Alberto la tomó de la mano:
—Dulci, ven conmigo.
Venir juntos…
¿Cómo no desearía irse con él?
Pero no podía, no podía llevarse a Leonardo. Incluso si lograra llevárselo, los detendrían en el aeropuerto. En ese momento, la furia de Luis no dejaría a ninguno escapar.
Dulcinea bajó la cabeza, las lágrimas cayeron sobre la mano de Alberto, salpicando suavemente.
Alberto sintió un dolor agudo en el pecho, una angustia indescriptible.
Dulcinea susurró:
—Hermano, no te preocupes por mí. Ve a Suiza o compra una isla… vive bien.
Levantó la mirada llorosa:
—Al menos uno de nosotros debe vivir bien.
Alberto la miró con profundidad…
Dulcinea sacó un cheque por 50 millones dólares de su bolso y lo dejó sobre el escritorio oscuro.
Hablando con un tono ligeramente ahogado:
—Hace más de dos años, por mi juventud e ignorancia, lastimé a personas inocentes. Ana me ayudó a resolverlo y a acomodar a esa familia en Ciudad BA. Es una deuda que tengo. Hermano, ve y entrégale este cheque.
Dulcinea sabía que e