IV

El destino en muchas ocasiones tiene cosas planeadas para nosotros los mortales, llevándonos a caminos diferentes. La vida de Aisha cambió para siempre al día siguiente.

 Se dirigió a su cita de todas las tardes en el restaurante de Amina. Pero en él no encontró a ninguna de las otras aprendices sino a los soldados del Valí quienes le impidieron la entrada bruscamente. Aisha gritó llamando a su amiga, así que la bayadera les suplicó que la dejaran despedirse. Quizás logró mover una fibra de compasión en los hoscos guardias que se lo permitieron.

 —No te preocupes, Aisha, estaré bien. Pronto me encontraré en el paraíso al lado de Alá. Talvez me conviertan en una hermosa hurí. Sigue practicando, tienes talento.

 Las dos amigas se abrazaron y se despidieron para siempre. Aisha nunca volvería a ver a Amina, a quien el Valí ambicionaba desde hacía años y tal parece que había decidido finalmente traicionar el último deseo de su padre.

 Aisha regresó a su hogar compartiendo la noticia con Nasradán y sumida en llanto. El anciano sabio estaba tan indignado que ese día habló con todos los visitantes de la Biblioteca y a todos los fieles de la mezquita y con todos aquellos que se topó ese y los venideros días. Algo muy peligroso.

 El Valí escuchó desde su trono los rumores de las prédicas del viejo Nasradán contra él. Era un hombre cruel y malvado, pero no era tonto, así que ignoró las sugerencias de su capitán de arrestar y ejecutar al sabio.

 —No —dijo— llevar al viejo a juicio sería darle una vitrina para que me denigre más. Creo que hay una opción mejor. Ordena a tus hombres que lo maten, culparemos a algún criminal por su muerte y lo ejecutaremos en la plaza.

 —Sí, señor.

 —Ah, y una cosa —sonrió malévolamente el Valí—, su nieta, es muy hermosa. Tráemela viva.  

 Uno de los soldados del Valí había sido educado por el sufí Nasradán cuando era niño y guardaba aun un profundo cariño por aquel hombre, así que al enterarse de los planes del Valí corrió secretamente a advertirles.

 Nasradán estaba muy angustiado al enterarse del destino oscuro que se cernía sobre su nieta, además de que se sentía culpable por provocarlo. Pero no sabía que hacer. Cuando Aisha llegó esa noche Nasradán y el soldado rebelde le contaron todo. Entonces Aisha rompió su palabra confesándole donde estaba yendo todas las noches y con quien.

 Nasradán y Aisha, con ayuda del soldado rebelde, llegaron hasta las cuevas donde se ocultaba Omar. Sin embargo el lugar parecía desierto.

 —Debe habernos visto llegar a lo lejos en nuestros caballos y escapó —aseguró el soldado.

 —¡OMAR! ¡OMAR! —llamó Aisha desesperadamente. Pero no obtuvo respuesta y derramó amargas lágrimas.

 —Rompiste tu palabra —le reclamó Omar emergiendo de entre un despeñadero cercano y apuntándoles con un arcabuz.

 —¡No es lo que parece! —clamó Aisha, y procedió a explicarle la situación.

 Omar comprendió y bajó el arma que colocó en su cinto.

 —En dos días un barco del capitán Samir vendrá por mí en la costa. Si logramos llegar allí sin ser detectados, nos ayudarán a escapar.

 Decidieron que era lo mejor. El soldado se quedó atrás ya que no tenía razones para dejar su puesto bien pagado pues no sospechaban de él pero les ayudaría haciendo que los hombres del Valí siguieran una pista falsa hacia la dirección opuesta asegurando que se la había dado un pordiosero de la plaza.

 Entre tanto, Omar, Aisha y Nasradán escapaban por el desierto disfrazados de beduinos sobre camellos…

 Omar fue bien recibido por Samir con quien le unía una entrañable amistad. Acepto llevar al anciano y a la adolescente a puerto seguro lejos de las malvadas maquinaciones del Valí.

 El barco arribó a las costas de la exótica India, en ese entonces bajo dominio del Imperio mogol. Musulmanes también pero separados del Imperio otomano y por tanto, donde Nasradán estaría seguro. El Sultán mogol le debía algunos favores a Samir así que se le encontraría en la concurrida ciudad de Calcuta un hogar como director de la biblioteca local, si bien Nasradán debería aprender la lengua local, ya hablaba sánscrito y pali, idiomas en que estaban escritos la mayoría de valiosos textos.

 Pero conforme se asentaba en lo que sería su nuevo hogar Nasradán pudo reconocer la tristeza en los ojos de Aisha y entender las intenciones en su corazón. Lo que le partió el propio.

 —Quieres irte con ellos ¿cierto? —le preguntó. Aisha se mordió el labio, pero asintió. Nasradán suspiró.

 —Sé que hubieras esperado más de mí que ser una pirata pero…

 —Estoy tan orgulloso de ti como el primer día que te encontré en medio del desierto siendo cargada por un camello. Recuerda que siempre seré tu abuelo y te amaré igual.

 Nasradán y Aisha se abrazaron, tras lo cual se despidieron y Aisha partió con los piratas convirtiéndose así en miembro de la tripulación y siendo entrenada bajo la tutela (y los ocasionales amoríos) de Omar.

Y los años pasaron. Samir fue convertido en corsario del Imperio otomano lo que significaba que tenía la venia del Sultán siempre que no atacara embarcaciones turcas o de sus aliados, siendo sus blancos predilectos los españoles. Recién después de una brutal contienda naval sobrevino su nueva misión.

—¿Rumbo, Capitán? —preguntó Omar a Samir mientras veían los últimos vestigios de los barcos destruidos hundirse lúgubremente entre las aguas saladas y burbujeantes cercanas a las costas mediterráneas.

—¿Rumbo, Capitán? —preguntó el contramaestre, un negro tunecino de dos metros.

—Hacia España —anunció—, al encuentro con los mudéjares.

 La flota pirata atravesó por medio de intrincados recovecos y sinuosos acantilados hasta llegar a una secreta costa en la ladera escondida de las inescrutables montañas andaluces. Era de noche pero un fuego les alertaba la presencia de sus aliados desde las arenas de la playa, así que anclaron cerca y bajaron en buen número dentro de sus lanchas cargando pesadas cajas.

 —Salam —dijo el capitán Aruj bajándose de la lancha y ayudando a arrastrar la lancha hasta la playa donde lo esperaban varios moros.

 —Wa’alaykum assalam —respondió uno de los mudéjares desde la playa para luego estrecharle el brazo al pirata. —Me alegre volverle a ver capitán Aruj.

 —Igualmente, Mulá —respondió cortésmente el bucanero— les hemos traído lo prometido —y al decir esto dos de sus hombres, uno negro como el ébano pero muy musculoso y además ataviado con turbante blanco, y el propio Omar, cargaron una de las cajas hasta la arena y la abrieron de un golpe dejando salir provisiones de alimentos, medicinas y, sobre todo, una amplia gama de armas. —Que Alá los ayude en su lucha contra los infieles.

 —Ishalá —respondió quien parecía ser el líder mudéjar. Nuevas lanchas traficando las clandestinas provisiones llegaron hasta la costa, en una de las cuales viajaba Aisha.

 —¿Hay pasajeros?

 —Sí —respondió el Mulá señalando hacia una veintena de familias musulmanas que esperaban nerviosas cerca de la orilla y sosteniendo sacos donde guardaban sus escasas pertenencias.

 —Pues que suban. No tenemos muchos lujos pero estarán cómodos mientras los llevamos a Túnez.

 Entonces algunos de los piratas ayudaron a las mujeres, niños y ancianos a abordar los botes rumbo a los navíos, así como daban palabras de aliento a los hombres jefes de las familias.

 —Mulá, talvez estas personas puedan ayudarme a rescatar a mi hermana —murmuró un joven muchacho al oído del clérigo, este lo acalló con un gesto manual.

 —No sigas importunando con eso. Estos valientes hombres ya han hecho más que suficiente.

 Pero las palabras del joven llegaron hasta oídos de Aisha quien, curiosa, pregunto:

 —¿Qué le sucedió a tu hermana?

 —Fue tomada prisionera por el Marqués de Vorja, el señor feudal de nuestra morería y su destino es incierto. Nadie sabe lo que le pasa a las mujeres que se lleva el Marqués porque nunca regresan.

 —Pues cuenta con mi ayuda.

 El muchacho la observó con una sonrisa cortés pero a la vez escéptica. ¿Una mujer? ¿Qué podía hacer?

 —Si te quedas acá —le dijo Omar— pues deberé hacerlo yo también.

 —Sabes bien que no necesito tu ayuda —desdeñó ella con tono firme.

 —No, pero ellos sí y dos espadas son mejores que una.

 Aisha silenció sus réplicas.

 —Nosotros debemos ir a reunirnos con los emisarios del Sultán —les dijo el capitán Samir— aunque desearía poder ayudarles.

 —No se preocupe, Capitán —respondió Omar estrechándole la mano— parta sin demora que ya nos las arreglaremos.

 —Bien. Dentro de exactamente un año estaremos de regreso a esta costa así que espero verles para poder llevarles de vuelta.

 —Con la ayuda de Alá así será, hasta pronto.

 Y dicho esto Omar y Aisha se separaron de los piratas berberiscos que regresaron a sus embarcaciones.

 —¡Muchas gracias! —exclamó el muchacho— ¿Cuáles son los nombres de a quienes debo agradecer su ayuda?

 —Yo soy Omar y ella es…

 —Mi nombre es Aisha.

 —Bien, chico —le dijo Omar mientras caminaban hacia las carretas que transportaría las provisiones y el arsenal traído por los piratas berberiscos para los rebeldes mudéjares— ahora explícanos bien la situación…

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