Las piernas de Rosalind se enredaron alrededor de la cintura de Donovan, acercándolo aún más. Las manos de él se posaron en su cadera, marcando su piel con la fuerza justa. La otra mano subió por su costado hasta rozar el encaje de su lencería.
—Mmm… así… —jadeó ella al sentir su contacto, temblando.
Donovan besó su cuello, dejando un sendero de calor ardiente. Rosalind se arqueó como si su cuerpo buscara más de ese contacto que la quemaba y la hacía perder la razón. Sus manos rodearon la espalda de él, notando cómo cada músculo se endurecía al compás de sus caricias.
—Mi señora… —murmuró él con la voz entrecortada—. Provocas en mí cosas que ni te imaginas…
Ella soltó una pequeña risa temblorosa.
—Eso… quiero… —apenas logró responder, jadeante.
Él descendió a sus clavículas, usando sus labios como una provocación constante. Rosalind quiso cubrir su boca con la mano para no dejar escapar otro sonido, pero Donovan detuvo ese gesto. Tomó su mano despacio, llevándola a un lado. Roz