Alana avanzaba con dificultad, apoyándose del muro. Su lamentable estado empeoró cuando un pie se le dobló y se vio azotando la cara contra el suelo. Sólo se vio porque unos brazos alcanzaron a atraparla y la salvaron del desastre.
—¿Damián?
—Apenas y puedes mantenerte en pie, ¿cuánto bebiste?
No podía creer que ella fuera tan irresponsable, tan indiferente con su propia seguridad y se expusiera de tal modo al peligro. Era una mujer delgada, frágil. Ni patadas podría dar así como estaba. Las ganas de regañarla eran tantas como las de echársela al hombro y llevársela de allí.
—No estoy ebria, sólo tomé jugo. Ximena insistió en que usara sus tacones y rompí uno. ¿Me ayudas a llegar a la salida? Ya me aburrió el ruido de este lugar.
Eso no tenía que pedírselo, él no iba a soltarla. Lo hizo al llegar a la calle, ella se sentó en el borde de la acera y se quitó los zapatos. Uno tenía el tacón suelto.
—Me va a matar cuando lo vea. ¿Sabes si por aquí hay algún zapatero?
—No estoy muy seguro d