Capítulo veintidós

¡En llamas!

Antonella

La mujer apartó las gafas de sol de su rostro, fijó su mirada verde esmeralda sobre mí; había tanto desprecio en esos ojos. Ella me miraba como si fuera cualquier cosa, menos un ser humano.

—¿Antonella?

Mi abuelo se acercó, colocó su mano sobre mi brazo, como si adivinara mis intenciones de lanzarme a la yugular de la rubia.

—¿Es su empleada? —preguntó con prepotencia la mujer, supongo que esperaba hacer que me corrieran también de este lugar, pero se llevaría una sorpresa. El puesto era nuestro, aquí sus ínfulas y su dinero no servirían de nada.

—Es mi nieta —respondió el abuelo con calma.

—Una lástima —susurró entre dientes, deslizando su mirada por el pequeño local.

—¿Le podemos ayudar en algo, señorita? —preguntó con amabilidad. Para el abuelo ella era un cliente potencial y él no sabía nada de lo ocurrido en Ravello.

—Quiero todas las flores que tengan —dijo pasando de mí, pero algo me decía que esto era demasiado bueno para ser cierto.

—¿Todo? —preguntó el
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