Mateo levantó una ceja, retador: —¿Vas a acompañarlo?
Ella se quedaba sin palabras.
Isabella siempre se sentía intimidada por la arrogancia de Mateo y retrocedió instintivamente.
—Si sabes que no tenemos antídoto, ¿por qué complicarnos la vida...?
Mateo no se inmutó: —¿Acaso debo preocuparme también por ustedes?
—Antonio, llévatelo.
Al escuchar la orden de Mateo, K levantó su arma para resistir, pero vio que Antonio no se dirigía hacia él.
En cambio, fue directo al sofá y levantó a Estrella, que estaba inconsciente.
K levantó la pistola, furioso: —¿Qué piensas hacer con ella?
—¡Mateo!
Isabella, cada vez más nerviosa, intentó recuperar a Estrella, pero Antonio la alejó con una patada.
—¿Qué demonios quieres hacer? —Gritó Isabella.
Mateo se enderezó y limpió el polvo de su ropa.
—Cuando tengas el antídoto, vendrás a pedírmela.
—¡Tú...!
Isabella sabía que cumplía lo que decía, así que solo pudo advertirle con los dientes apretados: —¡No le toques ni un cabello!
—Eso es difícil de garantiz