Alphonse tenía la piel pálida, con un vendaje grueso que cubría su brazo izquierdo, su rostro tenía marcas sutiles del impacto, una línea fina en la ceja, un moretón apenas formado en la mejilla.
La respiración de ese joven hombre era lenta y rítmica bajo la máscara de oxígeno.
El cabello castaño claro estaba semi-húmedo, peinado hacia atrás por manos ajenas, su cuerpo conectado a varias máquinas, cada una marcando distintos ritmos vitales.
La enfermera revisó su temperatura, acomodó la sábana sobre Alphonse, y luego se apartó unos pasos al escuchar al doctor.
—El brazo respondió bien a la intervención —dijo el médico, con su mirada perdida en el brazo de Alphonse—, considerando las limitaciones del equipo, fue un milagro que todo saliera bien. Fue una operación exitosa.
Uno de los asistentes se acercó, sosteniendo una bandeja con algunos instrumentos vacunatorios.
—¿Continuará sedado, doctor?
—Por ahora sí —respondió el médico principal—. Su cuerpo necesita descanso absolut