CAPÍTULO I: De flores y chocolates

Si alguna vez soñaste con el hombre perfecto, ese era el que yo tenía. Lo siento, ya ha sido ocupado, seguramente podrás encontrar otro por ahí. Quizá no de la misma calidad que Guillermo, pero probablemente lo hallarás.

Aquella inocente salida que había iniciado hacía un mes y medio dio sus frutos. Guillermo y yo habíamos comenzado una relación y me sentía en las nubes. El hombre era como aquella búsqueda del tesoro que había comenzado hacía muchos años y, finalmente, mi travesía por el arcoíris había llegado a su fin.

Mi gorda y rebosante olla de oro al fin me pertenecía, y aunque sonaba loco, yo también le pertenecía.

Muchas personas me habían dicho que lo nuestro había comenzado demasiado rápido. Y es que, a tan solo días de haber comenzado a salir, yo sentía que no podía estar ni un minuto sin él y lo mejor de todo es que a él parecía pasarle igual conmigo.

No me enorgullece decirlo, pero llegué a descuidar un poco mis clases por conversar con Guillermo todo el rato en el teléfono. 

Mis amigas solo podían reírse de mí, esperando a que la “fiebre Guille” se me pasara, como le decían ellas.

—¿De nuevo estás hablando con él? —Me decía Jimena, mi mejor amiga.

Yo estaba inmersa en la conversación. No podía evitar soltar risitas por lo bajo y sonrojarme con sus mensajes de amor.

«Te estoy viendo caminar, y si me permites decirlo, tienes un culo muy hermoso»

Leí el mensaje y de inmediato volteé a todos lados intentando encontrarlo. Guillermo se había vuelto mi droga bastante rápido, y no me enojaba en lo absoluto. A mi amiga en cambio sí parecía molestarle este cambio en mí.

Soltó un resoplido y me dio la espalda cuando se dio cuenta que no planeaba responderle.

«¿Dónde estás?, no te veo»

Unas grandes y fuertes manos me tomaron el trasero de pronto y di un respingo. Guillermo en todo su esplendor estaba ahí frente a mí, y mi mundo se iluminó por completo. Toda la gente que estaba en la universidad pareció desaparecer por un instante y solo quedamos él y yo.

—¡Bebé! —exclamé emocionada y lo abracé con fuerza.

Él respondió a mi abrazo con la misma intensidad y me estampó un beso en los labios.

Guillermo y yo éramos muy pasionales, éramos el uno para el otro, y, aquí entre nos, era el único hombre que me prendía a límites insospechados.

Y eso fue lo que me hizo enamorarme más de él, pues, aunque yo estaba más que dispuesta a entregarme; él en cambio, me pidió esperar, ¿es que acaso podía ser más caballero?

—Andrea, tu nuevo novio es un encanto —me comentaba Ana, otra de mis mejores amigas.

—¿Un encanto? Una esponja querrás decir —se quejó Jimena.

—¡Ah! Mira quien habla —replicó Sabrina soltando una carcajada—, tú estabas igual de prendida de aquel tipo, ¿recuerdas? ¿cómo era que se llamaba?

—Rafael —respondió Jimena girando los ojos.

Solté una carcajada y todas me secundaron. Rafael era esa clase de ex que solo se recordaban para burlarnos de él, y de nuestra amiga por haber sido tan ingenua.

El chico la había engañado con otras dos a la semana de haber comenzado a salir, pero Jimena se negaba a creernos hasta que lo vio aquella noche en el pub con la tipeja esa.

Luego de eso Jimena no quería creer en los hombres, así que estaba totalmente en contra de cualquier novio que tuviera, yo u otra; es más, estaba en contra de todos los hombres.

—Me trae derretida, ¿para qué negarlo? —confesé.

—Vi que era todo un caballero, me encanta como te da esos besos en la mano —dijo Sabrina suspirando—, ya quisiera yo uno así, dime ¿no tendrá un hermano de casualidad?

En el poco tiempo que llevaba saliendo con él, todavía no había llegado a conocer a su familia, así que en realidad no le podía responder esa pregunta. Él tampoco conocía a la mía.

—No lo sé —me encogí de hombros—, le preguntaré.

Guillermo era mi tercer novio oficial. Por mi vida ya habían pasado otros antes, incluyendo a Joaquín, quien había quedado como un buen amigo. Al final las cosas no habían resultado entre nosotros porque ambos queríamos cosas muy diferentes, y yo sabía que a largo plazo esa relación no iba hacia ningún lado.

Lo recordé en ese instante porque venía caminando muy campante hacia nosotras. Joaquín y su nueva novia.

En el pasado habría sentido muchos celos, ahora mi mente solo revoloteaba en Guillermo. Nos saludaron con demasiado entusiasmo y se sentaron frente a mí y mis tres amigas.

—¡Tanto tiempo! —fingió Joaquín, pues nos habíamos visto hacía poco—. ¿Cómo estás Andrea?

—Excelente, mejor no puedo estar.

—Te presento a mi novia, Rosa.

La chica me lanzó una mirada de odio, imaginaba que ya sabía quién había sido yo, pero no me importó en lo absoluto, yo ya no tenía ojos para Joaquín ni para nadie más.

Guillermo apareció por detrás de mí y ni siquiera había notado su presencia. Di un respingo en la silla y de inmediato me levanté para saludarlo. Él parecía más distraído en mirar al chico frente a mí.

Guille no sabía nada de Joaquín; de hecho, era la primera vez que lo veía a mi lado desde que habíamos comenzado a salir.

—Él es Joaquín, un amigo —me apresuré a presentarlos.

Joaquín le extendió la mano, pero mi nuevo novio parecía reacio a tomarla, luego de una mirada que me pareció bastante incómoda, finalmente decidió saludarlo.

—¡Un gusto! Soy el novio de Andrea, Guillermo —anunció esbozando una enorme y cálida sonrisa.

Solté un suspiro de alivio que estaba conteniendo y ni siquiera lo había notado. Por un segundo llegué a pensar que Guillermo se había puesto celoso, pero eso era imposible, él no era esa clase de hombre.

—¡Oh! ¡Qué bien! No sabía que tenías novio Andre —respondió Joaquín.

—Es que hace mucho no te veía —le dije yo.

La chica que lo acompañaba carraspeó, nos habíamos olvidado de ella por completo. Joaquín soltó una risa nerviosa y entonces la presentó de nuevo.

—¿Te sentarás con nosotros? —le pregunté a Guille, sin embargo, su semblante alegre había cambiado.

—No, mejor ven conmigo. —No esperó una contestación de mi parte, me tomó del brazo y me jaló de la silla. Me despedí con la mano de mis amigos y me encogí de hombros a modo de disculpa. Tomé mi bolso, pero Guillermo me jalaba con tanta insistencia que casi lo dejo caer al suelo.

—Ahí va la esponja de nuevo —dijo Jimena. Lo susurró bajo, pero había alcanzado a escucharla antes de irme.

Comenzamos a caminar con paso acelerado y no entendía por qué. Yo aún tenía algunas clases antes de volver a la casa y no podía dejar la universidad.

—¿A dónde vamos? —pregunté.

—A ningún lado, solo quería alejarnos de esa gente.

Su comentario me cayó por sorpresa, ¿acaso no le agradaban mis amigos?

—¿Esa gente? Son mis amigos —respondí.

Él se detuvo y volvió a cambiar el semblante, de nuevo la mirada cálida y angelical me contemplaba.

—Lo sé y son geniales, lo que pasa es que… te quería llevar a un sitio especial.

Sonreí de oreja a oreja, por supuesto que me moría de ganas por ir con él a un lugar especial, iría con él a la luna si pudiera.

—¡Claro! ¿a dónde?

—Mmm, no, no te diré, es una sorpresa.

—Pero tendrá que ser cuando salga porque…

—Vamos ahora, solo te quedan dos clases, no son importantes —dijo interrumpiéndome.

La idea de fugarme de la universidad no la contemplaba. Era una de esas “niñas bien”, no me gustaba romper las reglas. Siempre había sido muy aplicada en los estudios y faltar a clase; aunque solo fuera una, no me gustaba del todo.

—Ammm, no lo sé, es que no quiero perderme la clase —dije mordiéndome el labio.

—Solo será cosa de hoy, no te preocupes, no va a pasar nada —insistió.

Dudé. Una parte de mí quería hacerlo, le parecía excitante hacer algo malo, aunque fuera solo una vez; la otra en cambio me decía que lo más sensato era no hacerle caso.

—Es que…no sé, es una clase importante —remarqué.

Entonces, Guillermo frunció el ceño y pareció enojarse.

—Está bien, si no quieres —espetó. Pareció aceptar mi negativa, pero refunfuñaba, estaba enojado y eso me ponía incómoda. No quería pelear con él.

A lo mejor estaba exagerando demasiado, una sola clase no me haría perder el semestre.

—Ok, iré contigo, no te pongas mal —le rogué.

Esbozó una gigantesca sonrisa y me tomó del brazo de nuevo. Caminaba con apremio, emocionado de que hubiera dicho que sí. Me sentí terriblemente mal cuando dejé la universidad, intenté olvidarlo mientras me llevaba a dónde fuera que tuviera la sorpresa, pero la culpa no me dejaba tranquila.

—Deja de preocuparte por la clase, luego le pides las notas a tu amiga —dijo al cabo de un rato, cuando vio que de pronto me había quedado muy callada.

—Es cierto —dije riendo nerviosa—, más bien ¿por qué no me dices a dónde me llevas?

—Ya estamos aquí. —Señaló el centro comercial y no pude evitar enarcar una ceja, ¿todo ese alboroto por venir al centro comercial?

—¿En serio?

—No es lo que crees, ya verás.

Entramos al enorme edificio lleno de gente y bulla. Parecía muy entusiasmado por llegar, aunque no esperaba nada más que una salida al cine o a comer.

Primero pasó por un quiosco con flores y compró un pequeño ramo y me lo dio.

—Para ti, mi dulce princesa.

No pude evitar sonrojarme al recibir las rosas. Combinaban con el color de mis mejillas y olían divino. Entonces olvidé toda la incomodidad de haber faltado y me sentí feliz. Valía la pena porque él me hacía sentir plena.

De pronto nos dirigíamos a una tienda de ropa y no tenía idea de por qué.

—¿Estás seguro de que es aquí? —pregunté.

—Sí —se detuvo antes de entrar y me miró de frente. Guillermo me ganaba en altura por una cabeza, y ni hablar de su contextura y la mía, por eso adoraba cuando me abrazaba con sus fuertes brazos. —No te vayas a ofender, por favor.

—No entiendo, ¿de qué me ofendería?

—Es que quiero hacerte un regalo.

—¿De ropa? —enarqué una ceja porque me parecía algo extraño, nunca antes un novio me había regalado ropa.

—Sí, es solo un regalo, confía en mí, quiero que siempre te veas bien. —Me tomó de los hombros y me miró fijamente a los ojos, sentí que no iba a poder decirle que no.

—¿Insinúas que mi ropa es fea?

—No, claro que no, ¿aceptarás?

No veía el por qué no, así que asentí.

Mi ropa usual era bastante simple, normal le diría yo. Pantalones, y blusas, de vez en cuando alguna falda o un vestido. Me gustaba ser coqueta pero discreta al mismo tiempo. Y solía usar muchas sandalias o tacones.

Imaginaba que Guillermo me regalaría algo basado en mis gustos, en lo que ya me había visto usar normalmente; en cambio, me hizo escoger ropa mucho más conservadora, algo que quizá usaría mi madre.

No quedé demasiado contenta con el obsequio, aunque le había insinuado que ese no era el tipo de ropa que yo usaría; aun así, su insistencia y sus ojitos de perrito terminaron por convencerme y lo llevé todo.

 —Te verás mucho mejor con esta ropa, ya verás, de hecho, ¿por qué no te la pones ahora?

—¿Ahora?

—Sí, entra al baño y te la pones.

No me sonó a una sugerencia, sino a una orden. Lo hice por complacerlo, después de todo, no tenía nada de malo.

Me contemplé en el espejo con la ropa nueva y me sentí extraña, mordí mi labio y me giré de un lado a otro buscando un ángulo en el que por fin dijera que me sentía bien por cómo me quedaba, pero no lo encontré.

—Solo lo usaré cuando esté con él —me dije a mí misma, y salí del baño.

Cuando me vio su cara se iluminó y entonces de nuevo me sentí bien, porque él era feliz.

Me llevó hasta mi casa esa noche, y fue la primera vez que conoció a mi madre, al menos de lejos.

No quiso pasar a saludar por vergüenza y lo entendí.

—Hija, ¿y esa ropa? —me preguntó mi madre.

—Me la regaló Guillermo, ¿no es hermosa? —pregunté.

—Pues sí, está bonita, pero no es lo que tú usas.

—Quiso darme algo más a su…estilo —dije encogiéndome de hombros.

Dejé las bolsas en el cuarto y me puse el pijama.

—¿No crees que es muy pronto como para que te haga esa clase de regalos? —preguntó mi madre.

Guillermo era un hombre muy detallista, no era la primera vez que me regalaba cosas inesperadas. A la semana de salir, me había dado unos sarcillos preciosísimos, y a los quince días, me había llevado una caja de bombones de chocolate que me comí en un santiamén.

Cada vez que podía me compraba algo, me brindaba cosas cuando salíamos y eso me parecía genial, pues era un completo caballero, aunque no echaba de lado la posibilidad de pagar yo la cena alguna vez, tampoco quería abusar.

—No mamá, me parece bien.

—Mmm, si tú lo dices —comentó perspicaz.

Mi madre era una mujer demasiado desconfiada, pero era lógico. Mi padre la había abandonado cuando yo era muy pequeña; por otra mujer, y desde entonces sus visitas eran tan frecuentes como el año bisiesto.

Solo se aparecía por mí, y no faltaba nunca el día en que; cuando viniera; no lo oyera discutir con ella por cualquier cosa, aunque fuera una nimiedad.

Al día siguiente solo deseaba ponerme al día con las dos materias que había perdido. Corrí hacia Jimena en cuanto la vi, pero ella parecía disgustada conmigo.

—Jime, ¿cómo estás? ¿Cómo estuvo la clase ayer?

—Lo sabrías si no hubieras faltado —espetó enojada.

—¿Por qué te molestas? Tuve que… —no sabía si mentirle, después de todo ella era mi mejor amiga, la que me conocía mejor que nadie—, lo siento, no tengo excusa, pero por favor dame las notas.

—¿Te hizo faltar a clases? —acusó.

—Sí —admití—, pero por una buena causa.

—A ver, ¿cuál?

—Me llevó a una cita muy romántica, y me regaló ropa —respondí contenta.

—Amiga, eso no es excusa…

Se interrumpió de pronto y me hizo señas con la boca para que mirara hacia atrás. Guillermo venía caminando hacia nosotras con una enorme sonrisa.

—¿Cómo está mi hermosa mujer? —preguntó, me tomó entre sus brazos y me beso con pasión, sin importarle que Jimena estuviera allí. Sentí su lengua entrar en mi boca y le seguí el beso, enredando mis dedos en su cabello.

Jimena carraspeó y a regañadientes Guillermo me soltó.

» Hola, ¿Jimena, cierto?

—Sí —respondió ella.

—¿Por qué no estás usando lo que te regalé? —preguntó él.

No supe por qué, pero me puse nerviosa, como si estuviera regañándome o algo así.

—Es que es nueva, no quiero desgastarla viniendo a la universidad —mentí.

La verdad era que no terminaba de gustarme del todo.

Guillermo tomó mi brazo y me jaló, apartándome de mi amiga, esta vez me apretó con un poco de fuerza.

—Bebé, no te lo quería decir para que no te sintieras mal, pero es que tu ropa…. —tomó la blusa que tenía puesta por la parte de abajo y le dio una mirada de pena y asco, como cuando observas algo en mal estado—. No es muy bonita que digamos.

Su comentario me hizo sentir muy mal, ¿no le gustaba cómo me vestía? Arrugué el ceño y quise salir corriendo de allí y cambiarme de prisa, pero no podía.

—No entiendo, dijiste que…

—No me malentiendas, tú eres preciosa, pero esta ropa no te favorece, te hace ver gorda y sosa, mejor usa la que te compré.

Entendía que lo estaba diciendo por mi bien, aun así, su comentario me dolió, ¿realmente me veía gorda y sosa? Él era mi novio, estaba segura de que quería lo mejor para mí.

—Está bien, lo siento mucho —me disculpé, aunque no estaba muy segura de por qué—. Mañana vendré con la ropa nueva.

Bajé la mirada y no pude sentirme bien después de eso, él tomó mi barbilla y acarició mis mejillas con ternura.

—Te quiero —susurró.

¡Por Dios! Era la primera vez que me decía eso. Una pequeña chispa de alegría volvió a mí, lo abracé con fuerza y me sentí bien, porque sabía que él se había fijado en mí, aunque no me viera tan bien.

Usaría la ropa que me había regalado, y entonces me vería mucho mejor. 

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