Capítulo cuarenta y nueve.

La rana se convirtió en príncipe

Antonella

Había vivido las horas más angustiantes de mi vida, pero tener los labios de Dante sobre los míos llevaron paz a mi corazón. Habían sido tantos días separados, tantos días de silencio entre nosotros.

—Te amo, mi sirena de Amalfi —susurró pegando su frente a la mía.

Me estremecí al sentir sus manos deslizarse por mi cuerpo hasta posarlas sobre mi pequeño vientre. Nuestra pequeña Ranita se movió inquieta, como si supiera que eran las manos de su padre.

—¿Se movió? —preguntó.

Levanté el rostro, para ver el suyo empapado en lágrimas.

—Sí.

Él volvió a acariciar mi vientre, nos sumergimos en nuestra burbuja, en ese momento nos olvidamos de todos y del lugar donde estábamos, de lo mucho que aún teníamos que hablar, lo que teníamos que decirnos…

—¡No puedes hacerme esto Dante!

El grito de la mujer rompió nuestra burbuja, mi cuerpo se estremeció y mi piel se erizó al recordar a la mujer.

—¡Tú! —grité apuntándola con el dedo.

—Antonella.

—Fue ella la
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