Dicen que un corazón roto duele tanto como un infarto al corazón. Siempre creí que eran patrañas. ¿Cómo podía doler tanto una traición? Sí, era triste y fuerte, pero no podía ser tan malo, ¿cierto?
Tenía dos semanas sin saber de él.
Guillermo había desaparecido de mi vida en un instante. Y me habría gustado decir que estaba bien, que no pasaba nada y que ahora era feliz, pero no. En realidad, me estaba muriendo por dentro. Estar lejos de él era como una agonía, y aunque sabía que no debía volver y que lo que me había hecho era terrible; lo extrañaba.
¡Qué estúpida! ¿Cuán estúpida podía ser? Probablemente yo era la reina de los estúpidos.
Jimena y yo habíamos logrado “escapar” del hospital sin que él lo supiera. Y estaba bastante se