ADIOS Y PRESENTACIONES

Nunca me agradó la ropa oscura, decía demasiado de las situaciones, del dolor y la pena. Pero en ese momento, la detesté con todo el corazón, la odié. Odié ver a todos mis conocidos vestir de negro, y más me odié a mí por usar lo mismo.

Odié el contraste de colores con el traje que usaba mi padre. Odié que, mientras todos vestíamos de negro, el vistiera su favorito traje blanco.

Con soltura me limpié las lágrimas del rostro y traté de mantener la compostura. Mi hermano mayor me miró desde el otro extremo de ataúd y negó. Aunque era el funeral de mi papá, no podíamos llorar y sacar todo lo que estábamos conteniendo; no mientras los socios y accionistas más importantes de la empresa familiar se encontrarán allí.

Como los hijos únicos del presidente de la empresa, no podíamos arruinar la imagen de la familia y la empresa llorando como niños. Y eso mi hermano gemelo lo entendía; Ivan era mucho más fuerte que yo.

—Lo lamento tanto, Elaine. Tu padre era extraordinario.

Miré a Aarón, el mejor amigo de mi papá, y le sonreí con pena. Él ya era un hombre mayor, tanto como lo había sido mi padre, tanto como lo hubiese sido de seguir vivo. Quise llorar, a pesar de que ya lo había hecho tanto que mis ojos estaban rojos e inflamados.

—No te preocupes —musitó Aarón abrazándome—. Yo cuidaré de ti, se lo prometí a tu papá. Aun eres una niña, y no dejaré que te quedes sola, tampoco tu hermano. Sabes que estaré siempre para ustedes.

Sollocé un poco sobre su hombro, dándome cuenta por primera vez de una realidad que había tratado de ignorar: y esa realidad era que, sin mi padre, Iván y yo estábamos solas, sin familia, y totalmente perdidos. Con tan solo 20 años, ¿qué podríamos hacer con una empresa de ese nivel? ¿Tendríamos que encargarnos de los negocios de mi padre? ¿Cómo tomaríamos un rol tan importante cuando apenas acabábamos de cumplir los 20 años?

Al lado de Aarón, su esposa también trató de consolarme.

—Lo sentimos mucho, señorita DeRose. Sabemos lo mucho que amaba a su padre, y también lo qué significaba para todos.

Con delicadeza extendió una mano y depositó una rosa blanca en mi mano, cubierta por un guante negro de seda. 

—Como su hija, deberías arrojar la última rosa. A él le gustaría.

Miré los pétalos frescos y sentí un grueso nudo formarse en mi garganta; esas rosas eran las favoritas de mi padre, las adoraba.

Cuando Aarón dejó de abrazarme, me giré hacia el ataúd, ya listo para ser sepultado bajó una enorme pila de arena. Mi padre, Iván y yo siempre habíamos estado juntos, solo los 3 desde el principio, solo nosotros.

Las manos comenzaron a temblarme cuando mi hermano arrojó la primera rosa, y mis ojos se llenaron de lágrimas cuando todos los presentes comenzaron a arrojar sus rosas blancas sobre el ataúd de mi papá, despidiéndose de su Ceo y amigo. ¿Qué haría sin él? ¿Cómo podría vivir en la mansión sin mi papá? 

Cuando llegó mi turno, inspiré hondo y sin dejar de mirar la caja, estiré el brazo.

—Papá, te amo mucho... —murmuré dejando caer la última rosa de despedida.

Sin embargo, cuando la rosa cayó sobre el resto, no fue la última, pues una más cayó enseguida. Vi caer la flor sobre la gran pila de rosas blancas acumuladas sobre el ataúd. La flor resaltó desde un principio porque no era blanca como las demás, sino roja, y también porque no era una rosa, sino un clavel.

De inmediato alcé la vista hacía los presentes, queriendo saber de quién venía ese clavel rojo. No obstante, cuando miré al hombre de pie al otro extremo de la tumba, al lado de mi hermano, toda mi mente quedó vacía.

Me quedé sin palabras.

El hombre frente a mí vestía de luto, con un largo abrigo negro como la tinta sobre un traje igualmente negro. Su espeso cabello castaño oscuro goteaba agua por la lluvia que caía ese día. Me fue imposible no saber quién era.

Él era un reconocido Ceo, un atractivo hombre en todos los aspectos: un sujeto de negocios exitosos, con un nombre lleno de poder e influencia; sin decir que su atrayente aspecto físico atraía a todo tipo de mujeres. Él aparentemente no tenía ningún defecto, aparte de su cuestionable reputación, su conocida arrogancia y gélida personalidad. 

Él era un hombre peligroso y sin moral, todos lo sabían. Él era alguien con quién yo jamás me relacionaría.

Pero, cuando sus sorprendentes ojos azules, de un sombrío tono muy parecido al mar en medio de una tormenta, me miraron con interés bajo unas marcadas cejas negras, yo me ruboricé de la nada.

Entonces él me sonrió levemente, entre la burla y la seducción.

—Mi más sincero pésame por su perdida, señorita DeRose.

No hubo necesidad de preguntar nada, él era el dueño de ese clavel. Y también era el hombre que mi padre más había despreciado. Apreté los puños bajo los guantes de seda.

—Señor Julián Ferrer —lo saludó Iván, tan sorprendido por su repentina presencia como todos. Ya que nuestra familia nunca había mantenido negocios con él.

—Lo lamento tanto, señor DeRose —dijo el hombre y estrechó la mano de mi hermano con soltura —. El gremio empresarial lamenta la muerte de su padre.

Yo no supe qué hacer, solo me quedé callada, observándolo, preguntándome qué hacía allí, cuando todos sabían la rivalidad que solía existir entre él y mi padre.

—La familia agradece su presencia, señor —le dijo Aarón, aunque en su voz hubo algo de recelo.

El señor Ferrer le devolvió el saludo a Aarón con un leve y despectivo gesto de cabeza, sin dejar de observarme; él era un hombre de modales cortantes, despiadado y sádico en sus negocios. Tal vez por eso mi padre me había prohibido siempre tratar con él.

En ese momento, quise preguntarle entre gritos qué hacia allí, pero no podía hacer algo así frente a todos. Así que solo me limité a mirarlo despedirse de Iván y rodear la tumba, se acercó a mí con excesiva calma.

Cuando llegó a mi lado, ladeó ligeramente la cabeza, observándome a detalle. De reojo vi a Aaron y su esposa alejarse con discreción. Mi hermano nos miró con curiosidad.

—¿Qué cree que pase con usted ahora que su padre ha muerto? —me preguntó sin vergüenza, provocando que todos murmuraran mientras yo me ponía roja de ira.

—¿Qué quiere decir? —musité por lo bajo, conteniendo mi voz. Él me intimidaba de muchas formas.

Una esquina de su boca se curvó un poco. Era una sonrisa fría.

—Te pregunté si sabes lo que pasara contigo de aquí en adelante.

Apreté los labios ligeramente, ofendida por su tono engreído y su manera informal de hablarme, como si ya fuésemos muy cercanos.

—No lo sé, yo aún no he pensado...

De la nada me tomó de un brazo y con brusquedad tiró de mí hacía él, hasta acercarme lo suficiente para apoyar sus fríos labios en mi oído. 

Jadeé de sorpresa a la vez que él susurraba:

—¿Cuantos años tienes? ¿19, 20 años? —lo sentí burlarse—. Me preguntó en qué pensaba tu estúpido padre al hacer un trato así conmigo.

Temblé, aun sorprendida.

—Pero debo aceptar que, aunque era un viejo despreciable, su papel de padre era extraordinario.

Aunque todos nos miraban y hablaban de nosotros, tan sorprendidos como yo, no intenté alejarme de ese hombre. Pero no porque me agradará tenerlo cerca, sino por qué quería saber qué quería decir con todo eso.

—¿Mi papá... hizo un trato con usted? —inquirí con temor e incredulidad.

Él me apretó contra sí, arrancándome otro sorpresivo jadeo.

—Más que un trato, fue la penosa solicitud de un moribundo —rectificó con deleite—. ¿Puedes imaginar en qué consiste ese trato?

Me ruboricé ligeramente cuando sentí su mano deslizarse en una de las mías, hasta que entrelazó mis dedos con los suyos. Su mano era mucho más grande que la mía.

—¿Imaginas el beneficio que me ofreció tu padre a cambio de ese trato?

Entonces bajé la vista y miré con estupefacción un anillo de diamante blanco en uno de mis dedos, contrastando con mi guante negro. Era un anillo de compromiso.

Sentí mi corazón desplomarse.

—Él me ofreció a su única hija como esposa.

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