Capítulo 2

Dani

Mi madre siempre me dijo que su sueño de toda la vida ha sido estudiar, que cuando niña veía pasar a todos esos adultos jóvenes con carpetas en manos, caminando hacia la universidad más cercana de su pueblo, y que se imaginaba siendo como ellos, con el poder de decidir qué carrera estudiar, luchando por su futuro. Siempre se le iluminaban los ojos al contármelo, supongo porque le dolía no haber podido estudiar. Mamá se quedó embarazada de mí a los dieciséis años, y desde entonces, se dedicó a cuidarnos. Mis abuelos la obligaron a casarse con mi padre (por suerte, mamá y papá se amaban mucho) y ambos se dedicaron a cuidarnos y a trabajar en lo que fuera que trajera dinero a la casa, tuvieron que dejar los estudios, pues el tiempo que tenían era muy escaso.

Tal vez por eso yo tenía tanta ilusión de recibirme, tal vez por eso siempre quise tan independiente, por sus historias (porque a pesar de que a mi padre no le gustara estudiar, siempre nos repitió la importancia que esto tiene, para poder vivir mejor), y porque sabía que a ellos les encantaba la idea de verme estudiando en la universidad. Claro, no era de su agrado no tenerme cerca, pero, por ahora, lo estábamos llevando bien. Era difícil la distancia e ignorar la costumbre de siempre haber tenido cerca a mi familia, pero con el tiempo todo iba a ser más fácil.

Mi objetivo era claro: recibirme lo antes posible, estudiar mucho y aprobar los exámenes. Pero, la verdad, en los últimos días, casi no podía dormir del estrés, era un constante pensar en los enormes apuntes, en los libros, en resúmenes, marcadores de colores y ganas de llorar. Iba algo atrasada y eso me ponía los pelos de punta. La semana había sido algo dura y lo que más me desanimaba era tener que trabajar en ese lugar.

Me preparé rápido, iba a llegar tarde sino. De tanto estrés y cansancio me había quedado dormida sobre la mesa, encima de esos endemoniados apuntes. Me apresuré en el camino, pero llegué al bar un par de minutos tarde.

Me bajé del autobús algo nerviosa. Mi jefe podía ser un asco cuando quería y seguramente me reprendería por mi tardanza y no quería que me dejara en ridículo, como ya antes hizo, la primera vez que llegué tarde.

Doblé una esquina y vi a Nathan, el chico de la entrevista, fumándose un cigarrillo, con esa expresión seria que tanto me llamaba la atención.

—Llegas tarde. Eso no es adecuado —dijo apenas me acerqué a la puerta.

—¿Tú qué haces aquí?

—Me dieron el trabajo —respondió con una sonrisa—. Gracias a que hablaste bien de mí con el jefe.

Sí, hablé bien de Nathan con el jefe luego de la entrevista. Nathan dijo que necesitaba el trabajo y me sentí identificada con él porque yo también lo necesité una vez que llegué a Seattle, también fui lugar en lugar, intentando conseguir algo que me diera dinero para comer todos los días. Nathan tenía un aire algo raro, su postura y sus ojos eran intimidantes, pero era bromista, un tanto molesto, pero simpático, dentro de todo.

—Soy genial, lo sé —afirmé, queriendo pasar adentro—. Deberías estar dentro del bar, trabajando.

Nathan me bloqueó el paso.

—Estoy en un descanso, llevo un rato trabajando. Y, tú, deberías llegar temprano al trabajo, ¿no te parece?

—Solo me retrasé unos minutos —me defendí, sintiéndome algo irritada.

—Pero el jefe está un poco molesto por ello.

Rodé lo ojos, imaginándome la reacción molesta de ese viejo. Aparté a Nathan y entré al bar, donde rápidamente, los borrachos empezaron a verme descaradamente. Harta de este acoso.

—El jefe te está esperando en su oficina —dijo Rose.

Puse los ojos en blanco, dejé mi mochila en el cuarto de descanso y fui escaleras arriba a ver al jefe. La puerta estaba abierta, y cuando me vio, me hizo señas para que me metiera.

—Lamento mucho la demora, había tráfico —inventé.

—Es la segunda vez que llegas tarde, Daniela —su tono fue serio. Si algo me molestaba mucho, era esta actitud de mierda que tenía. Me reclamaba haber llegado tarde, era estricto con ello, pero no se preocupaba en sacar a esos borrachos cuando se pasaban de la raya conmigo, o con cualquiera de sus empleadas. Ni hablemos del horario inadecuado en el que citaba a personas para entrevistas de trabajo. ¿Ahora venía a hacerse el estricto? Por favor, qué asco me daba ese tipo.

—Dani —corregí—. Solo es Dani, jefe. Y lo lamento, no volverá a pasar —aseguré, con ganas de decirle otra cosa poco amable. Lo peor de todo es que tenía que quedarme callada, guardarme mis opiniones, o terminaría despedida.

Cómo no me esforcé más en el instituto para que la universidad me diera una beca completa.

—A la tercera, puedes terminar despedida —advirtió, cruzándose de brazos.

Sonreí fingidamente.

—Claro, señor.

Idiota.

Cuando bajé las escaleras, noté la mirada de Nathan sobre mí, quien ya se encontraba a un lado de la entrada, vigilando que todo estuviera bien en el bar. Apartó sus ojos de mí un momento después, y qué bueno, porque sus ojos eran algo intimidantes.

—¿Qué te ha dicho? —inquirió Rose, sirviéndole una bebida al cliente.

—Que a la tercera me despide.

Me dispuse a atender a los clientes que faltaban ser atendidos. Hoy el bar estaba llenísimo, a cada rato entraba algún nuevo cliente, tanto hombres como mujeres, y era algo nuevo, puesto que siempre era puro hombre. Apenas había pasado una hora desde que llegué y ya me sentía agotada, pero también tenía que ver el que no había logrado dormir bien en los últimos días.

—¿Qué sirvo? —le pregunté al cuarentón que recién llegaba.

—Quiero whisky.

Tomé un vaso y agarré la botella de whisky para servirle a mi cliente y dejé la botella sobre la barra. El hombre me miró durante todo el proceso, y no con deseo, sino con molestia.

—No, un vaso de whisky, no. Quiero que me des la botella.

—No vendemos por botella —respondí—. Es por vaso, señor —expliqué, pero el hombre no parecía entenderlo.

Tomó la botella de alcohol que había dejado sobre la barra y me observó desafiante.

—Señor, no vendemos por botella —volví a explicar, cansada, intentando sacarle la botella de la mano, pero él hacía fuerza para que yo no lograra mi objetivo.

Ejercí fuerza y él también. Todo pasó rápidamente: la botella terminó por quebrarse en mis manos y en las de aquel terco. Hice una mueca, pues me había cortado un poco la mano y el whisky derrumbado tocó mi herida, haciéndola arder bastante. Di un paso atrás, justo cuando él tomaba el vaso que le había dado y me derramaba el asqueroso whisky sobre la remera.

Todos me observaban. Me sentí muy avergonzada. No me había dado cuenta de que Nathan se había acercado a nosotros, hasta que vi cómo tomaba al tipo con fuerza y lo obligaba a ponerse de pie.

—¡Afuera! —ordenó seriamente, algo tenso—. Agradece que no puedo golpearte porque estoy en el trabajo, pero no vuelvas a venir aquí o lo haré —Llegué a oír que dijo.

—Por Dios, ¿estás bien, Dani?

—Sí, Rose —mentí.

Le di una mirada a Rose, indicándole que iría a cambiarme. Menos mal que siempre llevaba una remera de repuesto en caso de algún accidente.

Me metí al baño con mi mochila y me saqué la remera para limpiarme el abdomen y los pechos con una toalla húmeda y ponerme la otra prenda. Afortunadamente mi pantalón no estaba manchado. También me perfumé, pues odiaba el olor a whisky y este claramente estaba pegado a mí por ese idiota. Por último, con una mueca, lavé mi herida, la cual era profunda, pero su largo no medía más de 2 centímetros.

—Estúpido… —hoy había pasado un mal momento.

Salí del baño, con intención de dirigirme al cuarto de descanso, pues allí había un pequeño botiquín de primero auxilios. Nathan estaba esperándome fuera del tocador de mujeres, con los brazos cruzados y su espalda apoyada en la pared. Al verme, descruzó sus brazos.

—¿Cómo estás? Vi sangre en tu mano.

—Estoy bien —respondí, con vergüenza. Sabía que no debía sentirla, yo no tuve la culpa, pero aun así tenía pena.

Me alejé de él con rapidez y entré al cuartito. Nathan se metió conmigo y cerró la puerta tras él.

—No hace falta que estés aquí, no ha pasado nada.

—¿No ha pasado nada? Tienes un corte en tu mano. Eso me dice lo contrario. —Se acercó a mí—. Tienes que desinfectar la herida. Déjame ayudarte.

—Puedo sola, Nathan. —aparté mi mano cuando él la tomó. Nathan estaba siendo amable conmigo, pero mis ánimos esta noche no estaban conmigo.

—Dani, déjame ayudarte —su tono fue serio.

Quise negarme una vez más, pero la intensidad de sus ojos me convenció.

Nathan tomó el botiquín, buscó gasas, alcohol y cinta.

—Es un poco profunda.

—Lo sé, duele bastante —afirmé.

—Esto te va a arder —avisó, tomando el alcohol y echándolo en mi herida. Cerré los ojos un momento, quejándome por lo bajo. Nathan limpió rápidamente la herida y vendó mi mano con una gasa, ajustándola con un poco de cinta—. ¿Mejor?

—Sí. —Sonreí levemente. La mano me dolía, maldita sea—. Gracias. Fuiste muy amable.

—Creía que pensabas que era un arrogante —comentó, con un ápice de sonrisa, con sus hermosos ojos clavados a los míos.

Por favor, en serio, qué ojazos tan bonitos y atrapantes.

—Sigo pensándolo —asentí con la cabeza, sonriéndole y caminando hasta la salida del cuarto.

 —Dani —me llamó, antes que de que abriera la puerta.

Me di la vuelta para verlo.

—Me encanta tu perfume.

Por alguna razón, su comentario hizo que me ruborizara.

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