Olivia
El gusto amargo de la victoria me invadía.
Dimitri, la rata escurridiza, se había escapado de mis manos.
Lo había dejado, sí, pero no sin antes asegurarme de que sintiera el filo de mi ira.
Estaba herido, lo suficiente para que sepa que esto no había terminado. Que esto, apenas comenzaba.
Salí de la ostentosa mansión de la Bratva, ahora bajo mi control, sintiendo el peso de las miradas de mis hombres.
Leales siempre a mí y a la mafia Cavalli.
La lealtad en este mundo es un bien efímero, sujeto a la balanza del poder. Pero hoy, el poder estaba de mi lado y de lado de mi esposo.
Enzo me esperaba a unos kilómetros, en un punto acordado previamente. Su rostro, normalmente esculpido en una máscara de calma, reflejaba la misma furia que sentía yo.
Queríamos acabar con ésto para volver a casa con nuestro bebito.
—Se escapó, —dije, la voz cargada de frustración. —Como lo habíamos planeado, lo dejé ir.
Enzo asintió, con la mandíbula tensa. —Lo sé. Pero no llegará lejos. Todo está acor