No obstante, él no se detuvo y, con determinación, rompió barreras, susurrándole al oído palabras incómodas sobre sus preferencias y cómo complacerla a cabalidad.
Ana no podía mirarlo directamente, pero el reflejo en el cristal revelaba sus siluetas… Él la mantenía firme; su expresión, imponente, intimidaría a cualquiera…
Ana se encontró incapaz de resistir; solo pudo soportarlo. Tras ese instante junto al ventanal, Mario la condujo a la cama del dormitorio, donde se fundieron…
La necesidad contenida de un hombre durante tres años se desató en ese momento. No hubo ternura, solo brusquedad y descaro…
Después de su encuentro, en la oscuridad del cuarto, con sus respiraciones entrecortadas serenándose, Mario giró hacia ella y preguntó en un susurro:
—¿Te ha gustado?
Ana se volteó, dándole la espalda. Fingiéndose conocedora, contestó:
—No estuvo tan mal.
Mario contempló su espalda, anhelando volver a tomarla, pero se reprimió y preguntó con una voz contenida:
—Comparado con otros, ¿qué tal