A regañadientes, Olivia acompañó a Julieta a su casa. La abuela de Rafael había insistido en que necesitaba tomar un baño y dormir, que, aunque se pusiera de cabeza, no podría hacer nada por su hermana esa noche. Pero dormir ni siquiera fue una opción para ella. Temerosa, pidió el teléfono para hablarle a su padre.
—¿Olivia, hija?
—Sí, papá, soy yo. Perdóname por no comunicarme antes, pero me robaron mi celular — dijo temerosa.
—¿Estás bien?
—Sí, tranquilo, estoy bien, nada malo me ha pasado.
—Me alegro, hija. Tenía el corazón hecho un nudo desde la mañana, sentía un mal presentimiento, ¿dónde está Angelica?
Olivia enmudeció pensando qué contestarle.
—Ella está dormida, papá, llegó muy cansada. Estamos en casa de la abuela de Rafael, la señora es muy dulce con nosotras, no estés preocupado, estamos bien ambas, papá.
—¿Rafael, cómo está?
—Mejorando, ya ha despertado, tiene algunas fracturas, pero el doctor dice que estará bien — contestó con un nudo en la garganta.
Deseaba soltarse llo