Al día siguiente, desperté, y deseé que todo fuera una pesadilla; que en realidad estuviera en mi cama, lejos de Alexander.
Abrí los ojos y me encontré con la triste realidad de que todo era verdad. Me desperecé unos instantes y poniéndome de pie me quité el camisón que Sam me había prestado, para reemplazarlo por el vestido que usé ayer.
Sin muchas ganas, bajé a la cocina para comer algo.
Nadie me había dado permiso para salir de la habitación, pero tampoco me habían prohibido hacerlo.
Entré con tranquilidad a la cocina y me relajé al ver que estaba sola. Fui abriendo distintos estantes hasta hallar lo que buscaba: café. Calenté un poco de agua y tomé una taza de color rojo que estaba en una de las alacenas.
Estaba sirviendo el agua caliente en la vasija, cuando una voz femenina me sobresaltó.
-A