El interior de la limusina parecía haberse encogido, atrapándolos en un pequeño universo cálido donde solo existían sus respiraciones, sus labios y la piel temblorosa de Rosalind sobre Donovan.
Ella siguió respirando contra su cuello, el pecho de la rubia subiendo y bajando con ese ritmo rápido, dulce, casi desesperado. Sus manos aún lo sostenían de los hombros mientras su falda volada seguía recogida sobre sus muslos, revelando demasiado de ella… demasiado para pensar con claridad.
Las manos de Donovan subieron otra vez… Despacito, con firmeza, con un dominio suave que solo él tenía.
Sus dedos se deslizaron por debajo del vestido color crema, subiendo la tela con un movimiento lento y deliciosamente tortuoso que hizo que Rosalind temblara incluso antes de que él la tocara por completo.
Fffsshh~
El sonido suave de la tela elevándose llenó el pequeño espacio entre ellos.
—Ah… —soltó Rosalind, incapaz de contener un gemido suave cuando sintió las manos grandes de ese hombre cubri