Ashley despertó ese sábado por la mañana con un nudo en el estómago, la idea de que su hijo conocería a Angelo, le generaba mucho estrés. Hubiese preferido que eso nunca pasará, pero el destino tenía otros planes para ellos; y entre esos planes estaba el hecho de que Angelo volviera a aparecer en su vida, justo como lo que era: una presencia indeseable.
Sabiendo que no tenía más alternativa que asistir al dichoso encuentro, respiró profundamente y se armó de valor para enfrentar lo que venía.
Sus pasos se dirigieron a la habitación de su pequeño, quien dormía ajeno a las sensaciones tormentosas que invadían a su joven madre.
—Solamente no quiero que te lastimen, amor—le dijo sabiendo que él no la escucharía.
Un segundo suspiró, resonó en el aire y componiendo su mejor sonrisa, lo despertó:
—¡Buenos días, mi amor!
Inmediatamente, su hijo abrió sus ojitos, esos ojitos azules y preciosos.
—¡Buenos días, mami!—contestó enderezándose, un segundo después su expresión se llenó de eufor