TRATOS Y MANIPULACIONES

Arrojó un puñado de documentos sobre la mesa del comedor, y yo inmediatamente los tomé, comencé a revisarlos. No entendía mucho de finanzas y contratos, pero había estado al lado de mi padre el tiempo suficiente para aprender lo básico.

Y esos conocimientos básicos bastaron para que pronto entendiera el significado de todo ese papeleo. Mi rostro perdió todo color.

—No... No es posible —musité con voz débil—. Mi padre jamás lo perdería todo así. Él nunca...

—Tu padre invirtió en negocios de alto riesgo —me cortó el señor Julián con su autoritaria voz, tomando asiento al otro extremo de la mesa—. Especuló en la bolsa de valores como sí de un juego se tratase. Y todo eso lo llevó al borde de la ruina.

Continué mirando los documentos, absorta por los números rojos y la gran cantidad de ceros en las cuentas bancarias, tanto de la familia como de la empresa. El señor Julián tenía razón, los negocios de mi padre estaban a punto de perderse; estábamos a punto de declararnos en banca rota.

—¿Cómo es que... pasó esto? —inquirí alzando la vista y mirando aquellos implacables ojos azul oscuro—. ¿Cómo es que mi papá terminó arruinado?

El señor Julián me observó un momento con interés, luego suspiró negando.

—Venía arrastrando deudas desde hace años, deudas de juego y negocios turbulentos, y creyó que podría liquidarlas si invertía y ganaba. Pero su desesperación resultó en todo lo contrario, y él terminó al borde del abismo.

Inhalé hondo, y recordé con dolor la expresión angustiada de mi papá durante sus últimos días de vida. ¿Así que había sido por eso? ¿La presión por las deudas le había seguido hasta el final de su vida?

Exhalé y me puse en pie. Intenté sonreírle y ser cortes.

—Gracias por informarme de todo esto, señor Julián —le dije.

Ignoré su repentino ceño fruncido y la repentina expresión sombría.

—Hablaré con mi hermano y Aarón, el socio de mi padre, ahora que él será el Ceo, seguramente encontrará...

Me cortó a media frase.

—Veo que eres una chiquilla bastante tonta. No entiendes realmente el significado de esta conversación.

Lo único que entendía era que mi padre acababa de morir y que su amada empresa estaba a punto de desaparecer. Solo eso entendía.

Mi sonrisa vaciló.

—Por favor, señor Julián, ahora mismo yo no puedo...

—¿Crees que todos esos documentos son recientes? Te dije que hice un trato con él. ¿No piensas averiguar en qué consiste?

Tragué fuerte, mirándolo entre inquieta e intrigada. Él me devolvió una mirada cargada de fría burla. Todo mundo decía que ese importante hombre había hecho su fortuna a base de negocios sucios, haciendo tratos con la delincuencia, invirtiendo en malos lugares.

Todos decían que ese atractivo hombre de 27 años, soltero, sin familia y con un apellido cuestionable, de carácter cruel y despiadado, no era alguien de fiar. Y yo les creía. 

Él no me agradaba.

Con renuencia volví a sentarme y revisé de nuevo los documentos. Los hojeé rápidamente, queriendo terminar cuanto antes con eso para ir a despedir a mi papá.

Sin embargo, pronto encontré algo que me paralizó por completo, helándome la piel. Se trataba de un contrato lleno de cláusulas y clausulas, donde mi nombre se mencionaba repetidas veces.

Sentí mi mundo desplomarse al leer unas cuantas líneas de ese contrato. En él se decía que, a cambio de una fuerte inversión por parte del señor Julián Ferrer a la empresa de mi padre, él accedía a darle a su única hija como esposa. 

Yo era el beneficio del inversor allí.

—Tu padre te entregó a mí, a cambio de que yo invirtiera una ridícula cifra lo suficientemente grande para salvar su empresa y el patrimonio de sus 2 hijos —me informó.

Alejé mi perdida mirada del contrato para fijarla en el hombre frente a mí.

—Esto... no puede ser válido —intenté sonreír, pero solo era el pánico que comenzaba a invadirme—. Este contrato no puede ser legal. Es imposible que hayan negociado conmigo.

Cuando terminé, esperé a que me diera la razón. Pero él solo se limitó a suspirar con fastidio y levantarse de la mesa. Me miró casi con desprecio al tiempo que depositaba el costoso anillo de diamantes sobre la mesa.

—¿Válido? ¿Legal? —se mofó—. En verdad no sabes de negocios, de saber un poco, sabrías que todo contrato puede volverse válido, siempre y cuando ambas partes estén de acuerdo. 

—Aun así, mi papá jamás aceptaría...

—Niña tonta, tu padre estuvo de acuerdo, firmó y aceptó mi dinero. Un dinero que ya se invirtió...

También me puse en pie, desesperada.

—Se lo devolveré si es necesario —le dije sin pensarlo, mirando el anillo sobre la mesa casi con temor. 

No quería casarme con ese hombre. No estaba dispuesta a hacerlo, nunca lo haría.

—Todo el dinero que invirtió, yo se lo devolveré lo más pronto posible...

De repente sonrió, pero fue una sonrisa cargada de burla.

—¿Hablas en serio, niña? —preguntó y comenzó a aproximarse a mí.

No se detuvo hasta que estuvo a un palmo de mí, y yo me tuve que volver a dejar caer en la silla cuando él apoyó una mano en el respaldo, solo para inclinarse sobre mí, aprisionándome. 

—¿Sabes realmente lo que estás diciendo?

Al ver el miedo en mis ojos, su mirada se suavizó un poco; tenía el aspecto de alguna oscura deidad mitológica, alguien tan atractivo como despiadado.

—¿Puedes devolver billones de dólares cuando estás a punto de quedarte sin nada? —su voz siguió siendo grave y brusca.

Mi boca se abrió ligeramente.

—¿Billones? ¿Eso invirtió en la empresa...?

—Eso pagué por la preciada hija de ese despreciable viejo. Exactamente 9 billones.

Apreté ligeramente las manos en puños, a la vez que cualquier plan para pagarle se desvanecía ante esa descomunal cantidad. Siempre había sabido que Julián Ferrer era millonario, pero él era más que eso; su fortuna era mayor de lo que nadie sabía.

—¿Por qué... está interesado en mí? —quise saber, intentando que mi voz no temblara—. ¿Por qué me quiere como su esposa?

Él curvó los labios en una pequeña pero arrebatadora sonrisa cruel. Y aunque provocó que mi corazón se agitara un poco, también me llenó de inquietud.

—¿Por qué yo?

Se inclinó un poco más, lo suficiente para rozar mi frente con sus labios. Me estremecí y deseé poder huir de él.

—Mis porqués, el motivo de mi interés por ti, las razones de este matrimonio... Son temas que no le interesan en absoluto, señorita DeRose.

Me mantuve quieta hasta que volvió a erguirse, alejando su rostro del mío, entonces alcé la vista y la clavé en él.

—Pues yo no pienso casarme, y mucho menos con usted —repliqué, roja de rabia. De repente lo suficientemente valiente para enfrentarlo—. No voy a casarme. ¡No quiero hacerlo!

Esperé apretando los dientes, pero él solo me hizo un gesto hacia los documentos sobre la mesa.

—¿Crees que tú puedes decidir algo así? —inquirió con clara molestia—. Te olvidas que eres parte de un contrato. Si te niegas, retiraré mi inversión y la empresa de tu familia se irá a la ruina de inmediato, y no serás la única que se quedará sin nada.

De inmediato pensé en Iván y en el principal socio y amigo de mi padre, Aarón; todos dependíamos de la empresa por completo. No teníamos nada más, la empresa era el patrimonio de nuestras familias. 

—Sin mi inversión, la empresa de tu padre se hundirá. ¿Y qué crees que harán los otros inversionistas y socios cuando sepan que han perdido una fortuna por culpa de tu familia? ¿Cuál crees que será la reacción de todos? ¿A quién piensas que culparan?

Cerré los ojos y bajé la cabeza, él tenía razón. Además de Aarón y nosotros, había miles de personas trabajando e invirtiendo en esa empresa. Miles de empleos, familias y proyectos... 

Si se perdía todo eso, ¿sobre quién recaería la culpa? Sobre mi hermano y sobre mí.

—Dígame, señorita DeRose, ¿está preparada perderlo todo y enfrentar a los accionistas de su padre?

Y no solo eso, también había alguien más por quién me preocupaba; un chico que hacía poco había destinado todos sus ahorros de años comprando pequeñas acciones, esperando que pronto aumentaran su valor.

Tragué saliva con fuerza, angustiada. Sí dejaba que la empresa se fuera a la ruina, ¿qué sucedería con él? ¿Y cómo yo podría ayudarlo?

—¿O preferirías que mis conglomerados absorban la empresa de tu padre? 

Alcé la mirada a él. No, no quería eso. Mi padre no lo hubiese querido.

—Dígame, señorita DeRose, ¿le gustaría que todos los bienes de su respetable familia pasen a pertenecerme? Porque puedo hacerlo, puedo dejarla viviendo en la calle.

Nunca nadie me había amenazado, y que él lo hiciera me hizo sentir completamente acorralada, además de aterrada.

—Dime, ¿aun crees que tienes la opción de elegir? —preguntó su autoritaria voz con desdén—. ¿Crees que todavía puedes darte el lujo de elegir tu destino?

Apreté los puños sobre la falda de mi vestido negro y parpadeé para no derramar ninguna lágrima; no lo podía creer, aún estaba de luto, pero ya me esperaba un matrimonio. Un matrimonio con un hombre a quien despreciaba y con quién nunca había salido en mi vida.

—Está bien, acepto. Me casaré con usted —suspiré, sintiendo como cada palabra me asfixiaba.

Sí mi padre había accedido a hacer un trato tan despreciable como ese, con un hombre cruel como el señor Julián, era porque seguro se había encontrado más allá de la desesperación.

—¿Aceptas casarte conmigo? —repitió mis palabras con burla.

De la nada tomó mi mano derecha entre las suyas y arrodillándose frente a mí, deslizó el anillo de compromiso en mi dedo anular.

Después apoyó una gran mano en mi mejilla y me obligó a sostenerle la mirada. Nuevamente, pude ver una suave nota de suavidad asomarse en esos castaños ojos gélidos.

—Esa decisión nunca fue tuya. 

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