Alphonse permanecía en el centro, inmóvil en su silla de ruedas.
Tenía la mandíbula tensa. Sus dedos, blancos por la presión, se aferraban a los apoyabrazos.
—No… —murmuró, apenas audible.
No sabía a quién le hablaba… Tal vez a su madre. Tal vez a la imagen de su tío alejándose sin mirar atrás… Tal vez a sí mismo.
Beatrice Spencer estaba de pie a pocos pasos. No se acercó de inmediato. Observó a su hijo con una mezcla de dolor y prudencia, como si temiera que cualquier gesto pudiera quebrarlo del todo.
—Alphonse… —intentó.
Él levantó la mano, exigiendo silencio sin mirarla.
Sus ojos dorados y enrojecidos, se clavaron en el fuego.
Recordó su plan, de que fingir su muerte era la única manera de escapar de una familia que sentía como una prisión.
Ahora, esa huida se le volvía en contra.
—Si todo fue mentira… —dijo al fin, con la voz rota—. Si todo fue por culpa de esa m@ldita loca… —tragó saliva—. ¿En qué me convertí yo…?
Beatrice dio un paso adelante.
—Hiciste lo