Donovan no se hizo de rogar. Todo lo contrario: la forma en la que sostuvo a su esposa reveló una urgencia contenida, una fuerza medida, como si su propio cuerpo hubiera estado esperando ese instante desde que la vio entrar en la habitación. La alzó un poco más, hundiendo los dedos en la suave tela de su vestido plateado, y sus labios encontraron los de Rosalind con un hambre que no necesitaba explicación.
El beso fue inmediato… profundo… arrebatador.
Los labios de Donovan se movieron sobre los de ella con una voracidad que mezclaba deseo y cariño, una mezcla tan explosiva que Rosalind dejó escapar un sonido suave, quebrado, provocador.
—Umm… —su voz se escapó entre el beso, ligera, temblorosa.
La mano de él ascendió por la espalda de su esposa con caricias lentas, deliberadas, cálidas… caricias que parecían estudiar cada línea, cada curva, cada reacción de su cuerpo. Rosalind cerró los ojos, entregándose por completo. Cada roce era un recordatorio de cuánto la deseaba, de cuánto