De repente, recordó su primer beso, lo nerviosa e ingenua que había sido Dulcinea.
En ese entonces, la mirada de ella hacia él estaba llena de amor profundo.
Pero ahora, sus ojos solo mostraban frialdad.
Dulcinea habló suavemente:
—¿Por qué no me golpeas? ¿Por qué no defiendes a tu querida?
Luis recuperó la calma.
Estaba a punto de responder cuando Dulcinea levantó de nuevo el jarrón y lo lanzó con fuerza hacia su cabeza. No se contuvo en lo más mínimo, estaba decidida a matarlo. Pensaba que si Luis moría, ella acabaría en la cárcel, pero Catalina se haría cargo de Alegría y Leonardo, asegurándose de su futuro.
Dulcinea mantenía una fría sonrisa.
Con voz ronca y apenas un susurro, dijo:
—Luis, les deseo a ustedes, par de miserables, que estén juntos para siempre… hasta que la muerte los separe.
Luis ignoró la sangre que corría por su cabeza.
Atrapó la muñeca de Dulcinea y la arrastró hacia él, mirándola a los ojos. En esos ojos, vio algo desconocido para él, y pensó que era por Leandro