—Señorita Gómez, por aquí. Espere un momento, por favor, voy a avisar a don Mariano.
El mayordomo entró inmediatamente al salón para informar a Carlos sobre la situación.
Carlos palideció y fue rápidamente a donde estaba Fátima.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con tono impaciente.
Fátima fingió naturalidad:
—Te oí decir que el abuelo no tenía apetito últimamente, así que le traje algunos suplementos. Pensaba venir contigo, pero te fuiste tan rápido que tuve que venir en mi propio coche.
Carlos ni siquiera miró la caja de suplementos y continuó con voz suave:
—Fátima, ya sabes cómo es el abuelo contigo... ¿Por qué no te vas por ahora?
Fátima se quedó atónita, mirando a Carlos con incredulidad y los ojos humedecidos.
—Carlos, solo vine con buenas intenciones. ¿De verdad me vas a hacer marcharme con todo esto? Además, vamos a casarnos. Por nuestro futuro, necesito llevarme bien con tu abuelo. Tienes que creerme, me esforzaré por ti en todo.
—Pero... —Carlos frunció el ceño.
—Carlos, el abuelo