Impulsado por la rabia, olvidándose por completo de Roberta y Fátima, subió las escaleras y golpeó la puerta con fuerza.
Silvia estaba desmaquillándose y aún no se había cambiado de ropa cuando escuchó los golpes.
"¿Quién podría ser a estas horas? ¿Daniel? Pero si acaba de irse..."
Miró por la mirilla y, para su sorpresa, era Carlos.
Silvia decidió ignorarlo y cerró la mirilla, pero los golpes se hicieron más fuertes. Finalmente abrió la puerta de golpe.
—Carlos, ¿estás loco? ¿Qué haces aquí a estas horas?
—¿Por qué Daniel te trajo a casa? ¿Qué relación tienen? ¿Te gusta? —preguntó Carlos, fuera de sí.
Silvia respondió fríamente:
—¿A ti qué te importa? ¡Estamos divorciados hace tiempo!
—¡Respóndeme! ¿Te gusta él? —insistió Carlos, acercándose amenazadoramente.
—Carlos, ¡sal de mi casa! Mis asuntos no son de tu incumbencia.
Pero Carlos continuó:
—¿Por qué en la fiesta admitió públicamente que le gustas? ¡No te di tanto dinero para que fueras tras Daniel! ¡No para que lo usaras como esca