinaba para mirar el interior.

            -Pues ya estamos aquí, ella es María Victoria, Samuel, es la chica de la que te hablé.

            -Vaya, hola.-Volvió a sonreír, parecía tener una dentadura perfecta.

            -¿Hablaste con tu sobrino sobre llevarla a clases esta semana?-La directora hablaba con bastante confianza y sin distingo, el hombre vestía un traje ligero de pantalón blanco y guayabera azul tenue.

            -Sí, pero ahora que la veo tan linda no creo que deba llevarla él si no yo.

            Retrocedí sorprendida él rió a carcajadas y la directora también.

            -Sólo tiene doce años Samuel.

            -Lo sé, sólo bromeaba, pero pasen, Samuel va a  avisarle a la señora.

            -Gracias.-Antonio avanzó.-No te sonrojes María Victoria, Samuel es un buen hombre, trabajaba para los padres de Eliécer, Mira ayudó a criar a Lucy cuando su madre murió, tenía…-entrecerró un ojo para pensar.- ¿cuatro Antonio?

            -Tú debes saberlo mejor que yo.

            -Oh, vamos ¿Cuántos? ¿Cuatro?

            -Cinco.

            -Cinco sí.

            Otra niña sin madre, ¿cómo se puede crecer sin una madre? Pasamos un jardín dividido por la senda que cavaban de sembrar de flores, todas rectas pero sin hijos, un árbol de limón estaba plantado a la izquierda y al culminar el camino un estacionamiento como para cuatro autos.

            -¿Bajamos?-me miró la directora, yo estaba aterrorizada, las piernas entumecidas y el corazón galopante.

            -La casa es grande.-Dije apretando mis manos sobre el brazo.

            -Y bastante.-afirmó ella con una dulce mirada.

            -¿Vive mucha gente?

            -Ya te dije que no.-Miré de nuevo la casa, parecía un espejismo en medio del océano.-Vamos querida.

            -Sí, vamos.

            Necesitaba la seguridad que la directora quería transmitirme, pero sentía terror en aquel momento, ¿qué sería yo en aquella gran casa? ¿La niña que se va y viene de clases se encierra o realiza tareas domésticas? ¿Feliz o infeliz? ¿Dónde estaría mi habitación? ¿Acaso en un oscuro sótano lleno de polvo? No, negué sintiéndome absurda, todo en aquella casa relucía, yo podría incorporarme y esperar semana tras semana el regreso de papá y Emanuel.

            Di entonces  mis primeros pasos junto a ella quien tocaba el timbre.

            -No hacía falta que tocara mi niña.-Dijo al mismo tiempo que abría la puerta, una mujer morena clara, más o menos de mi tamaño, con sonrisa cariñosa y mirada risueña.

            -¡Hola Mira! –Parecía que llevaban tiempo sin verse pues resultó ser un abrazo largo, Mira frotaba su espalda y cerraba los ojos emocionada.

            -Cuando Samuel me ha dicho que llegaron no lo creía, ¡tan temprano, me dije! El señor Eliecer no ha podido retenerla.

            -Ya no me retendrá jamás.

            -Déjame verte querida.-La tomó de la mano derecha y la hizo girar, la detalló de arriba a abajo.

            -¿Cómo me encuentras? –La directora o Nilvia, como ella quería que la llamara, parecía una pequeña de siete años, consentida y nerviosa.

            -¡Estas preciosa! Pero…delgada ¿te has sentido bien? ¿Comes tres veces al día? Si me necesitas me iré contigo.

            -No, no Mira.-la joven apretó sus manos y entonces me miró y la anciana también.-Ahora necesito que cuides a esta pequeña como me cuidaste a mí siempre.

            -¿Y quién es ella? –Su mirada era curiosa  pero nada fastidiosa.

            -Ella es María Victoria, es hija de una gran mujer, amiga mía de San José, quien me pidió antes de morir la sacara de allá para ayudar en su preparación.

            -Pobre pequeña.-La desconocida extendió su mano y fue a mi cabello acariciándolo.

            -He hablado con Lucy a su regreso de la luna de miel y está dispuesta a aceptarla aquí, espero que tenga una buena recamara y comida.

            -¡No te preocupes! –Rió y me abrazó.-pero si estás rígida y fría como estatua, pequeña.-Volvió a reír y descubrí su dentadura completa y blanca.- ¡Relájate hija, aquí la que manda soy yo y vas a estar como una reina!

            -Creo que te apresuras Mira.-Las tres nos volvimos a ver la espléndida chica que bajaba las escaleras desde el interior de la casa.

            -¡Lucy, hola! –Nilvia entró y Mira la siguió pero antes me haló de la mano.

            -Lo he escuchado todo.

            Al entrar descubrí que no sólo el exterior era hermoso, el calor que afuera existía y nos abrazaba, adentro desaparecía, totalmente fresco, en techo alto con tres lámparas sólo para el salón. Piso de pulido granito, pero no como el de mi casa, eran cuadros, muchos cuadros en blanco y negro, paredes blancas con cuadros hermosos y seguramente todos valiosísimos. Yo no sabía qué hacer, donde poner las manos, como pararme o si correr y…llorar.

            Cuando se hallaron al pie de la escalera, Nilvia y su sobrina se abrazaron entre risas.

            -¡Bienvenida tía!

            Terminaron de bajar y se miraron.

            -¡Qué bonita estas Lucy! ¿Cómo te va en tu nueva vida de señora?

            -Me va…bien.-Torció la boca.-A pesar que durante esta semana Aníbal apenas si quiere salir.

            -Debes entenderlo, ahora se enfrenta a un trabajo.

            -¡Bah! Su profesión puede esperar un poco ¿cómo nos divertiremos si no es ahora?

            -Lucy, tenle paciencia.

            -Deberías quedarte unas semanas tía yo…

            -Oh no.-Nilvia rió.-cero chantaje, ven quiero presentarte a la niña de la que te hablé.

            Ambas se fueron acercando a mí, ya Mira se hacía a un lado, las dos eran altas, Lucy era muy joven y fresca, a esa hora ya vestía un traje de taller ceñido color crema algo corto pero que le sentaba muy bien, tenía piernas firmes, largas y blancas, blancas como toda ella que en su rostro exhibía un par de ojos azules como el mar y cabello lacio y brillante a los hombros negro ébano. Al tenerla aún más cerca pensé en echar a correr, la puerta aún estaba abierta, podía huir.

            -Soy Lucy, la señora de la casa.-Me dijo clavando sus ojos en mí, detallándome bien.

            -María.-Me presenté.

            -¿María? Que nombre tan simple.-Dijo.

            -Se llama María Victoria.-Aclaró Nilvia.-Tiene doce años.

            -Es grande.-Observó ella.-Bueno, bienvenida Victoria.-Intentó sonreír y algo en sus dientes blancos pude ver, pues también estaba maquillada de rosa pálido.-Puedes moverte por toda la casa, Mira te pondrá al tanto.

            -Gracias.-Creo que mi respuesta agradó a Nilvia pues sonrió y guió un ojo.

            -Ven pequeña.-Mira me tomó de la mano.

            -Tú ven conmigo tía, quiero mostrarte todo lo que traje de mi luna de miel.

            -Hey, espérenme.-Desde lo alto de la escalera surgió la voz varonil del que supuse era el esposo, el dueño de la gran casa, el hombre ahora ocupado. A medida que descendía diciendo algo que no supe que era, descubrí que también era un príncipe, mi vista fue desde su piel tostada, las pequeñas arrugas que se hacían a los extremos de sus labios que parecían tomar parte de la piel de su rostro. La nariz bien pudo haber sido pintada y sus ojos verdes chispeaban entusiasmo mientras el cabello dorado y ensortijado saltaba.

            -¿Tú debes ser la pequeña que vivirá aquí?

            Bajé y subí la cabeza.

            -¡Bienvenida! –tocó mi barbilla con sus dedos y si no caí fue porque Mira me haló. Su voz estaba repleta de una picardía juvenil, su cuerpo parecía el de un atleta, su caminar seguro. Mamá ¿esto que hace estallar mi corazón ya es el amor?

            Antes de desaparecer por un pasillo, me voltee y los vi alejarse a los tres, Nilvia me miró por un momento y luego rió de algo que dijo Lucy.

            -Ven querida, te mostraré la casa, por lo menos la parte de abajo.-Me dijo Mira cariñosa.- ¿Has traído ropa?

            -Sí, está afuera con el chofer.

            -Bien, ya Antonio debe haberla bajado.

            El pasillo era totalmente blanco y largo, retratos en las mesitas de esquinas y de repente…

            -Esta es la cocina.-Era del tamaño de la sala de mi casa o más grande, muebles de madera en blanco empotraban todo, una nevera y una cocina grandes y blancas y una mesa redonda en el centro.-Raquel ven a conocer a María Victoria, vivirá con nosotros.

            La mujer que fumaba en la ventana de la cocina me observó, luego botó el cigarro y pareció despedirse de lo que observaba.

            -Ya había escuchado de ella.-Se acercó medio sonriente, tendría treinta años, tez blanca y cabello enroscado casi rojizo.-Hola, soy la que hace la limpieza y tu ¿Qué harás?

            -Por favor Raquel, que recibimiento.-Le reprochó Mira.

            -Puedo hacer de todo.-Contesté.-Mi madre me ha enseñado los oficios de una casa.

            -¿Sabes cocinar Victoria? –Mira se llevó una mano al pecho, tenía grandes senos.

            -Sí, sé hacer deliciosos dulces y platos exquisitos.-Presumí.

            -Entonces serás mi ayudante, en tus ratos libres claro está, primero hay que estudiar.

            -Parece que ya encontraste algo que hacer.-Raquel volvió a la ventana y sacó de los bolsillos de su delantal un cigarrillo.

            -No le hagas caso ven conmigo.-Mira volvió a hablarme y salimos de la cocina a otro pasillo más corto desde donde pude ver muy brevemente el comedor, a pesar de que Mira ya pisaba los sesenta era muy dinámica, yo iba casi en voladas sin poder detallar demasiado las cosas, se detuvo frente a una puerta y a su alrededor habían dos más.

            -No creo que desees ocupar una habitación en la parte de arriba, esta te gustará.-Volvió a sonreírme con su típica dulzura y entonces abrió la puerta. Entraba tanta claridad que bien podía ser un balneario, la ventana contaba con unas delgadas cortinas color azul claro, en el centro una cama individual sin vestir y al fondo de la habitación, que para nada era pequeña un escaparate ancho y alto con dos puertas, una con espejo y más corta donde en la parte inferior tres gavetas adornaban.

            -¿Te gusta? –Me preguntó y entramos, yo no dije nada, tenía que gustarme, no podía elegir o cambiar nada.-Sé qué piensas que mi pregunta es necia pero si vas a vivir aquí un largo tiempo debes sentirte a gusto.-La miré y fui a la ventana.-Hasta puedes ver la piscina.-La vi entonces, el agua como el cristal reflejaba el cielo y apenas si se movía.

            -Me gusta, gracias Mira.-La miré y sonreí.

           

            -Me alegro, no te sentirás sola aquí, al lado está mi recamara y del otro lado la de Raquel, Samuel y Gary tienen la de ellos del otro lado, pasando el pasillo a la biblioteca, somos una gran familia aquí.

            La escuchaba pero miraba el agua preguntándome si podía bañarme en ella.

            -¿Extrañas a tu madre? –Acarició mi cabello y como mamá lo hacía, su mano abierta y pesada sobre él desde la cabeza.

            -Mucho, quisiera despertar en casa, sino con ella, por lo menos rodeada de sus recuerdos.-Cerré los ojos por un momento y recorrí con mis pensamientos toda mi casa en San José.

            -Te entiendo.

            -¿Tú también perdiste a tu madre cuando eras niña, Mira?

            -No, mamá murió cuando ya era vieja, pero es que una madre se necesita a cualquier edad, para  un consejo, para tranquilizarte si estas furiosa, para calmar tu llanto o para simplemente verla.

Afirmé con la cabeza y regresé la vista a la piscina.

                          -Pero verás lo bien que te irá aquí, regreso enseguida con tus  cosas y sábanas, espérame.

No vi cuando salía, afuera el sol hacía brillar el agua como si existieran en ella partículas de sal, a un lado del borde habían un par de sillas blancas y una gran sombrilla. Sería fácil adaptarse a un lugar tan bonito, repleto de lujos, muchos más de los que habían en la casa de los Caster.

            -Ya estoy aquí Victoria tengo tu maleta, tu uniforme y las sábanas para tu cama.-En el closet puso el uniforme, la maleta a un lado del mismo y comenzó a vestir la cama, tenía una agilidad única, lo mismo que si entusiasmo, tal vez extrañaba tener a una niña en casa, o podía ser que me pareciera a Nilvia, si, ojos claros, cabellos claros, altas, tristes ¿hasta cuándo estaría yo triste? ¿Sería tan severa como me parecía serlo Nilvia? Aunque ahora, apenas habiendo pasado unas horas con ella se me presentaba dulce y comprensiva, llena de expresiones desagradables que le habían brindado la sabiduría de la vida. Colabore con ella en tender la cama aunque no me dejo mucho que hacer.

            -Mira, ¿Hay un teléfono aquí? – Me miró extrañada.- Ya sabes, estos aparatos…

            -Ya se lo que es, me extraño porque no pensé que quisieras llamar a alguien.

            -No quiero llamar a alguien, o mejor dicho, las personas a quienes quiero escuchar no poseen teléfono, pero el doctor Caster que es como un abuelo me prometió hacer instalar uno en su casa.

            -Pues si hay uno, está en la biblioteca, o mejor dicho en el despacho del señor Aníbal y otro arriba en su dormitorio.

            -Qué bueno, podré hablar con papá y Emanuel con frecuencia.

            Sonreí y ella pareció alegrarse.

            -Ahora ven.- me dijo.- te mostraré otros lugares.

            Me deje llevar, cada rincón de la casa se hallaba impecable, piezas valiosas decoraban la estancia nada rechazadas y un fresco divino entraba por cada ventana.

            Al salir de la casa por uno de los laterales encontramos la piscina, tuve ganas de darme un chapuzón e imaginar a Emanuel gozando de ella pero en vez de eso escuche la voz de los dueños de la casa.

            -Oh, ahí estas Victoria.- Me dijo Nilvia adelantándose.

            -Mira me mostraba el lugar.- Respondí siento de nuevo el corazón latir tan a prisa como el motor de una lancha

            -¿Y? ¿Te gusto? – levante la vista lentamente para verle, en el sol lucía aún más atractivo, sus cabellos eran hilos dorados que se ensortijaban, intenté responder pero Lucy me atajó.

            -Que preguntas haces Aníbal, ¡Claro que tiene que gustarle, esta casa es maravillosa!

            -Sí, es maravillosa.- Repetí

            -Lo ves.- Rió y lo tomó del brazo, él me sonrió cálido, si yo dejaba la boca abierta la baba se escaparía.

            -Bien, ven un momento Victoria, quiero hablar contigo antes de irme.- Nilvia tomó mi codo y yo la seguí. Me llevo a la entrada, Antonio hablaba con Samuel  y al vernos aparecer le hizo un gesto de despedida al hombre. -Dime ¿qué te parecieron? – Me pregunto una vez se apoyara en su auto.

            -No lo sé, he cruzado apenas dos palabras.

            -Sí.- Su mirada fue de un lado a otro.- Yo no creo que tengas algún problema, Mira me mantendrá al tanto de igual forma.- Guardó silencio y esperó que yo dijera algo que no dije.- A veces la vida nos cambia ¿no es así? – Encogí los hombros.- Imagina que son unas vacaciones.

            -¿Sin Emanuel? – Pregunte.

            -Sí, bueno, ya estás aquí Victoria, sólo me queda desearte suerte.

            -Por favor, recuerde a papá que prometió venir a verme, está tan triste por la ausencia de mamá.

            -¿Crees que en estos momentos le preocupa más la ausencia de tu madre que la tuya?

            Lo pensé un rato y tuve mis dudas.

            -De igual forma le recordaré, si eso te tranquiliza.

            -Gracias.- Se enderezó y miró a Antonio para que subiera al auto.- me refiero a gracias por no olvidar la promesa que le hizo a mamá.

            -Espero haya hecho lo correcto.

            -Se acercó a mí y nos abrazamos, ella era el enlace que me quedaba en esos momentos de San José.

            -Yo también vendré a verte muy pronto.- Me dijo abrazándome aún, luego besó mi mejilla y haciéndome a un lado se subió al auto, yo permanecí de pie y los vi partir, lejos a mi casa.

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