Mafer se había quedado dormida, durante un buen tramo del camino. Su cabeza reposaba plácidamente sobre el hombro de Eduardo. Él suspiró profundo, inhaló su aroma a violetas, y aunque era muy incómodo conducir en esas circunstancias, el sacrificio valía la pena.
«Tanto by Pablo Alborán» era la única compañera de Eduardo en el viaje.
—Vamos a jugar a escondernos. Besarnos si de pronto nos vemos. Desnúdame, y ya luego veremos. Vamos a robarle el tiempo al tiempo…—canturreó bajito, acarició con delicadeza la mano de Mafer. —Me encantas chiquilla alocada —murmuró.
Entonces cuando llegaron a Fresno en Tolima, Eduardo siguiendo las instrucciones del GPS aparcó el auto frente a un hotel.
Mafer se removió, sus fosas nasales se llenaron de aquella fragancia a cedro y cuero que desprendía la piel de Eduardo, se estremeció por completo, abrió sus ojos con sorpresa, y se reflejó en la mirada de él. Sus rostros estaban muy cercanos, tanto que podían sentir la respiración del otro.
«¡Si no fu