—¿Ah, sí?
Marc tenía una respuesta mordaz en la punta de la lengua, pero al ver esos ojos fríos bajo sus pestañas temblorosas, algo dentro de él titubeó por un momento: —Ven conmigo.
—¿Qué?
Leila no alcanzó a reaccionar antes de ver cómo el hombre de porte imponente se alejaba con paso decidido.
Miró a Rodrigo, que aún la esperaba, con cierta duda: —Señor Romero...
—No, no escuchaste mal.
Rodrigo echó un vistazo en dirección a su jefe, suspirando con cierta ironía.
Compensar a su exesposa ya era bastante, pero ahora intentaba redimirse con alguien que se le parecía.
Solo que, para la joven delante de él, no sabía si esto sería una bendición o una maldición.
Leila miró las tazas de café en sus manos, incómoda. Rodrigo hizo una seña a la recepcionista: —Llévalas al departamento de diseño y di que son de la señorita Blanco.
...
Al subirse al auto, Leila apenas se atrevía a respirar. Se esforzaba por calmarse.
Marc ni la miró, simplemente le dijo a Rodrigo: —Al Residencial Bahía Lunar.
—En