Capítulo 44
Gabriela había crecido junto al mar.

Siempre había sido propensa a quedarse dormida en lugares fríos, pero últimamente, el sueño la vencía aún más.

Esa mañana, el cansancio la sumergió en un sueño profundo hasta las nueve.

Si no hubiera sido por el timbre del teléfono, habría seguido durmiendo.

Con los ojos todavía nublados, alcanzó a ver el nombre en la pantalla: ¿Cintia?

Tomó la llamada y dejó el teléfono sobre la almohada. Imaginó que, como de costumbre, Cintia la llamaba para regañarla.

No le importaba, no podía hablar, y el sueño seguía pesándole. ¿Qué más daba si respondía de forma automática?

—Gabriela, ¿dónde estás? —La voz de Cintia al otro lado sonaba entrecortada, con llanto.

Gabriela se sobresaltó. Conocía bien a Cintia; era de esas personas que podían caerse sobre el hielo y fracturarse un brazo sin soltar una lágrima.

Pero esa vez... lloraba de verdad.

—Tuve un accidente, los doctores dicen que tal vez me tengan que amputar una pierna. ¡Tengo miedo!

Cintia había estado de
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