CAPÍTULO 6

Todo en aquella mujer se había vuelto blanco y pequeño, como de muñeca. Las manos, las diminutas uñas, incluso las pestañas. Su piel parecía porcelana pulida y Aidan casi juraba que podía verla brillar, con esa luz opaca y especial que tenía la luna. O quizás fuera simplemente porque ella era la suya.

—Eres mi Luna… —murmuró acariciando su rostro y de repente el hombre, el heredero al trono, el Alfa protector del linaje de Casthiel emergió en él.

Parecía indefensa e inocente, pero esa era la palabra exacta: «parecía». Si realmente lo hubiera sido su padre jamás la habría encerrado en aquella celda en la Atalaya. Era una desgracia que después de tantos siglos de soledad, la pareja destinada del Alfa fuera precisamente una enemiga de su corona.

Y aún así la necesitaba y la deseaba, todo su espíritu insistía en reclamarla, en poseerla. Bien decían que el vínculo entre dos mates era el más poderoso lazo entre los lycans, y ahora Aidan lo estaba experimentando en carne propia, porque por más que su lado racional lo intentara, no lograba resistirse a él.

—Esto es parte de mi maldición, ¿verdad? —rio con amargura mientras le preguntaba a la Diosa, pero no esperaba ni una sola señal de su parte, jamás la había tenido.

La chica abrió los ojos despacio y por primera vez pareció fijarse en él. Su mirada estaba llena de dolor y de miedo, y Aidan pudo percibir cada uno de aquellos sentimientos como si fueran suyos solo con verla.

Su cuerpo temblaba, las lágrimas se agolpaban en sus ojos y trató de arrastrarse hacia atrás sobre sus manos, como si fuera un animalito herido.

—Tranquila… —Aidan se inclinó y puso las dos palmas abiertas sobre la tierra frente a sus pies. Manos humanas, como símbolo de que no pretendía cambiar ni lastimarla—. Estás a salvo conmigo… tranquila.

La chica miró alrededor, como si intentara adivinar dónde se encontraba y qué estaba sucediendo, parecía totalmente perdida y asustada.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó, pero sus labios solo temblaron, sin llegar a emitir sonidos. «Toda esa plata probablemente ya la volvió loca», pensó él con tristeza—. Yo soy Aidan… estás a salvo conmigo…  ¿Te llamas Raksha? —la vio apretar los labios y negar con la cabeza—. ¿No? OK, Raksha es la loba… ¿tú cómo te llamas?

La muchacha lo miró, con dudas todavía, pero finalmente murmuró:

—Rhiannon… me llamo Rhiannon.

—Rhiannon. —Aidan no pudo evitar sonreír. Era un hermoso nombre—. Ven conmigo, por favor.

¡Por favor! El Alfa no recordaba la última vez que había dicho aquellas palabras juntas, pero alargó una de sus manos con la palma hacia arriba en señal de invitación.

—Ven…

Rhiannon miró esa mano con incertidumbre. Detrás de él se destacaba, oscura y feroz, la silueta de la Atalaya, y ella estaba afuera gracias a él. Intentó vencer el miedo y estiró la mano para alcanzarlo, con un movimiento vacilante; y justo en el momento en que sus dedos se tocaron sintió la corriente de alivio que la invadía.

No podía explicarlo, jamás había tenido nada así, y sabía que él lo estaba sintiendo también. Era como una ola, una marea de seguridad, tranquilidad y placer, era como si su corazón por fin encontrara el único lugar en el mundo en el que podía ser feliz, y ese lugar lo eran uno para el otro.

¡Era él!

¡Él era su pareja!

¡Por fin!

Rhiannon se lanzó hacia adelante, entre sus brazos, sin decir otra palabra, y Aidan la recibió con un gesto desesperado. La abrazó tan fuerte como si fuera un sueño, como si temiera perderla por otro medio milenio, como si no fuera real; y la sintió llorar amargamente contra su pecho mientras se aferraba a su espalda.

—¡Señor! ¡Hay que devolver a esa bruja a la celda! —gritó el guardia a sus espaldas, sin poder comprender la escena que veía.

—¡No la llames así! —gruñó Aidan, furioso.

Rhiannon se estremeció al escuchar aquella voz, y su cuerpo se encogió contra el de Aidan. En un solo segundo el Alfa sintió que se llenaba de dolor, de terror, de angustia… y lo peor de todo era que no eran suyos. Todos aquellos sentimientos estaban consumiendo a su pareja y eso lo llenó de una desesperación y una rabia como jamás había conocido.

—¡Esta mujer no va a ningún lado hasta que yo lo decida! —declaró con voz áspera.

—¿Pero no vio lo que acaba de hacer? ¡Eso es hechicería! —exclamó el soldado, logrando sacar al Alfa de sus cabales, que se levantó para enfrentarlo.

—¡Abre los ojos y mira alrededor de una maldita vez! —le gritó—. Custodias una prisión reforzada con magia antigua, sometes a tu lobo usando la magia antigua, ¡de esa m13rd@ estamos hechos! ¡¿Qué diablos te sorprende?!

—Pero es que ella… y la loba… —tartamudeó el guardia mirando a Rhiannon, que seguía en la tierra, abrazándose las rodillas—. ¡Es una prisionera!

—¡Eso lo decidiré yo! —siseó Aidan con voz ronca, sometiendo a su lobo a una transformación parcial, pero al parecer había alguien a quien el guardia le temía mucho más que a él.

—¡Es una prisionera del rey Caerbhall! ¡Debe regresar a su celda!

Aidan pudo oír perfectamente el gemido de terror de Rhiannon cuando escuchó el nombre de su padre, justo antes de arrastrarse hasta conseguir ponerse de pie y salir corriendo hacia el bosque.

—¡Se va! —gruñó el guardia, sometiendo a su lobo a una transformación completa y lanzándose a perseguir a la muchacha.

Pero no logró avanzar ni un centenar de metros antes de que unas mandíbulas se cerraran sobre una de sus patas traseras, arrastrándolo primero, haciéndolo volar por el aire después y lanzándolo contra el tronco de un árbol.

Cubriendo el camino por el que la chica había escapado, había un lobo negro de tamaño gigantesco, casi tan grande como un hombre adulto y visiblemente enojado. Tenía los iris de un color plateado brillante, y su solo gruñido hizo que el guardia se encogiera sobre sí mismo, obligándolo a salir de la transformación.

—¡¿Has olvidado quién soy?! ¡¿La sangre que me corre por las venas?! —rugió Aidan, cambiando también y levantándolo por el cuello contra el árbol—. ¡Abandonas a tus hermanos en batalla, y te enfrentas a tu superior! ¿¡Cómo te atreves a desobedecerme?!

El lycan pataleó tratando de zafarse, apenas le llegaba el aire a los pulmones.

—El rey… el rey debe saberlo…

Pero Aidan estaba bastante consciente de lo que eso significaba y su padre era de los que ordenaba una vez y jamás retrocedía; si había puesto a Rhiannon en una celda antes, lo volvería a hacer sin importarle nada más.

—El rey sabrá lo que yo decida que sepa —declaró furioso.

—No… debemos decirle… esa bruj… —Ni siquiera pudo terminar la palabra. Muchas cosas eran capaces de enfurecer al Alfa, pero definitivamente ofender a la única mujer que la Diosa había hecho especialmente para él, era la peor de todas. Sus garras crecieron de una sola vez, atravesando la garganta del guardia, cuyos ojos se abrieron por la impresión y el espanto justo antes de perder todo el brillo de la vida.

—Te advertí que no la llamaras de esa forma —siseó, viendo cómo caía muerto a sus pies.

Sometió a su lobo a una transformación completa para poder seguir el rastro de Rhiannon y se adentró en el bosque, sin una sola gota de remordimiento por lo que acababa de hacer, mientras llamaba al único lobo a quien quería a su lado en un momento como aquel.

Su aullido fue largo y penetrante, y pareció retumbar en cada piedra del bosque.

A menos de cincuenta kilómetros, las patas de Brennan se clavaron en la tierra húmeda de un cauce de agua. Levantó las orejas y escuchó aquello que era orden, llamada y todo a un tiempo. Un gruñido suyo hizo volver a la Guardia Silenciosa hacia Glan Conwy, hacia el mismo lugar por el que habían entrado al bosque.

Los rastros estaban enmarañados y dispersos, y no habían logrado obtener nada interesante de ellos; pero al parecer el Alfa sí había encontrado en la Atalaya algo digno de aquella llamada.

Todo su cuerpo se lanzó hacia adelante y pareció volar sobre la hierba, esquivando árboles y olisqueando cada pocos segundos para hallar el rastro de Aidan. Lo encontró mezclado con otro, así que no se molestó en cambiar mientras se acercaba con cautela.

Su Alfa le hizo un gesto para que se quedaba oculto, pero el corazón de Brennan vibró en el mismo segundo en que vio a dónde se dirigía. En el mismo peñón donde habían visto a la loba blanca hacía algunas horas, contra la pared de oscura piedra, se acurrucaba una mujer igual de blanca. Desprendía aquel mismo olor a moho de las celdas que siempre tenían los prisioneros, pero el Beta sabía que no era una prisionera común.

Por un momento estuvo tentado a interponerse entre Aidan y ella, pero una sensación extraña lo invadió. No supo si eran los aromas, la expresión suave en los ojos del Alfa, o el extraño brillo que se desprendía del cuerpo de la chica, pero estaba seguro de que Aidan estaba a segundos de caer a sus pies.

—Rhiannon… —murmuró acercándose a ella despacio, pero sin salir de la transformación parcial—. No debes tenerme miedo, niña, soy yo, Aidan.

Ella negó con fuerza, con los ojos cerrados.

—No voy a volver… —gimió con angustia—. No voy a volver ahí… no voy…

—No vas a volver, Rhiannon —le aseguró Aidan y ella abrió los ojos—. Tienes que confiar en mí. Tienes que venir conmigo.

Y en el mismo segundo en que Rhiannon se desprendió de la pared de roca, llorando, y se lanzó a sus brazos, Aidan supo que no, jamás podría hacerla volver a aquella celda… ¿Pero qué, exactamente, iba a hacer con ella?

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