Jacqueline se quedó inmóvil, su rostro perdió todo color por un segundo, aunque trató de mantener su habitual expresión imperturbable.
No mostró sorpresa… porque no la había.
La matriarca ya lo sabía, lo había intuido, lo había confirmado incluso antes de que se lo dijeran debido al tono en que su hijo le habló la última vez por la llamada en Brighton.
Pero escucharlo de labios de Rosalind, la golpeó como un recordatorio de que había perdido el control sobre su hijo.
En cambio, Sebastián abrió los ojos con ilusión inmediata, un brillo cruzó su mirada verde, sus labios se separaron en una sonrisa emocionada y la alegría lo inundó de tal forma que hasta su postura cansada pareció enderezarse.
—¡Bendito sea el cielo! —exclamó, sin contener su emoción—. Donovan, Rosalind… ¡felicidades, mis queridos! ¡Qué noticia tan maravillosa!
Rosalind sintió cómo sus ojos se humedecían ligeramente. Era simple… pero era un cariño sincero, un apoyo cálido que contrastaba duramente con la frialdad