Capítulo 32; Los deseos de la carne.

Samuel durmió poco, después de pasar por casa de sus padres, y saludar a su madre, se enteró que Aníbal estaba de viaje, cenó con Ana y pese a sus insistencias decidió marcharse a la iglesia. La noche fue larga y aunque Ámbar le había marcado en un par de ocasiones, decidió que lo mejor era no responderle, aunque intentara batallar contra todo lo que estaba sucediendo no podía, así mismo como no podia evitar la culpa y el remordimiento.

¿Sería buena idea solicitar su retiro?

¿Sería mejor solicitar que lo enviaran fuera de la ciudad?, ¿del país?

Se sentía hipócrita, estando allí como representante de la divinidad de Dios, mientras lo consumían los deseos de su carne. Porque no podía mentirse, deseaba a Ámbar con cada fibra de su piel, y hubiese querido quedarse a su lado, abrazada a ella toda la noche, envuelto en la bruma que produce hacer el amor.

Pero la llegada de su madre había sido una bofetada moral, un recordatorio de que él no podía comportarse de aquella manera y nuevamente
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