Capítulo 10
El banquete de la barbacoa duró más de tres horas, en las que todos no hicieron más que disfrutar.

A mitad de la jornada, Silvia se escabulló en busca de su premio, en compañía del personal.

Según las normas de Daniel, podía llevarse el poni u otro animal que quisiera. Y Silvia acabó eligiendo un pequeño siervo, a pesar de su gusto por los caballos; ya que, inconscientemente, pensó que un caballo no era apto como mascota.

Una vez que hubo escogido su trofeo, un guardaespaldas la detuvo, adoptando una postura respetuosa.—Señorita Somoza, el señor Daniel quiere verla.

Naturalmente, dado que no había otro Daniel, no tardó en comprender de quién se trataba.

Sin decir nada, Silvia siguió al guardaespaldas hasta el primer piso, en donde el hombre se encontraba sentado ociosamente en una silla junto a la ventana, mientras Martín mezclaba atentamente una bebida, los cubitos de hielo refractando una luz sensual al sumergirse en el licor ambarino.

Al verla llegar, a Martín se le iluminaron los
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