—Bajo el mar, bajo el mar. Nadie nos fríe, ni nos cocina en la sartéeeeen —la pequeña e infantil voz de Emma se escuchaba a todo pulmón dentro del auto, mientras salían de la ciudad de Nueva York con rumbo a Long Island.
»¡Es tu turno papi! —exclamó la pequeña mientras movía la cabecita al ritmo de la voz de Sebastián, el cangrejo de la sirenita.
—Vas a asustarte si me escuchas cantar.
—No creo, vamos papi, canta conmigo —le insistió y Michael no pudo seguir negándose.
—Bajo el mar, bajo el mar. Hay siempre ritmo en nuestro mundo al natural, la manta-raya tocaráaaa, el esturión se uniráaaa. Siempre hay ritmo, ritmo marino. Bajooooo el maaaar.
Para cuando la canción terminó, Emma miró a su padre con ternura.
—¡Eres el mejor papi! ¡¡Cantar contigo es